sábado, 29 de noviembre de 2014

De la antología al fragmento: El libro de la imaginación

Mis coleccionistas lectores. Estoy muy feliz porque el día de mañana comienza la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la segunda más importante en Hispanoamérica. Y claro que es una oportunidad para bibliófilos y bibliotecarios ―como yo― para hacerse de una gran cantidad de ejemplares de todas las esquinas del mundo. Este año el invitado de honor es Argentina y todos los que tenemos alguna obsesión con Argentina nos emocionamos de sobremodo.
¿Qué se puede esperar de un momento donde el consumismo y la cultura del libro se juntan? Pues un exceso de compras y sobregiros de tarjetas de crédito ―placeres culposos―. ¿Qué recomiendo leer esta vez? Una decisión difícil. Pero si pueden darse el lujo de ir a Guadalajara esta fil, les pido que busquen El libro de la imaginación, una interesante recopilación de fragmentos y minificciones hechas por Edmundo Valadés. El tan famoso Jorge Luis Borges hizo lo mismo con su Antología de la literatura fantástica por eso de los años 40 en Argentina. El libro de la imaginación difiere del de Borges al acomodar sus cuentos por temáticas. Mis favoritas para leer en voz alta son las de “Fantasmas”, les encantaban a mis alumnos de secundaria.
Lauro Zavala es un gran estudioso de la minificción. Todo lo que quieran saber, la unam lo maneja junto con otros tantos autores preocupados por el tema. A todo esto ¿Minificción? Es toda obra narrativa que en menos de dos páginas nos cuenta una historia, quizá con humor, pero siempre con una sorpresa agradable de leer. Hasta en ocasiones son filosóficas o incompletas, para que el lector comprenda el mensaje: “Y cuando despertó, el dinosauro todavía estaba allí”. Ese es todo el cuento llamado “El dinosaurio” de Augusto Monterroso, el gran escritor de brevedades. Recuerdo a mi amigo Dante Manuel Macías Landa quien antes de que yo entrara a Letras Hispánicas me dijo que se sabía todo un cuento de memoria. Estallé en sorpresa e ira cundo me dijo esto, pero ahora ustedes pueden aplicarla a sus aledaños.
La selección de Valadés es muy buena y recoge textos de todas partes del mundo. Pero momento. ¿Lo podemos considerar hispanoamericano? Incluir al globo entero no quita que sea la selección de un paisano. Son sus lecturas, y le funcionaron para nuestra tierra. Desde la China, Medio Oriente y Francia, Estados Unidos y nuestros países tan amados de Latinoamérica; Edmundo Valadés no deja nada al azar, porque son textos que todos podemos comprender. Como comentaba: mis alumnos ―hasta los menos versados en cultura― parecían encantados al momento en que les leía una o tres minificciones.

Mis coleccionistas lectores. Este libro es de Fondo de Cultura Económica y lo pueden encontrar con relativa facilidad, además de tener un accesible precio. Si van a la fil, no desprecien este gasto y aprovechen para leer algo breve, que en nuestros días es un tanto difícil continuar con las novelas de largo aliento.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Sentencias fuertes y concisas: Escolios

