viernes, 31 de julio de 2015

El cómic, el manga y otras aberraciones semióticas

El cómic conlleva todo un proceso creativo donde se involucra una excelente imagen con una excelente historia; pero algunos no entienden a la literatura y a la metáfora visual conviviendo a la par semánticamente. Desde sus inicios las publicaciones periódicas, como diarios o revistas ―allá en 1789 cuando la litografía fue inventada―, la historieta abrió su propio camino a golpes tipográficos. Ignorar esta tradición de más de cien años sería ofensivo. ¿Qué seríamos sin caricaturas políticas?, ¿cómo disfrutaríamos de las películas de superhéroes si nadie los hubiera imaginado y luego dibujado? Lo que en un inicio se relegó a ser cuatro imágenes consecutivas decorando los periódicos para continuar leyéndola día con día, o recortarlos para leer la historia completa ―como solía hacer mi madre en sus tiempos de juventud― de “Flash Gordon” o “El fantasma”.
Desde el siglo xix la historieta venía entreteniendo al mundo. La época decimonónica fue famosa en la literatura por sus revistas literarias. A la par surgieron en Europa ciertos libros ilustrados como Hogan’s Alley (1895) de Outcault, The Katzenjammer Kids (1897) de Rudolph Dirks, y Happy Hooligan (1899) de Frederick Burr Opper. Estos son un punto de partida, pues incluyen los famosos globos de diálogo y la integración directa del texto con la imagen.
La Francia del siglo xx, tiene en sus anales la bande dessinée, ―traducido como “tira cómica”―. Los franceses tienen tesis sobre Las aventuras de Tin Tin, del vikingo Asterix, o de los galeses Les Schrompfs ―Los pitufos en América Latina―. Cada país tiene sus hitos del cómic, pensemos en Hispanoamérica: el chileno Condorito, en Argentina está Mafalda, único personaje ficticio del Salón de la Fama en la Casa de Gobierno de Buenos Aires. Estados Unidos tiene los suyos: Garffield es un ejemplo; pero también existen superhéroes de todos los tipos. Tanto Marvel como dc son emprendedores de la integración de nuevos elementos como salir de las viñetas y abusar de los colores.
Desde chico aprendí lo directas que pueden ser las artes plásticas. Remedios Varo fue la quien me enseñó eso, aún sin saber quién había pintado semejante cuadro surrealista. En mi cabeza conceptos como “surrealismo” no tenían cabida alguna. Esa imagen perdida en alguno de los libros, aparecía entre las páginas para mostrarme a tres hombres con sombreros extraños bebiendo frutas con un popote. Había más narrativa en los “Vampiros vegetarianos” que en esos libros de $5°° comprados en puestos de periódicos; pero compararlos con la colección de Julio Verne de mi abuela la cual devoraba con deseo en vacaciones, era imposible.
La literatura es un medio perfecto de dar mensajes, es un mar de letras donde cada signo posee un significado único. Fue Spawn el primer cómic que leí donde llegaron esos sentimientos encontrados los cuales hasta ahora me persiguen. Me es imposible concebir la unión de imagen y texto de modo tan fragmentario. Fue hasta hace cinco años cuando aprendí la riqueza del libro-álbum, pero sigo sin sentir aprecio por el cómic. Spawn jugaba perfectamente con eso. La tipografía tan desorganizada, las marcas de tiempo, el payaso tan colorido que rompía con la obscuridad de las páginas como un Eso de Stephen King. Ese justiciero distinto a Los superamigos rompía mi idea de Verdad y ―aún más― de Justicia. Todo me causaba una repulsión inconmensurable. Algo molesto era revisar cada detalle de las viñetas, en ocasiones ni siquiera estaban completamente definidas. Tras comprar ocho números, decidí que no era lo mío. La unión de texto e imagen disparaban en mí un desasosiego tal que me fastidiaba tardar tanto en leer algo ―en apariencia― de tan pocas páginas.
