sábado, 29 de agosto de 2015

El zombi lovecraftiano: terror disfrazado de horror


Mis providentes lectores, les escribo en el día de cierre de las actividades del Foro “Poéticas del Horror”, dedicado a Lovecraft y su obra, sobre todo el Necronomicón. Hace unos días hablé de este autor, pero ahora quiero tomar otros textos, ya que la obra de H.P. Lovecraft es inmensamente interesante.
Entre su mitología de dioses primigenios y antiguos demonios dormidos en el mar, están también algunos cuentos y novelas donde no hay seres extraños a la comprensión humana. En las conferencias del Foro preguntaron cuál era la poética del autor, y se respondió que era el “Horror”. Bastante conveniente para un Foro llamado así, pero también es porque existen elementos que salen de la comprensión humana, en el caso de una saga: “El reanimador”.
Si conocen un poco de zombis y de “No-muertos”, sabrán que han sido reanimados por métodos que combaten la muerte. Ya sea The walkin death o Resident Evil, todos están del lado de la ciencia y no tanto del vudú. La ciencia es terrible y no podemos dejar de pensar en lo que nos puede afectar un dron o un espía cibernético. Phill K. Dick mostró una desventura de terroríficas donde todo está perdido. No hay futuro alegre ni desenlace agradable, todo culmina con una desgracia, como el Lovecraft. Siempre la tecnología arruina al hombre, le deshumaniza y causa conflictos. En Lovecraft es igual. Aunque similar a “El elixir de la larga vida”, donde un hombre ha investigado en el antiguo Medio Oriente modos de generar un bebedizo para ser inmortal. Con Lovecraft este no es un bebedizo, es un suero inyectable. Les da movimiento nuevamente a las criaturas, de modo que tengan reacciones naturales, pero siempre fracasa.
Parte del clímax de la historia es cuando al intentar reanimar a un negro, éste se convierte en una máquina de  matar y busca devorar carne humana. Todo se complica cuando “la bestia”, así como otro sujeto, son detenidos y encarcelados. Todo mundo piensa que es un loco, pues se expresa en inaudibles expresiones y variados movimientos nerviosos, como si su alma no estuviera con él.
No sólo en los cuentos sobre muertos vivientes se observa esta peculiaridad; sino también en algunos asuntos como los sueños. Para Lovecraft los sueños eran bastante perturbadores. Con pesadillas desde niño, podemos imaginar cómo la oscuridad de cernía sobre él para llevarlo a emociones más allá del horror. No nos cuesta imaginar el terror a la muerte que tenía, por ello anhelaba reconstruir su vida después de expirar. Los seres primigenios y criaturas ratiformes de miles de ojos también estaban presentes para él en sus sueños. El hecho de esas pesadillas recurrentes vienen aunadas al trauma de su niñez: el padre y la madre. Ambos fueron un detonante para horrorizarle.
Como se darán cuenta, mis providentes lectores, puede que todo su plano material lo motivara a la esquizofrenia de sus personajes. Los sueños lo llevan a otra dimensión de miedo, del horror sobrenatural en la literatura.

