martes, 30 de septiembre de 2014

La importancia de la traducción para el lector I

Mis traducidos lectores, estamos iniciando nuestro mes de octubre, volviendo a guardar nuestras banderas tricolores y sacando nuevos colores que van del naranja y negro al rosa mexicano y morado según sus preferencias.
Favi G. Ruelas, una fiel seguidora de mi columna posó una cuestión en torno al rarísimo breviario del Fondo de Cultura Económica sobre J.R.R. Tolkien donde, según nos cuenta: imprimen indiferentemente "Bilbo Baggins" como "Bolsón"; así como las palabras "duende", "trasgo", "elfo" y "gnomo" son utilizadas como les entre en gana. Por desgracia esto pasa muy seguido. Mi profesora de traducción, la Dra. Krisztina Zimanyi me regaló una vez un libro sobre cultura japonesa traducido del francés al español en que mencionaban que en el Japón hay dos formas distintas para el verbo "ser". En francés quizá tuvieran razón, pues "être" se usa para "ser" y "estar"; pero los verbos japoneses "imasu" y "arimasu" son el equivalente de "estar". Y aquí entramos en conflicto.
Lamentablemente no siempre encontramos una versión adecuada a nuestro bagaje cultural. Me ha tocado explicar una traducción de algún ánime porque el contexto en que leo los subtítulos es español y no mexicano. Muchas veces sé de esas expresiones, pero quienes ven ánime conmigo y no lo comprenden se quedan como si de verdad lo estuvieran leyendo en japonés.
¿No pasa lo mismo con las traducciones de libros? En una novela de gángsters que fue traducida por el equipo español de Alfaguara o Tusquets, nos enfrentamos a una "máquina tragaperras" y no a una "tragamonedas". Es como ese video "Qué difícil es hablar en español" que pueden encontrar en Internet. Cada país tiene sus expresiones y modismos, pero —y aquí cito a la Dra. Zimanyi— hay que fijarse en un público meta.
Seguramente el traductor del libro que me regalaron era un experto sobre Roland Barthes, pero no hablaba japonés. Y pasa de igual modo con el Breviario. El señor de los anillos tiene un mitopoesía muy compleja donde encontramos la enorme brecha semántica entre ambos términos —que en diversos países de habla hispana el elfo malvado sea equiparable con el trasgo, es otra cosa—.
Siento yo que hay que pensar muchísimo en el lector. Quizá las compañías encargadas de la traducción de un texto deberían tener también a alguien consiente de las posibilidades de interpretación en la cultura meta, y aquí sobo un poco la teoría de la recepción. Puede que una "tragaperras" suene bien porque es coloquial; pero no de uso común en todo el mundo de habla hispana. Y esto funciona a la inversa, porque en inglés —por ejemplo— no podemos tener una diferencia entre el "queréis", "quieres" y "querés" al momento de traducir a Rérez-Reverte, Arreola o Bioy Casares.

No quiero abandonar esta discusión, así que me gustaría profundizar en ella en varias columnas más, mis traducidos lectores. Espero sus comentarios en este blog.


sábado, 20 de septiembre de 2014

Transformando a la identidad mexicana: Los días enmascarados

Mis mitológicos lectores, continuando con nuestra lista de autores mexicanos que han usado parte del concepto nacional para elaborar sus obras, les traigo en esta ocasión, a un mexicano de espíritu. Hablamos de Carlos Fuentes. Aunque es considerado por muchos como un pedante literario por cobrar por su obra literaria —y no cobraba $3ººº— y algunas conferencias, prólogos y comentarios de libros tenían su pequeña cuota de honorarios; tiene cuentos y novelas bastante agradables a la lectura, aunque en lo personal jamás he podido terminar La silla del águila debido a su larga crónica de hechos.
Dijimos que no era mexicano de nacimiento, esto se debe a que a pesar de haber nacido en Panamá, pero desde los 16 años de edad contó con la nacionalidad mexicana. Así, su primera y monumental novela La región más transparente (1958) muestra el gusto por las calles de la Ciudad de México —al estilo del flâneur— y cómo la misma urbe puede crear o destruir a los personajes, como teorizó Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad en América Latina. Ya desde este momento, cuatro años más tarde, en su obra Aura (1962), regresa a la erudición sobre la revolución y es quizá de sus obras más accesibles de leer pues es la más difundida y analizada y con un final fantástico que podría perturbar a varios.
Dentro de Los días enmascarados (1954) cuenta la mitología mexicana. Los denominados cuentos sobrenaturales, y en particular "Tlactocatzine, del jardín de Flandes" y "Chac Mol". Ambas narraciones reviven figuras mitológicas antiguas, aunque, siempre se la ha criticado a Fuentes el hecho de haber usado la figura del Chac Mool tolteca por el Tlaloc azteca a modo de “licencia poética”. Fuentes nos vuelve a dar una pintura del mexicano. En la primera obra, “Tlactocatzine”, regresa una figura mitológica y toma el papel de algo más moderno, Charlotte, esposa de Maximiliano. En el cuento vemos cómo el olor de las rosas del jardín se transforma en la tumba de Tlactocatzine, mujer que viene del pasado y que “ha desbaratado un velo gris; de ayer a hoy”. Mientras que en “Chac Mol” rompe esta figura magnánima y vemos al final en que nos narra que “Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido”.