Intenté con su versión japonesa: el manga. Sólo conocía su modo de lectura: tomar el ejemplar al revés, simulando empezar por el final, y realizar una lectura de la izquierda superior derecha a la inferior izquierda, como si de una “z” invertida se tratase. Era pleno apogeo de editorial Vid en México, la cual ―además de publicar excelentes libros ahora desaparecidos― trajo títulos como X-1999, Rouroni Kenshin, Love Hina o Shaman King, las cuales en su versión de anime estaban ganando seguidores muy fuertes en internet e incluso en televisión americana.
Esta situación debe ser similar a la sufrida por los seguidores de Harry Potter. Seis libros para no leer el séptimo era una ofensa al todo lo invertido en la saga. Imaginen gastar cerca de $100°° en manga quincenalmente y descubrir que, como le dicen a Mario en cada nivel: “La princesa [y el final de la historia] está en otro castillo”. Con esa fórmula Dr. Who llegó a los 50 años. Ya en el primer capítulo dejaban la intriga de saber a dónde o cuándo les había enviado la tardis. Sólo conocíamos al Doctor, a su nieta y a los dos profesores quienes no hicieron más en el primer capítulo que dar pistas de la extraña nieta del Doctor. Pero generar intriga al lector o espectador es un recurso de folletín del siglo xix, de bardos y juglares de la Edad Media, de Sherezada en las 1001 noches o relatos anteriores.
Seguir una historieta ―venga del país que venga― es una tarea titánica. En Japón los maga llegan a 300 tomos y hay compendios de dc con 500 tomos. Si es un problema meter libros en estanterías, basta imaginar tantos manga. Al menos el cómic es de un tamaño reducido; pero el manga parece un libro de bolsillo, lo cual complica su almacenamiento. Quizá por ello siempre he sido partidario de ver los anime que a leer la versión impresa. Aunque es como las películas basadas en libros, las cuales, a pesar de sus buenos efectos especiales, siempre podrás decir “Está mejor el libro”. El seguir este tipo de impresos es como seguir a Agatha Christie en vida, 66 novelas ―67 según Dr. Who― y 14 libros de cuentos. Es casi el mismo peso que todo el manga de Naruto, Fairy Tail o One Piece. Existen ―hablando de crímenes y detectives― series como Detective Conan la cual ―superando a la escritora británica por mucho― rebasaba los 80 volúmenes con 900 revistas editadas.
La historieta sigue evolucionando. Las versiones cortas de los periódicos están todavía presentes. Las redes sociales tienen comiquitas de Mafalda. La palabra “Meme” ha cobrado fuerza. Ya muy pocos preguntan el significado de “Meme” como pasaba hace diez años cuando 4chan.com comenzaba a establecerlos. Una raíz tan antigua como lo es el griego “mímesis” da origen al término “Meme” y marca una evolución de nuestro modo de pensar, pues a diferencia de lo que yo creía con el cómic, las imágenes se van juntando con la literatura, a modo de una minificción donde memorizamos la razón de ser de cada imagen.
Los libros siguen sin imágenes, a menos de que se trate de una historia infanto-juvenil; las fotografías y pinturas no necesitan un texto más allá del título dado por el autor. Todavía estamos en una época de cambios. La cultura actual podrá cambiar en cuestión de meses. Diez años adelante seremos una civilización memética donde la palabra y la imagen estén unidas indisolutas. Incluso el Meme podría remplazar a muchos modos de comunicación.
Desconozco todavía no pueda apreciar correctamente algún cómic o manga. La tira cómica argentina llamada El Eternauta se considera “alta literatura” según algunos críticos. Asimismo, series tan envolventes como Arrow y The Flash, basadas en cómics, me hacen pensar en que si se le dedicaron cuarenta minutos a cada uno de los más de 20 capítulos por temporada a su versión audiovisual, un lector que considera el cómic o el manga como una aberración semiótica, podría enfrentarse a un híbrido como tales.
Imagen, literatura, crítica social y un poco de metáforas juntas parecerían una buena combinación de compleja recepción. Los tiempos cambian y las imágenes saturan las redes sociales, en todos lados vemos signos y símbolos, no se puede dejar de lado la apreciación del cómic y del manga, pues muestran más de una verdad; si alguien no lo comprende, no por ello debería ser despreciado.