sábado, 22 de agosto de 2015

De detectives medievales: El nombre de la rosa

Mis abádicos lectores, hace mucho tiempo que lloro la pérdida de un libro. En un curso de literatura fantástica que di, apareció una asistente bastante amigable con una petición. El libro era ―y sigue siendo― caro. Ediciones DeBolsillo con más de 1000 páginas, y que prometí volver a leer algún día. Ese día llegó ―no con el libro― adquiriendo de vuelta ese ejemplar ya con más de cinco años desaparecido. Así suele ser la vida del promotor de lectura, no puede dejar de prestar libros como El nombre de la rosa de Umberto Eco.
Muchos llaman a este libro como “En el nombre de la rosa”, cinco-seis amigos me han abordado para decirme mi error; pero ni la versión italiana, ni en español veo ese “En”; lo que sí comprendo es su confusión pues la obra se desarrolla en un monasterio medieval y está cargado de plegarias y descripciones. La confusión podría salir por eso. Es un ambiente oscuro y fúnebre, como en cualquier abadía. La historia comienza con la llegada de Adso de Melk y su mentor: Guillermo de Baskerville para investigar un extraño asesinato de un clérigo. En los siete días en los que se desarrolla la novela, conocemos las muertes hechas por un monje que resguarda un tesoro.
Lo magnífico de la novela es lo tardadas que pueden ser las descripciones. Recuerdo la descripción de un libro hermosamente decorado que tardó cuatro páginas en terminar de mostrarse ante mis ojos. La prosa de Eco es altamente barroca en este libro. Entra en detalles tan finos y pulcros que asombran al lector. Con el bibliotecario ―Jorge de Burgos― tiene una acalorada conversación detallando todo, ya sea el cuerpo humano visto por dentro, los decorados de las paredes, o el modo en que un monje tiene sueños eróticos en las noches.
La novela fue escrita en 1980, pero lo más importante es la verosimilitud. Supone ser un manuscrito ―y qué manuscrito para el tamaño del libro― hecho por Adso de Melk en el siglo xvi. Él es el narrador, por lo que la crítica le nombra “novela histórica”. Todo esto es un juego de verdades que instala Umberto Eco. Él sabe perfectamente cómo involucrar al lector. Hacerlo partícipe de la confesión de Adso quien, no sólo trata de desenvolver el misterio de los asesinatos y conocer a su maestro ―quien para ese tiempo ha desarrollado ya unos anteojos―; sino también  encontrarse a sí mismo.
Hay referencias a Jorge Luis Borges, tanto en su bibliotecario ciego llamado Jorge de Burgos, como en la biblioteca de la abadía, muy similar a “La biblioteca de Babel”. También hay una unión de Sir Arthur Conan Doyle ―autor de Sherlock Holmes― en el apellido de Guillermo: Baskerville ―como El sabueso de Baskerville― con el nombre de Guillermo de Okham, un fraile franciscano dedicado al estudio y la escolástica.

Mis abádicos lectores, lean esta preciosa joya. Dediquen diez páginas diarias. Tardarán bastante, pero cada día tendrán ante ustedes un universo descriptivo y un misterio igual de terrorífico.


sábado, 8 de agosto de 2015

I’am Providence: H.P. Lovecraft

Mis cósmicos lectores, me había guardado este autor por mucho tiempo esperando el momento preciso para sacar esta joya literaria, y el Foro “Poéticas del Horror” es la excusa perfecta. Hablo del grandioso Howard Phillip Lovecraft.
Uno de los maestros de la literatura de suspenso y de horror está justamente convocado esta semana. Es imposible hablar de todas las historias que existen de él, como “La llamada de Cthulhu” donde exhibe su más famoso monstruo el cual yace dormido en las profundidades del océano esperando el alineamiento astral propicio. Para Lovecraft, tenemos la desgracia de vivir en donde los seres primigenios llegaron antes. Son dioses y figuras de enorme poder que podrían alimentarse de nosotros. Vienen de otro tiempo, espacio y plano. Ahí está Dagon, otra criatura marina que es venerada por algunos locos. Aunque también tiene zombis químico-mágicos, como el extraño caso de Charles Dexter Ward; y algunos viajes astrales o seres repulsivos.
Para Lovecraft hay una poética específica: todo viene de la oscuridad y no es posible de controlar. En muchas películas estadounidenses de monstruos pocos sobreviven, pero hay alguien que llega invicto y puede contar la historia como un loco o como héroe. Pues con Lovecraft sólo encontramos despojos. No hay ganadores. Nunca nadie sobrevive, sólo su voz, por medio de un diario o cuaderno de viajes. Y es porque estos entes pueden destruir a la raza humana si se lo proponen; pero no es el momento. Los que se adentran en territorios desconocidos merecen ese castigo; pero las advertencias que nos dejan son más valiosas. Hay una inspiración en los trabajos de William Hope Hodgson. En lo particular disfruto La casa en el límite, o La casa en el abismo. Se nota la influencia que tiene una vez que leemos a Hodgson, pero pienso que Lovecraft hizo un trabajo de redacción más refinado; su barroquismo adjetival marca una gran diferencia.
De mis favoritos es “El Morador de las tinieblas”, una criatura más oscura que la noche que le teme al menor destello de luz. Cualquiera podría pensar que es fácil esconderse de esta criatura. Pero pensemos que siempre habrá un instante de nuestra vida en que estemos a oscuras. Si a esto añadimos la mala fortuna de un apagón y una tormenta que apaga todas las velas, la situación no puede ser más horripilante.
Hay muchas referencias a las historias de Lovecraft. De mis favoritas están la canción “The Call of Ktulu” de Metallica, y un cuento de Borges llamado “Ther Are More Things”. Las dos películas recientes que hay de la obra de Lovecraft no son tan aceptables; pero los cómics son otra cosa. Los trazos son tan esquizoides que reflejan por completo el sentimiento que debió tener Lovecraft al imaginar sus historias. Su biografía es bastante curiosa; pero esto queda bajo consigna del cósmico lector; y, asimismo, la invitación a enterarse sobre el Foro “Poéticas delHorror”, donde se hablará la siguiente semana justo de estos temas.



