sábado, 27 de junio de 2015

Una novela sobre teatro: El maestro de las marionetas

Mis nipones lectores, espero tengan un excelente fin de semana. Estamos terminando junio y se aproxima la época de lluvias acá en México. Espero todos estén igual de contentos que yo; que ya recibí mis correcciones de la tesis de Maestría e hice trámites a una beca para conformar la Enciclopedia de Literatura Mexicana durante un año. Si eso es verdad, esta columna puede crecer bastante con nuestros libros y autores propios de esta Tierra.
Empecemos de una vez, hablando ―antitéticamente― de una autora china, maestra de escuela en Estados Unidos y que vivió cuatro años en Japón. Katherine Paterson. Entre sus obras, El maestro de las marionetas fue galardonada con el premio Hans Christian Andersen en 1998, el mayor premio de literatura infanto-juvenil del mundo. ¿Por qué hablamos de una obra infantil y ―para acabarla― oriental? Bien. He vuelto a mis clases de japonés en Guadalajara y en la semana me dediqué a leer finalmente este libro que mi amiga Karina Vargas terminó amando. Me dije: “Veamos por qué”.
Es la historia de un pequeño niño japonés llamado Jiro quien es hijo de un artesano de marionetas. En medio de la hambruna y la soledad, decide irse de casa para trabajar en el teatro donde su padre vende las marionetas. Termina experimentando el mundo del espectáculo, empezando desde lo más simple: telones, y acabando de maneras interesantes.
Algo que recomiendo, sobre todo si están interesados en la cultura o el idioma japonés, es leer esta obra que te mete de lleno en la ideología japonesa y en el famoso arte del Bunraku, las marionetas japonesas. Japón tiene muchas artes, entre ellos el Bunraku, que consiste en una obra de teatro con marionetas de tamaño casi humano. Es tan pesada y difícil de manejar, que toma años ser proeficiente en una de las partes de la marioneta, pues se necesitan tres operarios, los pies, la cabeza y un brazo, y el otro brazo y su desplazamiento. Ahora imaginen tener a tres personas vestidas de negro en medio del escenario moviendo todo el equipo marionetista, al igual que hay animales volando, todo con una narración desde el costado con una persona quien, a libro abierto, declama las acciones y los diálogos. Pues eso es justamente el Bunraku, un teatro muy distinto de lo que conocemos, pues esas figuras en negro desaparecen de nuestros ojos. Nos enfocamos mucho más en los desplazamientos de la mano, cómo toma un pañuelo, cómo sus ojos se entristecen o cómo caminan delicadamente a través del escenario, que en los encargados de este teatro, pues es justo el efecto deseado.

Si quieren saber más sobre este curioso entretenimiento japonés, pueden buscar en internet más sobre el Bunraku, hay videos y artículos extensos, o leer El maestro de las marionetas. No confundir con la saga de películas de terror donde juguetes asesinan personas. Sobre todo acérquense a sus Salas de lectura y Paralibros, mis nipones lectores, pues este libro está esperándolos ahí.