Mis aforísticos lectores. El día de ayer ―gracias al paro laboral que se impuso en la Universidad de Guanajuato― tomé clases en un cafecito del Agóra del Baratillo. Mi profesor, el Dr. Jaime Villarreal, escogió para esta sesión de Ensayo Hispanoamericano a Nicolás Gómez Dávila. Aunque no se esperaban todos los eventos que han acaecido en nuestro país en estos últimos meses, este es un autor que sigue vivo hoy en día y nos ayuda a comprender lo que pasa.
Es muy importante para todo lector enfrentarse a estos autores, ya que manejan una escritura llamada “aforística”. Se dice que el ensayo no tiene una forma definida. Ya lo decía Alfonso Reyes al definir al ensayo como el “Centauro de los géneros” pues es una mezcla de lo brutal y lo humano, como el Quirón griego. Por ello se le considera “ensayo aforístico”. Es aquí donde entramos en el debato sobre lo que entendemos con aforismo. Aunque hay muchas versiones de una frase breve y definitiva, el Refrán, la Sentencia, la Máxima, y el Axioma, tienen una ligera variante en cuestión de lo pensado. El Yo que escribe el aforismo es el mismo Yo que argumenta en el ensayo y nos habla desde una intimidad profunda.
Gómez Dávila nació en Bogotá en 1913, en tiempos que para él, la cultura no estaba desarrollándose en absoluto hasta la mitad del siglo xx y su libro llegó ―convenientemente― hasta estas fechas. Aunque tiene una religiosidad ―catolicista― muy marcada, no se limita al futuro de la humanidad. El fragmento de este colombiano toma relevancia en lo social: la democracia, el poder, el pueblo. Todo esto llega a nosotros en el tiempo correcto. Todos son textos reaccionarios a lo que ocurría en su tiempo. Y por ello es el título de sus tres libros de aforismos: Escolios. Para todos aquellos que desconozcan el significado de esta palabra, digamos que es toda nota exploratoria en un texto académico. Y esta estructura “rota” nos deja con la misma idea. Uno no entiende de todo, y el hacer pausas cada frase o dos nos ayuda a reflexionar en torno al tema. A diferencia de otros como Émile Cioran, quienes escriben párrafos completos y que cada punto y seguido puede separar una de otra frase que fácilmente podría coronar a modo de epígrafe de cualquier libro. Aunque en la tradición hispanoamericana se pueden separar en aforismos buenos y malos, fácilmente identificables como los que se encuentran en las entradas de restaurantes y cafés y los ejemplares abandonados en las librerías. Aunque también tenemos en otros medios, como en Twitter, microblogs o en la ya desaparecido barra de estado del Messenger.
Aunque estos textos llevan existiendo desde tiempos de Heráclito y mejorando en los siglos xvii y xix, muchos podemos encontrar estos textos como una escritura contestataria filosófica. Por ello, mis aforísticos lectores, les recomiendo acercarse a estos ensayistas tan distintos que en un fragmento podemos recuperar cómo funciona la vida. Hoy en día autores como Gómez Dávila sirven para reflexionar sobre nuestro mundo contemporáneo y nuestra manera de llevarnos en este ser.



sábado, 15 de noviembre de 2014

12 de noviembre: Día Nacional del Libro

Mis bibliófilos lectores, espero que estén disfrutando de un poco de calor, ya que esta semana ha sido un horror invernal; y hablando de estos días, el miércoles fue el Día Nacional del Libro. Fecha dada en honor a Sor Juana Inés de la Cruz, una de las escritoras más reconocidas en Hispanoamérica y un modelo a seguir en poesía, teatro y ciencia; además de que sus recetarios.
El día de hoy quiero entrar en reflexiones sobre el 12 de noviembre. Este año dedicado a José Revueltas quien en unos días celebrará cien años de su nacimiento. Pero ¿cómo se coloca Revueltas entre los anteriormente honrados Emilio Carballido, Carlos Fuentes, Amparo Dávila? Primeramente, todos son autores nacionales que han dado un punto de quiebre a lo que se estaba escribiendo en esos tiempos. Sólo aquel que haya leído los poemas de Amparo Dávila podría comprender esa sensación tan íntima sin llegar a encajonarse en “lo femenino” como veníamos hablando la semana pasada. Carballido y sus obras de teatro tienen una potencia enorme y ese final que puede ir desde un Chéjov hasta Poe. Carlos Fuentes ni se diga, no por nada fue candidato ―nunca ganador― del Nobel, aunque afirme que "Cuando se lo dieron a García Márquez me lo dieron a mí, a mi generación […] ".
Pero desde 1979 ―año en que José López Portillo pidió la institucionalización de esta fecha―, no hay una nueva literatura mexicana por año. Eso dependerá del lector. Las teorías de la recepción aplicada medianamente al habitus lector nos dicen que cada uno tiene derecho a rellenar los espacios no-dichos de una obra de arte literaria como guste, y ahí cabrá decir si es buena o mala para cada uno. Es este dictamen lo que hace en cada año un nuevo autor. Y es que no siempre son los mismos dictaminadores. Así que recuerden que al hablar de estética no puede serse objetivo. Hay una interpretación distinta en cada cabeza. En un cuento de Borges, donde yo veo que los elementos fantásticos nos hablan de la imposibilidad de abarcarlo todo con el pensamiento, otros leen una teoría matemática de la permutación, por no decir una reestructuración del mito que antropólogos encuentren.