Carlos Fuentes nos cuenta de una manera un poco diferente la historia de México. Desde figuras travestidas, hasta mujeres modernizadas, este autor mexicanísimo nos da un esbozo de la cultura antigua. Y no sólo en esta antología de cuentos, sino en muchas más de sus obras. Mis mitológicos lectores, les recomiendo a este patriótico autor.


sábado, 13 de septiembre de 2014

Los primeros ensayos en nuestra tierra: Cartas

Mis epistolares lectores, ya son fiestas septembrinas  y el verde, blanco y rojo inundan las calles de Guanajuato esperando poner en exhibición la renovación del fuego de la alhóndiga de Granaditas. Como es el mes patrio, he querido dedicar mis columnas a obras de suma importancia para la identidad nacional. Y hablaré de las primeras muestras de erudición en Latinoamérica: las cartas.
En la maestría, últimamente he tenido que analizar muchas obras especiales, como cartas y libros marxistas, pero me centraré en los primeros. ¿Conocen a José Martí?, ¿han oído hablar de Alfonso Reyes?, ¿el apellido Mariátegui les dice algo? En caso de que no es porque no conocen las obras de estos famosos autores enfocados en un tema importante: “Nuestra América”. Este título alude a un ensayo de José Martí —su estatua está en el Jardín Reforma— donde exalta la idea del americano nativo y cómo no debe ser explotado por el español. Recordemos que para los conquistadores no éramos más que buenos salvajes. Pues al no haber crecido en las ciudades europeas, estábamos librados del pecado y la maledicencia.
El nacionalismo llegó a México con una fuerza extraordinaria. El poema “La Suave Patria” de Ramón López Velarde exalta a nuestra Nación dándole una importancia a sus valles, a las mujeres y a sus ciudades. Pero fue Alfonso Reyes como Visión de Anahuac que nos expuso de modo ensayístico cómo se mueve el mexicano. Recordemos que después vino Octavio Paz, como ya hablamos de él hace varias columnas, pero especialmente queremos hablar de la visón epistolar.
Reyes tuvo correspondencia con muchísimos autores, mi profesor, el doctor Jaime Villarreal dice que escribía por kilo, y no le desmiento nada. Sus cartas con Cortázar, Borges o Henríquez Ureña son extraordinarias muestras de conocimiento donde no sólo nos dice qué visión se tiene del país, sino cómo mejorarla a través de la cultura —algo que nos falta mucho en estos tiempos—.
Entre otras cartas famosas —yéndonos muy atrás— son las cartas de relación. Documentos que fundaron el antecedente para que Latinoamérica estuviera lleno del realismo mágico que tanto desarrollaron en el siglo xx. La idea de que era un continente lleno de cosas extrañas y maravillosas, se quedó impreso, tanto en las cartas de Colón, Cabeza de Vaca, Garcilazo de la Vega y otros, como en el mismo imaginario colectivo. Y si buscan los comerciales turísticos de Colombia su eslogan es “Realismo mágico”, aludiendo no sólo a García Márquez y su literatura sino que en las selvas, calles y playas uno podrá encontrar esta visión más allá de la comprensión europea.

Muy bien. El tema de las cartas es mucho más que esto, requeriría muchísimo espacio para hablar de ellas, pero búsquenlas en Internet. No sólo están los mencionados, Simón Bolívar, héroe nacional de Sudamérica tiene una cantidad enorme de cartas dándole al pueblo lo mismo que en México, mis epistolarios lectores: un despertador americano.