sábado, 20 de junio de 2015

Algarabía: El libro de las palabrotas

Mis malhablados lectores, sigo trabajando en bachillerato, lleno de esperanzas de que mis catorce alumnos lleguen a amar la literatura ―o al menos a aprobar la clase― tanto como como yo. En las últimas cuatro clases les he leído diariamente alguna minificción o un cuento muy breve, pero ayer me di a la tarea de leer justamente un tomo que convence por el nombre El libro de las palabrotas, de la editorial de la revista Algarabía.
Para aquellos que no conocen esta revista, se pierden de mucho, como de una variedad de datos innecesarios y curiosos, que siempre terminan sorprendiendo al lector. El término “algarabía” significa festejo o vítor ante algo, y es el título de la revista, tanto un reflejo de lo que encontramos dentro de ella. Cada número tiene una especialidad: sexo, dragones, laberintos, edad media, películas de los 80. Pero contado a un público común. No es una revista de esas que se inundan en comentarios rimbombantes, sino algo más sutil, escrito por personas que entienden a los demás, que les comprenden y saben que hay ciertos modos de hablar para que les entiendan.
La revista es una cosa, pero Algarabía como marca lleva su pequeño mundo a cuestas. No sólo tiene artículos como pines, bolígrafos, separadores y camisetas, sino que aprovechando el papel que gastan, también son editorial de semejante cantidad de cosas. Libros de una colección que van desde mujeres infames de la historia, datos científicos, y el que comentamos ahora El libro de las palabrotas; como también libros dedicados a contar lo que pasó en cierto año. ¿Quién no quiere saber todo lo que ocurrió en… digamos… 1986? Año de nacimiento de su servidor. Si eso fuera poco tiene juegos de mesa como el manual de conversación, que consta de tarjetitas con datos curiosos para comenzar una charla, al estilo: “¿Sabías que Monterrey es la ciudad donde se consume más Coca-Cola?”, comenzando una plática o argumentando después a favor o en contra y llevando a todo evento social al éxito.

Toda una marca, como decíamos; pero su comercialidad, no le resta lo entretenido. El libro de las palabrotas recibe su nombre, no de ofensas, sino de palabrotas. La profesora Zeromska de la Universidad de Guadalajara escuchó una vez que gritábamos “albricias”, y deteniéndose con ceño fruncido nos dijo: “Qué palabrotas son esas”. Todos estallamos en risas porque “albricias”, así como “algarabía” no son términos comunes. Lo que hace este ejemplar es poner a modo de diccionario una serie de términos de lo más curiosos, como “asaltacunas”, “cuentachiles”, “infante”, “oligofrénico”, e incluso “energúmeno”, “tocayo” y “brandy”. Todo esto con un discurso muy amigable. Cada entrada mide de dos a cuatro páginas, son muy breves y divertidas. Y, mis malhablados lectores, si quieren saber más de estas palabras, busquen este libro de Algarabía en alguna librería o su ParaLibros más cercano.



sábado, 13 de junio de 2015

Imaginando: Fantasías en Carrusel

Mis pequeños lectores, esta semana ha sido de lo más complicada. No sólo estoy de vuelta en México tras dos meses en Buenos Aires, sino que tuve que ir a Guanajuato para dejar papeles de fin de Maestría y comprobación de mi viaje, y ―como si eso no fuera poco― acabo de empezar a dar clases a chicos de preparatoria. Tantos cambios y ajetreos me han dejado fatigado y decidí hablar de lo que les leí a mis nuevos alumnos el pasado jueves: Fantasías en Carrusel de René Avilés Fabila.
La edición data desde 1978, y la más reciente de 1995 por el Fondo de Cultura Económica. Por desgracia, el libro se descontinuó y estamos en espera de volver a verlo como “Novedad” en los aparadores del Fondo. Este libro de 640 páginas me salvó la vida hace un par de años, cuando tras mis jornadas laborales, llegaba a mi habitación a leer una minificción, todo lo que mis ojos y cuerpo podían leer, y caía dormido; pero feliz de haber leído algo.
Fantasías en Carrusel es una antología de minificciones hechas por un destacado miembro de la literatura mexicana. En ella toca temas de literatura misma, de miedo, del reino animal, mitológicas, divinidades, oficios, cuentos de hadas, en fin, un mundo completo. Destaco la importancia de este libro por mi anécdota y porque de verdad es un creador de minificciones bastante bueno. Está entre los ignorados de la literatura, lo mismo le pasó a Enrique Anderson Imbert en Argentina que es dejado de lado por sus contemporáneos Borges y Cortázar. Y aunque Aviles Fabila no es un autor “menor”, sí ha sido dejado de lado un poco. Por ello hay que apreciar lecturas olvidadas.
Ahora, si el lector abre el índice y ve todas las posibilidades que le despliegan los más de 200 textos, ¿qué debería de leer? Una profesora de licenciatura dijo una vez que hay que abrir una antología de cuentos y poemas como queramos. Aquí mi asesora de tesis saltaría iracunda al recordarme que toda obra tiene cierto sentido de lectura; por algo se llaman de cierto modo los libros, y la primera y última obra siempre tienen una relevancia importante con el resto de los textos; pero no siempre hay que ser tan académicos. Somos lectores, nada más; no se puede pedir un academicismo extremo al lector cotidiano que está fuera del mundo de la Crítica literaria. Esto es lo que trató de demostrar Cortázar en Rayuela, justamente; por eso dejo estas dos posibles lecturas, la sugerida por el autor, o la personal.