viernes, 7 de agosto de 2015

Cinefilia

Si de edades se trata, cada generación tiene un gusto distinto y algo que separa completamente la forma de ver el mundo es lo que los sociólogos han tratado de llamar “plataformas” o “soportes”. Los sumerios leían en tablillas de arcilla, la Edad Media vio la transición del pergamino al libro y cuatrocientos años después, tuvimos la fortuna ―o no― de pasar a la pantalla que amenaza con suplantar a nuestra apreciada plataforma de papel. Desde que los hermanos Lumière proyectaron ese tren en dirección a sus espectadores, muchas plataformas han resguardado el material audiovisual. De igual modo han existido diversas maneras en que la sociedad observa este hecho.
La primera ocasión en que la imagen cobró vida, puede remitirse a la primera ocasión en que las sombras del hombre primitivo se proyectaron en las cuevas neolíticas. Los chinos desarrollaron un sistema más tecnológico en el siglo vii. Su idea de “sombras chinescas” era una pantalla de papel arroz iluminada por la parte trasera donde se podían proyectar pequeñas figuras de papel. Desde la Dinastía Tang hasta la Dinastía Song tuvieron lugar compañías de teatro que iban por las casas de los nombres y los pueblos para transmitir su arte. En el siglo xviii ya se conocía en casi toda Europa el teatro de sombras chinas Gracias a los viajes de Marco Polo. De ese entonces, y hasta finales del siglo xix nada impactó tanto como los fotogramas consecutivos que para los Lumière ―“Luz” en francés― era meramente una moda pasajera. Estos rollos se convirtieron en objetos coleccionables de la tradición cinéfila.
Cuando alguien se enamora de una historia leída, tiende a conseguir el ejemplar en físico y tenerlo en su colección privada; pero con las películas no fue posible en sus inicios. L'arrivée du train es el primer rollo de película datado en 1895 debería costar una buena cantidad de millones. Los Lumière no imaginaban que más tarde celulares y computadoras ―convendría explicarles primero qué son dichos affaires― grabarían videos en un espacio infinitesimalmente pequeño.
Pero de ahí en más se fue evolucionando. Desde los primeros cartuchos, hasta los casi olvidados beta o vhs, sirvieron para coleccionar películas. Introducidos por Sony en 1975, las videocasetes beta llegaron a ser orgullo, prez y gloria de los cinéfilos. Aquellos aficionados de las producciones audiovisuales conservaron sus películas en un espacio de 156 × 96 × 25 mm. El cartucho brindaba la comodidad para reproducirlas en la pantalla chica sin necesidad de un proyector especializado. La manía de los vhs y su gran utilidad causó la primera ola de aparatos obsoletos. Aunque ya estaban los casetes de audio remplazando los vinilos, las películas hicieron que se notara aún más este paso hacia el futuro.
Los vhs de Panasonic dominaron el mercado cinematográfico desde la década de los 80 dejando a Sony con un mal sabor de boca. Todos los despampanantes ejercicios mercadotécnicos de compañías como Walt Disney Studios Motion Pictures ―heredados de Buena Vista Pictures Distribution― como teñir de color pastel sus casetes, colocaron al vhs sobre el beta y Betamax. Todos apilados, emulaban una colección de libros de puestos de periódicos, con los rostros del protagonista o princesa en turno en la parte de arriba, y la tipografía particular de la película en cuestión, las colecciones de Disney se hacían notar en toda casa con varios ejemplares.
El dvd rompió el encanto de Cenicienta en 1995. Llegó como una ampliación del poder del cd-rom de Phillips. Su poder era mucho mejor que el de su predecesor y, en definitiva, se podían almacenar más cosas en él. Las películas tenían una calidad desbordante. Aún no se conocía el término hd ―equivalente a 720p―, pues el dvd funcionaba entonces en televisores de 600p, que significa el número de líneas verticales en barrido progresivo.