sábado, 6 de septiembre de 2014

Bajo la guía de Tarquino: Levantando la cortina

Mis metafísicos lectores, espero este fin de semana se la estén pasando en compañía de sus familias y preparando las Fiestas Patrias. Aunque como promotor de lectura y maestrante en literatura hispanoamericana no tengo la obligación de conocer todos los libros, muchas personas me han regañado por no conocer a cierto autor.
Hace dos semanas llegó a mí una persona preguntando por Rodolfo Benavides, un autor mexicano que según decía era magnífico. Me decidí buscar algo de este autor y encontré que la bibliografía sobre él es limitada y me dio paso a leer algo de él. En internet encontré el libro Levantando la cortina. Aparentemente un texto adelantado a su tiempo y que podría ser casi profético.
Este libro nos cuenta la historia de Agustín Callado, quien pierde todos sus bienes materiales en un juego de cartas y termina convirtiéndose en minero. Después de esto muere. La historia continúa, ahora con el fantasma de Callado moviéndose en el mundo de los vivos. Y luego con Tarquino, quien será guiado al mundo de los espíritus y donde se le explicará el secreto del universo.
Apoyado de algunos temas como la reencarnación del alma y el espíritu en un nuevo cuerpo, la religión de la India, conceptos de astronomía y astrología, Benavides nos explica casi a modo de ensayo su propio concepto de lo que es la metafísica. Me recuerda a lo que hizo Sarmiento con Facundo o la "Cosmogonía en diez lecciones" de Lugones. Un texto a modo didáctico para dar en forma narrativa un punto de vista. Explica desde la razón para ver estrellas en el universo aún estando cerca del Sol y el por qué no las vemos en el día dentro de nuestro planeta; el por qué un cadáver no siente y es en realidad el espíritu el que recibe el dolor y cómo el karma llega a cobrar su retribución. Pero también nos menciona cómo será el final del mundo, cosa que aparentemente ha ido acertando según los cambios climáticos y actitudes que vemos hoy, por lo que podría ser un texto que prediga el final.
Aunque el libro es pesado por sus más de doscientas páginas de teoría del cosmos, se ve un poco más ligero al copiar la mayéutica socrática que vimos en Diálogos de Platón, e intercalando escenas de la vida cotidiana, como la visita a oráculos y médiums para saber la verdad que nos cuentan los espíritus, e incluso el intento de reencarnación de nuestro protagonista.
Por último, me quisiera detener en el hecho de que el libro recurre mucho a lo mexicano, usando la frase de nuestro Benemérito: "El respeto al derecho ajeno es la paz" como una máxima que se tiene en el mundo de los espíritus y de cómo también sigue habiendo un "Nosotros México" en el Más Allá y la promesa de que no todo México sucumbirá ante el Apocalipsis, pero nuestros vecinos del norte sí.

Aunque el libro sea discutible, es diferente. Tiene comentarios curiosos casi de ciencia ficción, como el hecho de que Neptuno tuvo las mismas experiencias que la Tierra en el pasado y fue habitado, o que no existe calor en el Sol sino es un reflejo del gran calor cósmico; pero da muchas reflexiones curiosas que podrían llegar a interesar a todos mis metafísicos lectores.


jueves, 4 de septiembre de 2014

Sobre la tradición literaria en América

Mis canónicos lectores. Hoy puedo afirmar a ciencia cierta que estoy hartándome de tanta teoría literaria y preparativos de mi tesis y trabajos académicos por una simple y sencilla razón. Una palabra que para Patchbell pudo ser hermosa, pero para mí me ha colmado la paciencia desde hace mucho: Canon.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua le define como: “Catálogo o lista”; pero también como “Modelo de características perfectas”. Y es que este término le ha roto la cabeza a tantas personas, pues cada uno establece sus propios cánones. Mi gusto desmedido por la narrativa, en particular la literatura fantástica me ha dado ciertos libros de cabecera. Y aunque mi maestría sea específicamente sobre “hispanoamericanos”, mi librero académico tiene como residentes permanentes: la selección de Italo Calvino de Cuentos fantásticos del xix, El cantar de los Nibelungos, Bola de sebo de Maupassant, el cuento persa El coloquio de los pájaros, los cuentos rusos de Afanasiev, y la leyenda china de Las diosas de las flores de loto. Eso no quita que tenga a Silvina Ocampo, Cortázar, Borges, César Vallejo, Lugones… Pensemos en que siempre nuestras ideas de un corpus son muy —pero muy— arbitrarias.
Si tuvieran la posibilidad de llevarse un libro a una isla desierta, quizá la decisión sería muy difícil. Pero si les diera a escoger 25 libros, las cosas cambian bastante. Estarían creando un canon literario. Y aunque tengan literatura de la que llaman “comercial”, o “fácil”, todos tenemos total derecho de emitir un juicio a favor de ciertos libros.
El problema surgió cuando se publicaron en el siglo xx libros intentando explicar el canon. Ahí tenemos a Harold Bloom con El canon occidental, donde incluyó a Borges como un autor imprescindible, junto con Shakespeare, Joyce y Cervantes. Pero la idea va más allá. El Diccionario de estudios culturales latinoamericanos nos define al canon como “un espacio que institucionaliza, o bien, a una lista que conglomera, para intentar fijar ciertas normas o valores en un campo cultural”. Pero entramos en la disputa nuevamente de lo que las instituciones nos dicen que es correcto, bueno y aceptable. Si Carlos Fuentes, García Márquez, incluso Cortázar, fueron aceptados en el resto del mundo fue por intervención de editoriales españolas. Si un autor es publicado por el Fondo de Cultura Económica, Anagrama o en Alfaguara debe ser porque sus escritos llegan a ser de los mejores en el mercado, pero en la academia rechazamos textos provenientes de editoriales como Tomo o Editores Mexicanos Unidos es porque no tienen los prólogos o estudios introductorios que nos muestra Cátedra o la Universidad Veracruzana.

Ahí está el problema de lo que consideramos un canon. Es verdad que importa la opinión de los expertos —por algo son expertos—; pero no siempre debe ser tomada en cuenta. Incluso yo como columnista de recomendaciones literarias, sólo he hablado de textos que conozco y me han gustado a tal grado de recomendarlos. Por ello mismo, les invito a ustedes, mis canónicos lectores, a compartirme sus propios libros favoritos, y en caso de que no concuerden conmigo en la opinión positiva de algún libro, rebatan esa idea.