Si ya estando en esto, me preguntan cuál es el mejor de todos, mis pequeños lectores. A mí me encantaron “Dentro de la piel del lobo” y “Autocanibialismo”. Ambos un poco más largos que la minificción en sí, pero recomendables. No me resta más que despedirme, mis pequeños lectores. Estoy a su disposición en internet para cualquier sugerencia o comentario.


sábado, 6 de junio de 2015

En las ligas mayores: Novela de ajedrez

Mis jugadores lectores, les saludo este bonito día de verano desde mi hermosa Guadalajara. Luego de un viaje de 12 horas desde Mendoza hasta Buenos Aires, y de 22 horas entre conexiones hasta llegar a mi ciudad, por fin estoy en casa. En Mendoza, me hospedé en casa de mi amigo Mateo Rinland, y me recomendó una novela que tenía en mi acervo de Salas de Lectura y no había podido leer: Novela de ajedrez, o en otras traducciones Novela de ajedrez.
Stefan Zweig es autor de esta obra. Un austriaco desplazado por la primera Guerra Mundial y llegó hasta Brasil, donde finalmente se suicidó junto con su esposa. ¿Por qué leer la novela de Zwig? Primeramente por ser breve. En su versión de la editorial de conaculta, Alas y Raíces, tiene 94 páginas, además de que en cualquier librería educal ―en la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, como en el Hospicio Cabañas en Guadalajara― a un muy bajo costo. El segundo punto para leer Novela de ajedrez (1942) es que plantea en sus páginas la posibilidad de estar en un trasatlántico con destino a Buenos Aires y tener a un lado a Czentovic, el campeón mundial de ajedrez y al otro a un excéntrico hombre rico quien pagaría por una partida de ajedrez con el campeón. En ese momento se introduce un cuarto personaje importante: el señor B, quien tiene un dote impresionante para el ajedrez debido a su oscuro pasado, donde el ajedrez ―juego de ingenios y supremacía mental― le ayudó a sobrevivir.
Igual que En busca del tiempo perdido, de Proust que todo se desarrolla en el período de remojar una madalena y comerla, la novela son dos días en el trasatlántico en lo que se enfrentan tres veces y conocemos la historia del señor B. Nuestro narrador, un periodista que buscaba una entrevista con Czentovic es el encargado de contarnos todo e ir hasta los momentos de la guerra. Curiosamente la vida de Stefan Zweig está muy ligada a esta novela. No soy un fanático del biografismo literario, pero pensemos en que dos años después de esta novela, fue que se suicidó. Así que podría haber un vínculo entre su vida y la novela, pues en ambos casos hay un personaje europeo que debe viajar a Sudamérica.
También podríamos considerarla por tiempo de lectura. Novela de ajedrez, se lee en un par de horas. Es el perfecto compañero para un viaje, como el barco donde sucede la novela, o en cualquier conexión de aeropuerto. Nos enseña la multitud de personas que hay a nuestro alrededor, en un autobús, avión, trasatlántico; incluso en la vida diaria. No conocemos por lo que otros tuvieron que pasar. Muchos tienen talentos ocultos desarrollados por traumas infantiles, habilidades propias de una repetición innecesaria durante su adultez; hay un mundo de posibilidades de que nos topemos con gente así, como dice la famosa frase “La realidad supera a la ficción”.

Mis jugadores lectores, busquen a este ―hasta hace poco― desconocido autor austriaco que tiene desde teatro, poesía, biografía hasta novelas como esta que nos incumbe hoy.