Julio 2015

sábado, 25 de julio de 2015

La comedia del teatro francés

Mis burgueses lectores, he abandonado la idea de convertirme en profesor del Sistema Penitenciario Federal, ya que, a pesar de tener todos los requisitos, hay una letra ―un símbolo― que hace que la burocracia caiga de lleno en mi persona y debido a ello no pueda seguir en el proceso de selección. Y ante tantas consecuencias de las clases sociales, aprovechando semejante trato y mis clases de literatura donde estamos viendo teatro francés, quiero aprovechar para hablar de un escritor que sigue sacando risas a diestra y siniestra. Para esta semana, tenemos como tarea leer a Jean Baptiste Poquelin, mejor conocido como: Molière.
Aunque nuestro autor tiene varios siglos muerto, sus obras siguen vivas. No hay necesidad de hacer toda una tradición que tiene, y es mejor dejarlo hablar por sí mismo. Ya sea viendo una obra o leyéndola, sigue casando humor. Y hablo de dos comedias que me fascinan: El burgués gentilhombre y El enfermo imaginario. Aunque Tartufo y El médico a palos son bastante interesantes, nada se pueden comparar con estas dos obras, o al menos en la humilde opinión de su servidor.
Es importante leerlo por una simple razón: si disfrutamos de un buen chiste, lo haremos con este humor francés. En El burgués gentilhombre nos enteramos de un nuevo rico, quien busca hacer de todo. ¿No les ha pasado hacer cuentas de lo que harían en caso de ganar la lotería? Pues todo eso ―y más― busca hacer nuestro protagonista. Un hombre tonto, pero que con dinero busca obtener todo lo que la vida le privó: estudios de música, arte, lenguas, derecho, filosofía. La moraleja no se separa más del dicho que “el que mucho abarca, poco aprieta”.
Pero de las que comentaba en inicio, El enfermo imaginario, trata de un hipocondriaco que todo lo quiere solucionar con medicamentos, mientras que su hija está enamorada de otro hombre, su padre desea que se case con el tonto del sobrino de su médico para así tener consultas gratis. Aunque la historia puede ser tan simplona como aquí la cuento, no olvidemos que es uno de los mejores comediantes de la historia: La sirvienta se le pone al tú por tú a su maestro para poder hacerlo entrar en razón, y se lleva las palmas.
Muchos personajes femeninos de Molière son verdaderas obras de arte. Y los doctores y burgueses son siempre los ridículos. Serviría entender la justificación de esto pues la madre del dramaturgo murió por un descuido por parte de los médicos.
Lean a Molière, mis burgueses lectores, y disfruten de una comedia humana y simplona. Si no, siempre pueden buscar en YouTube los videos que no dejan nada malo en la historia de la literatura.