Los dvd permitieron al mundo digital guardar datos y películas que en su tiempo acumulaban muchísimo espacio en el ordenador para resguardarlos en esas carteras con separadores de fieltro blanco. ¿Cuántos no quemamos “Música A-J” y “Música K-Z” en dos dvd? Aquí nació también la compraventa desmedida de los marcadores permanentes de punto fino, todo gracias a la comercialización del dvd que ahora nos golpea como un problema ambiental.
Así nació un modo distinto de almacenar películas excesivamente. Internet tenía ya la velocidad necesaria para no tardar una semana en bajar un capítulo de 20min, sino día y medio en una película de moda. Aunque a veces los subtítulos estaban en un idioma apenas reconocible, las películas fueron invadiendo internet, surgiendo páginas para descargar subtítulos en tu idioma. Además, con la salida al mercado de los discos duros externos, se podían resguardar en un volumen menor al de una Biblia de bolsillo, todas las películas de Disney en medio terabyte.
Hoy en día, el almacenamiento de películas se ha vuelto innecesario. Borramos fotografías ―que de “grafía” ya no queda mucho― de nuestros celulares cuando se llega al límite de memoria. No dudamos en eliminar programas que antaño nos sirvieron, o videos ―que siempre ocupan bastante― sin chistar. Muchos archivos son omitibles; sin embargo guardamos con recelos otras cosas que nunca saldrán de nuestra vida, como un viaje, un primer “algo”, o aquella imagen donde uno se ve excelente y seguro decora nuestro perfil en redes sociales.
La vida se transforma en un click. Ya ni siquiera se guardan vínculos o marcadores en el buscador de interne, dejamos que Google nos indique el camino. Cuando mucho se crea un bloc de notas ―notepad para los ingenieros en sistemas que conocen el atajo Win+R― y se deja en el escritorio pensando en regresar a él. Se regresa; pero muchas veces el tiempo y las prisas nos obligan a cerrar el archivo .txt y continuar en la procastrinación y el zapping.
Las nuevas generaciones ―y las no tan nuevas― prefieren buscar la música en YouTube a descargar canciones en su computadora o celular. Lo que era antes un ritual extraño: entrar con el celular a al baño para escuchar música en la ducha, ha devenido para muchos quienes prefieren su “Lista de reproducción” y esperar a que se carguen los videos al tener una mala recepción del WiFi, lo que hace, además, espantoso el suplicio de descargar una melodía.
Lo mismo acontece con las películas. Aquellos orgullosos coleccionistas que tenían en su haberes digitales cientos de películas ―y entre su acervo incluyen algunas no tan buenas―, empiezan a suprimirlas como si fuesen fotografías tras la aparición de servidores como Netflix, ClaroVideo o Popcorn Time. Vale más la pena guardar otra tipo de archivos que películas encontradas con elativa rapidez en internet. Ya muy poco queda de esas cacerías de videos extraños o la compraventa en mercados subculturales donde uno podía adquirir el famoso “cine de culto”, que iba desde lo pulp, lo noir y demás términos rimbombantes.
El mundo de posibilidades está limitado ―igual que la televisión por cable― a varias centenas de programas, pero ―igual que con los libros― sería imposible verlas todas, y esto lo hace un catálogo bastante amplio, pues en una sociedad de apuros, no se podría dedicar mucho tiempo a estos placeres de la pantalla. Si se decide ver una serie televisiva por completo, es como leer toda la producción de un autor conocido. Series intensas de más de 40 min están revolucionando el mundo de las producciones audiovisuales. Algunas series de la bbc como Sherlock, o especiales de Doctor Who, duran poco más de 90 minutos de intensa acción, donde nadie osaría despegarse de la pantalla si no hubiera la opción de pausar y continuar viendo horas más tarde. A veces resulta es más entretenido seguir una serie de ocho temporadas que una película. Eso dependería del espectador, sus gustos, espalda y alma crítica.