El Día Nacional del Libro, a diferencia del 23 de abril que es el Día Internacional, tiene algo importante que no podemos dejar de lado: Somos México y escribimos lo que somos. En estas fechas en que duele ver lo que el Gobierno hace o deja de hacer no está de más homenajear a aquel intelectual, que como dijo Chomsky en 1969 acerca de Vietnam: “Los intelectuales tienen la posibilidad de mostrar los engaños de los gobiernos, de analizar los actos en función de sus causas, de sus motivos y de las intenciones subyacentes”. Y me gustaría terminar, mis bibliófilos lectores, recordándoles que, pese a todo el subtexto político que podamos encontrar en obras literarias ―y cito a José Revueltas― “Todo acto de creación es un acto de amor”.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La mujer y la cocina: Espacio de escritura

Mis activistas lectores, el día de hoy les voy a hablar sobre un movimiento hispanoamericano que fue el boom de mediados del siglo XX: Feminismo. En inicios de los 1900, tras las guerras de libertad sexual que ocurrían en Estado Unidos y Europa, las mujeres hispanas lograron identificarse con las ideologías de varias escritoras, como Hélène Cixous, Virginia Woolf y Simone de Beauvoir. El problema para ellas era que una mujer no podía ser sino un “segundo sexo”, y escribir “con el dedo en la yaga”. Es aquí donde las mujeres en nuestro continente se identificaron con el movimiento.
Entre ellas están Rosario Ferré con su ensayo “La cocina de la escritura” donde nos muestra la posibilidad de hacer literatura a la par que se hace esta arte tan “femenina”. Lo que Ferré nos comenta son muchas preguntas en torno a lo que es el escribir. Ángeles Mastreta en “Guiso feminista” dice que el sexto sentido de la mujer le permite sazonar de tal modo las historias que se genera un interés por parte de sus lectores, y aún más las lectoras que comprenden en su totalidad los sentires y diretes de una mujer. No. Ferré comenta que la escritura no es propia de la mujer, aunque sí hay escrituras femeninas, pero pueden surgir de un hombre, como de una mujer. Es el sentimiento, esa interioridad lo que deviene un texto a ser femenino.
Mujeres como Isabel Allende, Inés Arredondo, Rosario Castellanos, Laura Esquivel, Elena Garro y Silvina Ocampo, tienen en sus textos mujeres que muestran tiempo y sociedad. La mirada de la dama del siglo XIX se ha transformado en una contestataria. “Escribir es subversivo”, dice Ferré y por lo tanto rompe con el patrón hegemónico masculino. Y hagamos el recuento de mujeres escritoras en la historia antes del XIX: las hermanas Brönte, Safo, Mary Shelley. Un puñado ante toneladas de bibliotecas escritas por hombres.
La mujer fue desplazada y llevada a un puesto de: bruja, si bien le iba, pues la Inquisición acabó con muchas de ellas. La cocinera, como lo dice Rosario Ferré, es un humano que nació mujer. Muy distinto a Simone de Beauvoir y su “no se nace mujer, se aprende a serlo”. Es el caso particular de las mujeres en el ensayo que nos muestran su ideología y su propia interiorización. Mujer que sabe latín… de Rosario Castellanos nos cuenta casi a modo de chistes, la condición delegante que existe y cómo, para bien o para mal, las situaciones que afrontan cada día las mujeres están cambiando.