viernes, 24 de julio de 2015

Los geeks, los frikis y su entorno poco amigable

El prejuicio es algo con lo que debemos cargar desde que nacemos. Si eres niño no puedes tocar siquiera una muñeca; si eres pobre no deberías saber de la nueva consola de videojuegos. En mi caso, al vivir en una de esas colonias de clase media-alta que están perdidas por toda la ciudad de Guadalajara, crecí con un complejo en torno a las apariencias.
Mi vida ha variado un tanto desde ese entonces. Pasé de la Acordada Poniente a la Acordada Oriente ―sólo dos calles de distancia―, y de ahí a Durango, Guanajuato y Buenos Aires. Siempre me he llevado bien con la comunidad; pero regularmente hay varios peligros latentes relacionados con las apariencias.
Si estudiar Literatura ya es subversivo, ser de gustos extraños lo es aún más. La literatura fantástica, los videojuegos, el anime ―con el idioma japonés a cuestas― y los juegos de rol son una difícil marca qué ocultar y que todos pueden ver. Alguien que lleve este estigma se debe ver en la penosa situación que vivió Caín al ser expulsado de los territorios de su familia: la mácula del traidor y del fratricida. Así me veían en las calles que habitaba, y es que son las apariencias lo que determinan quién eres. Quizá en Guanajuato es donde menos me han criticado, cuidad de músicos y pintores donde muchos se dedican también a la escritura, pero en una colonia habitada por profesionistas ingenieriles, estudiar humanidades es sacrílego.
¿Cómo se puede disfrutar plenamente la vida si siempre están señalando al prejuzgado? Ser de esos que escuchan música japonesa y ven caricaturas en un idioma al cual ―aunque los lingüistas reconocen como japonés― todos llaman chino. El niño que a los 14 años de edad tenía un vago conocimiento de la lengua nipona es todo un transgresor. El inglés es el idioma del futuro. El inglés se habla en todo el mundo, ¿para qué estudiar un idioma que se limita a una pequeña isla asiática? Estudiar este idioma, así como ver sus caricaturas y conocer algo de su cultura ya causa furor entre los vecinos. “Allá va el hijo de la señora Esther”, piensa la gente “El que habla chino mandarín”, dice una. “No, es chino-japonés. El otro día escuché que le decía algo a sus amiguitos”. Si en inicios del siglo xxi que uno de los vecinos supiera francés ya era un escándalo, las lenguas que ni siquiera comparten alfabeto son del diablo. Ahora ver caricaturas en ese idioma, debe ser un choque despampanante para todo neófito en lo asiático.
Recordemos la llegada en los 90 de esas animaciones: Dragon Ball, Caballeros del Zodíaco, Ranma ½, Candy Candy y ni se diga del lacrimógeno y malhadado Remy. Entre las madres conservadoras que escucharon los rumores de que “Pikachu” era un demonio musulmán, y que Ranma ½ generaba crisis de identidad sexual; ir más allá y adentrarse en títulos como Evangelion ―donde peleaban contra los ángeles del Dios―, Escaflowne ―la serie en que peleaba la princesa transformada químicamente en hombre― y ni se diga de algunas series desconocidas como Saikano, Kare-Kano, Onegai Teacher, y demás perversiones, levantaba en los rostros de los vecinos una ceja inquisidora envidiada por cualquier actriz de telenovelas. Incluso en territorios como Buenos Aires, saber un idioma como tal es ridículo. Sólo era de gusto de la chica brasileña que llegó de casualidad a la misma calle. Parias de la sociedad, la gente se reunía en las esquinas a platicar de lo bizarro de cantar temas de entrada y salida de caricaturas desconocidas para ellos, pero todo un hito para los otaku y demás personas que conocen algo de anime.
Superado el asco del idioma, pasar siquiera a ser de esos tipos raros con cartitas de Yu-Gi-Oh!, era deshonroso. En lo personal nunca me agradó ese juego, prefería el tradicional Magic: The Gathering del cual Kazuki Takahashi tomó las ideas ―masticándolas con mercadotecnia japonesa― para crear este misterio social. Al final de muchas interrogantes de la jefa de colonos ―y seguramente una visita del párroco a bendecir la banca donde teníamos nuestros duelos― dejó de llamarlas “cartitas de Yu-Gi-Oh!” y generalizó con un “cartitas”. Crecer en este contexto fue complicado. Nadie más comprendía lo que era una “criatura”, un “instantáneo” o siquiera una “tierra”. Los niños con balones de fútbol y los corredores del parque perdieron interés en el disforme grupo de “amiguitos del vecino” que usurpaban el espacio de convivencia donde todos podían beber en espacios públicos con o sin razón de hacerlo. En Durango de 1995-2000 uno debía limitarse a ir a la única tienda de este género. Aunque en una excelente ubicación, las miradas no se detenían cuando ―junto a mis nuevas amistades― me detenía a un combate de papel en las plazas de La Laguna. Tanto yo, como otros, éramos unos inadaptados que no apoyábamos al Santos ni disfrutaban gastar su dinero en gastos efímeros e invertían en algo aún más efímero y que hoy día decora cajas de zapatos en muchos armarios. El loco aquí era ese esquizofrénico quien pensaba ser un mago que convocaba monstruos demoníacos al plano material. Nunca se pondría en juicio que dejarlo todo por un partido del equipo local en una emisión televisiva fuese más extraño que las actividades lúdicas e inofensivas a las que nos dedicábamos en ese tiempo.