La felicidad siempre ha sido relativa. En ocasiones comprar un helado en un día caluroso nos da tanta satisfacción como terminar una carrera universitaria o ganar un premio; pero el coleccionismo audiovisual ―al menos contemporáneamente― ya conserva kilogramos de cinta o discos compactos; sino marcas de “Visto” y calificaciones de cinco o cuatro estrellas un centenar de películas y de series. Las colecciones se han vuelto digitales. Muchos sufrirán cuando un servidor se caiga y no encuentren sus películas en la lista de espera que jamás verían. Son los mismos comportamientos que en siglos anteriores, pero ahora en 2.0. La felicidad y los gustos han cambiado; para ser cinéfilo, basta conectarse a la red con mayor intensidad.

sábado, 1 de agosto de 2015

Un nuevo autor consagrado: El libro del cementerio

Mis lapidarios lectores, el día de hoy les traigo una novela considerada para jóvenes; pero que sin duda debe ser leída junto con algunos otros libros del autor. El libro del cementerio de Neil Gaiman es sin duda una autoridad en la literatura infanto-juvenil.
Recuerdo que lo conocí gracias a la película Stardust (2007), que me llevó a comprar el libro en la siguiente Feria Internacional del Libro. De ahí pasé a otra de sus obras: Coraline, la cual también tuvo versión fílmica y que tuve la fortuna de leer después de la película. Por razones desconocidas, considero que sus películas son mejores que los libros, quizá por la intervención directa de Gaiman en el guion, o porque sus historias están más enfocadas a ser vistas que leídas.
Gaiman es un buen escritor que ha llegado a tener poder entre los autores, no sólo por firmar con una gran editorial sino que posee una buena narrativa. Los libros que se contaron aquí son apenas un ápice de su trabajo autoral. El que nos compete ahora es El libro del cementerio. Un ejemplar relativamente reciente que causó euforia entre los lectores pues era una historia novedosa para el público joven.
Si conocen el capítulo de The Simpsons donde aparece este autor, recordarán que lo pintan como un ladrón de historias. No es así, pero sí toma muchos elementos del cuento de horror del siglo xix. De hecho, no es el único instante donde lo hace, pues su novela gráfica The Sandman también contiene interesantes referencias a este siglo. La historia es la de un bebé que tras el asesinato de sus padres termina escapando ―sin explicación aparente― hacia un cementerio, donde es adoptado como fantasma honorario y cuidado por los residentes. Aunque hace el mismo juego nominal que J.K. Rowling y le pone nombres encriptados a sus personajes para que más tarde tengan sentido sus poderes especiales, es interesante cómo maneja la mitología dentro del libro. Sobre todo si se conoce un poco del folklore américo y británico como para conocer al personaje nombrado “Jack”.
Algo que el lector mexicano quizá no sepa es que este libro surge de otro, un cuento del libro M is for Magic, horriblemente traducido como El cementerio sin lápidas y otros cuentos, donde el protagonista de esta novela incursiona en un bosquejo del mundo que será desarrollado más tarde. No es curioso que suceda esto en un lector. Muchos autores como Julio Cortázar tuvieron sus cuentos estilo “El perseguidor” de donde salió la enigmática Rayuela, y hay otros como Alfonso Reyes y “La cena” que sirven de base para para otros como lo fue Carlos Fuentes y Aura.
No se está haciendo cacería de brujas con Gaiman. Tiene un talento increíble y pone en palabras nuevas temas viejos. Tiene también ensayos como aquel que die que hay libros niños y niñas, o cuentos para niños increíbles. El talento de este autor, mis lapidarios lectores, no debe pasar inadvertido y posiblemente forme parte de los best-sellers, pero no por ello hay que dejar de lado lo que ha escrito.