Rosario Ferré con “La cocina de la escritura” o “El coloquio de las perras” son textos que pueden leerse con gusto, Mujer que sabe latín… es casi obligado para las partidarias; mientras que Ángeles Mastreta nos da una visión más mágica de la mujer, con fuego en su interior y un demonio en búsqueda de la luz en la tinta y el papel. Mis activistas lectores, en este cercano Día del Libro dedicado a Revueltas recordemos que es conmemorando a Sor Juana, una de las figuras más importantes del barroco mexicano.


sábado, 1 de noviembre de 2014

La importancia de la traducción para el lector III

Mis traducidos lectores, hace tres semanas que no tomo el tan valioso ―por no decir complejo― tema de la traducción. Empero ―por razones de espacio― y para no transformar esto en una columna dedicada al tan vertiginoso tema de la traducción literaria, será ―redoble de tambores― dejada por la paz a menos que deseen que hable de algo en particular y para ello está mi correo electrónico en este espacio.
En mis labores de mediador de Sala de Lectura me topé con la mala interpretación que hizo uno de mis compañeros. Una lectora llegó a mí, el encargado de la semana pasada me la había descrito como una española; pero cuando la vi y hablé con ella descubrí, que ―gran error― era sudamericana, y la matera en mano de su compañero señalaba su claro origen: era argentina. Me animé a preguntarle ―además de su nombre que resultó ser Paola Piña―, y me respondió que era uruguaya. Craso error de mí.
Lo mismo me ha pasado con muchos libros. He pensado que la literatura ―aunque no toda― tiene una marca propia de su lugar de origen. Por años he creído que Bioy Casares tiene el lenguaje propio de los argentinos, y que algunos como Altamirano no pueden escribir nada que no se desarrolle en las calles y poblados de México. ¿Qué podemos identificar como francés en una obra de Émile Zola? ¿Es Novelas de San Petesburgo fiel a su lugar de origen? Podemos responder con un rotundo “sí”. Y la razón ya h sido pensada por muchos culturalistas antes.
Habíamos hablado hace tiempo que no se pueden traducir conceptos como “enchiladas” si no es una descripción medianamente desarrollada del artículo en cuestión. Pues hay también muchos elementos en obras literarias que nos dan la marca de su lugar de origen. Las obras japonesas tienden a ser más introspectivas y hasta en ocasiones ―para algunos― lentas. Y dicen que todos los chilenos hablan de una u otra manera de la dictadura. Eso generaliza, pero llegamos al común denominador de un país. Si no, ¿por qué tanto interés en la novela del narcotráfico? La virgen de los sicarios no podría desarrollarse en otro lugar que no sea Colombia, aun así, en México nos enfrentamos con serios problemas de narcotráfico y en Brasil hay incluso más violencia en las fabelas que en las inocentes andanzas callejeras del narrador de Vallejo.
No hay manera de traducirlo todo. Es imposible comprender una obra que trate temáticas específicas de una cultura sin zambullirse en la misma; pero sí hay datos que nos chocan de pronto y descubrimos que lo leído no es para nada mexicano. Sabemos al momento que un texto fue originario de cierto punto cardinal, si no, dedíquenle una pequeña prueba a algún libro fuereño, y no digo de los que Bloom llamaría clásicos; vayan con la poesía de Szimbroska, La mano de la buena fortuna, el teatro irlandés, algún texto de Australia, incluso. Muestren su ideología ante libros desconocidos, mis traducidos lectores, y dejen que el libro les hable de territorios tan desconocidos, como si de Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino se tratase.