Si se comportaban así cuando supieron lo de mi afición por los Trading Card Games, o con el idioma extraño de más allá del océano; nada les había preparado para el siguiente paso en rareza: los juegos de rol. Si para la agradable junta de vecinos de la colonia Jardines del Country era visto como una amenaza antropológica con tintes satánicos, mi incursión en los juegos de rol fue aún más sorpresiva. ¿Cómo puedes explicar a una humilde señora de sociedad lo que es Dungeons and Dragons? ¿Una actividad donde se involucra la literatura, la mitología y el azar, de modo que un personaje creado por uno mismo se mueva en un mundo imaginario siguiendo las indicaciones de un narrador-moderador? Sinceramente, menos del 10% de la sociedad entendería a lo que me refiero con ello, y de ese porcentaje sólo una pizca sentiría curiosidad por asimilarlo y desmitificar la imagen en vez de llevar su dedo acusador a mi persona. Rolar es una actividad por más entretenida donde interactúas con tus amigos de modos que ni lo esperabas. En algunas campañas ―porque así se llama las “reuniones de los muchachos ésos”― logras hacer cosas que en tu vida harías, flirtear con una señorita, siendo que tu personaje es mujer y como jugador eres hombre; matar a sangre fría a un caballero medieval cuando rutinariamente atiendes una biblioteca con la voz más pasiva del mundo, o ser un centauro shaolin que respeta a toda criatura viviente cuando no sales de ser un amargado universitario. Según antropólogos estadounidenses ―los más citados de todo el mundo― los beneficios del rol pueden ser bastantes; pero el objetivo final siempre será entretenerse, liberar la tensión de la semana en una catarsis asistida y rodeado de tus amigos. Podría venir Aristóteles con su Poética y encontrar en Dungeons and Dragons o Vampire: The Mascarade todo un ejemplo de interacción pasiva y armoniosa donde se limpia el alma del auditorio. De eso a un videojuego ―por no comentar la idea del videojugador ocioso―, no hay mucho. El rolero disfruta juntándose con sus amigos y a pesar de que ellos se conocen, están en otro contexto de vida, con sus alteregos. El rolero no busca desatar una legión demoníaca en los patios traseros, o convocar a Abraxas el demonio traicionero en la azotea de cualquier localidad. El rolero está más próximo a un estudiante de Teatro que debe practicar un papel, o el escritor amateur que practica sus descripciones e intertextos, que a esa ridícula idea ante lo extraño.
Si esto es escandaloso, juntémoslo todo. Uno tiende a ser discriminado muchas veces. Pero también en ocasiones están esos otakus, esos roleros, videojugadores o amantes de los Trading Card Games que no toleran a los que les critican. Sobre todo en la adolescencia. Es más simple correr a ofender al quien critica, que demostrar cualquier interés personal. Más si uno estudia Humanidades, debería estar abierto a comentarios en contra de su labor. El prejuicio de aquel loco perdido en un mundo de ideas siempre ha sido igual. Es fácil imaginar a un Sócrates venido a menos porque su idea de “genio” es alguien salido de una cueva, ¿qué podemos decir de un Galileo con la fuerte convicción de que la tierra no era el centro del universo? Sentirse superior sólo por tener gustos distintos es tan ridículo como imaginarse súperdotado por ser homosexual. Pero en tiempos posmodernos es común defender al grupo minorizado o repudiar al atacante. El prejuicio de que estamos en realidad solos en el universo y que todos buscan nuestra segregación, podría ser verdad. Aunque no por ello hay que denigrar a alguien más. Los gustos por los videojuegos, el anime, el rol, o las cartitas son suficiente para etiquetarte, tanto como haber ganado un concurso de ajedrez, ser bueno en matemáticas, o tener un fetiche por la medicina.
El acercamiento que cada uno tenga hacia la realidad es bastamente diferente. El prejuicio es una manera de alejar a ese Otro. Si nos abrimos para ver que ese rolero es en realidad un profesor de enfermería, que esa chica que juega con cartitas es ingeniera en sistemas, que aquel chico que escucha música en idiomas raros en realidad es uno de los quince seleccionados anualmente por el gobierno japonés para una beca de dos años en estudios de maestría debido a su impresionante nivel académico y conocimiento de la lengua, son en realidad personas y no sólo sujetos de estudio, estaremos un paso más cerca de comprender al prójimo, de no juzgar a un libro por su portada, ni a una mujer santurrona por sus ofensas.

martes, 21 de julio de 2015

Procesión

A la vista de todos hay tumbas erguidas en memoria del pasado.
Ataúdes circulantes que vagan de un lado a otro del cementerio.
Horas estancadas que acaban antes de empezar.
El exceso de contacto humano devela cuerpos amortajados de rutina, y ninguno mira la mancha verde que arruina su progreso.

Poema hecho gracias a Javier Ponce en su Taller de Poesía, en el Verano Literario de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, el martes 21 de julio de 2015.

sábado, 18 de julio de 2015

Las cárceles: Vigilar y castigar

Mis penitenciarios lectores, ya es un nuevo fin de semana y debemos apreciar la libertad que tenemos. Sabrán que participo para ser profesor en el Sistema Federal en prisión. Sí. Uno escucha muchas cosas de la prisión y se asusta; pero una vez leído Vigilar y castigar de Michel Foucault ya no sorprende tanto.
No es una novela, ni una obra de teatro, no cuenta una historia; sino que es la misma historia. Si conocen un poco a Foucault, sabrán que tiene la trilogía de Historia de la sexualidad, donde explica cómo evolucionaron las experiencias sexuales hasta nuestros días. En Vigilar y castigar conocemos el desarrollo de las prisiones y sus sistemas de tortura.
Foucault va desde las torturas antiguas hasta algo más moderno. Reflexiona cómo es que el castigo físico era a veces la misma “penitencia” y en otras sólo un medio para confesar los crímenes. ¿Se imaginan? Yo antes de leer este libro pensaba que en la Edad Media eran crueles porque así era el tiempo en el que vivían; pero no. Foucault nos explica que hay en realidad una razón de ser. El culpable debía confesar su crimen en menos de dos intentos porque si no quedaría libre, y las torturas obligaban a que esta confesión llegara a tiempo.
Describe métodos inimaginables que acabarán asombrando al lector, más por el morbo que por el desarrollo general de las acciones. Desde la famosa Rueda, hasta el cadalso o la guillotina. El inicio es todo un placer de lectura, pues llegamos a descubrir cosas que no teníamos ni idea. Claro que todo va haciéndose más tranquilo conforme los derechos humanos crecen. Pero Foucault se lo pregunta: ¿Si un preso tiene comida, techo y no necesita trabajar; no lo están premiando a diferencia de la clase pobre en desventaja? Curiosa idea. Pero Foucault no se hizo el gran crítico por hacer cuestiones vagas.

Ahora. Estamos hablando de literatura. ¿De qué nos sirve un libro sobre la historia del sistema penitenciario? Aunque no lo crean, hay un millar de trabajos académicos que usan a Foucault como método a seguir. Sobre todo el término “Poder”, que es lo que se trata de demostrar por parte del Estado cuando tiene alguien descarriado como lo sería un criminal. El “Poder” recorre todas las páginas de esta obra, pues explica específicamente sus funciones. Y en un país como el que tenemos, parece interesante saber un poco acerca de cómo el Estado ejerce dicha fuerza en la población, no sólo en su sistema penitenciario que demostró tener varios puntos ciegos como para dejar escapar a un reo de alta seguridad en Jalisco, sino también, mis penitenciarios lectores, en todo momento de nuestra vida libre y soberana.


sábado, 4 de julio de 2015

No más vampiros ni brujas: El don del lobo

Mis licántropos lectores, el día de hoy ya se cumple un mes de haber entrado como profesor universitario; pero también es justo el último mes en que formo parte como estudiante en las barracas universitarias. Al menos hasta el doctorado. Así que entre felicidad y tristeza empecemos.
Hace dos semanas vi en el muro de mi amigo Frausto que iba a empezar a leer una novela de Anne Rice llamada El don del lobo. Me sorprendí porque no conocía en absoluto de la existencia de dicha obra, quizá mientras estaba en la maestría me despegué un poco de mis autores favoritos, y ―efectivamente― lo había hecho. Esta novela salió a la luz apenas en el 2012, y ya tiene una continuación llamada Los lobos del invierno (2014).
Anne Rice es una escritora estadounidense que creció en Nueva Orleans, esa parte francesa de los Estados Unidos donde hay una curiosa mezcla cultural. Para los que vieron la película de Disney La princesa y el sapo,  es justo ese mismo lugar. Y tiene una riqueza folclórica increíble.
A Anne Rice yo la conocía por los vampiros, las brujas y el contexto egipcio que parece tanto gustarle. Me había leído toda ―sí, toda― la saga de vampiros y comenzado con las brujas y los faraones, descubriendo un gusto desbordante por su literatura. Para mi sorpresa está bien acomodada en la Universidad de Guadalajara, pues mi profesor de Novela Negra, Roberto Herrera, la reconocía como una escritora decente; a diferencia de la maravilla épica que tanto me gusta.
En general tiene buenas obras, los vampiros me encantaron y eran un dejo de la transformación radical que sufrió este ser mágico en los últimos años, pues tenían una belleza desbordante, pero seguían temiendo a la luz y eran sádicos cazadores, aunque también deprimentes existencialistas.
El don del lobo tiene un comienzo flojo. La obra parece perderse en el capítulo sexto del Quijote donde hacen el gran escrutinio de la biblioteca. Referencias por aquí y por allá a libros viejos. A mí ―que me encantan obras donde salen bibliotecas― me encantaba; pero nada de hombres-lobo… El salto fue radical, sufren un ataque y ahora sabemos que hay un “Lobo-hombre” en la ciudad. Como hizo Rice con los vampiros, este licántropo tiene una variante ligera que termina encantando. Hay sexualidad en el asunto, como si un vampiro o una bruja no tuvieran ya un subtexto sensual como se vio en otras novelas; le dota a su criatura de una libido envidiable que no parece estar tan del lado brutal, pues el mismo título de “Lobo-hombre” se entiende como un lobo que toma apariencia ―y conciencia― humana.

Muchas son las historias que juegan con ello, desde René Avilés Fabila en “Dentro de la piel del lobo”, o “Licantropía” de Enrique Anderson Imbert. Son cuentos que no pueden dejar del lado cuando lean esta nueva novela. Recomendada para conocer algo de lo nuevo en el mercado, mis licántropos lectores, y espero que la disfruten tanto como yo.