viernes, 25 de enero de 2019

El papel del crítico en tiempos posmodernos


La crítica de lo llamado “popular”
Hace algunos años se le llamaba “cultura popular” a lo que hoy se le considera “cultura de masas” o “cultura subalterna”. Es curioso que este término se haya puesto en conflicto, pues todo parecería ser popular.[1] Sin embargo, el término de lo que es o no popular llega hasta nuestros días para estar en conflicto con otras distintas clasificaciones como lo son “cultura urbana”, “cultura mediática”, “cultura de masas” y “cultura letrada” (Araújo, 2009: 72). Es impensable para la academia que la cultura se comprenda en su totalidad, y por eso surgen estas otras para dialogar entre ellas y darnos a entender el modo de pensar de cierto grupo de personas.
Así, podríamos llamar “cultura popular” a cualquier manifestación artística no respaldada por el canon —un concepto aún más complicado que el de cultura—.[2] Si esta afirmación es correcta, la globalización dio la posibilidad de descubrir ciertos tipos de manifestaciones artísticas marginales como el anime, películas producidas en Bollywood y artistas gráficos quienes colocaban su obra gratuitamente en DeviantArt para hacerse difusión.
En un momento se creyó que abrir internet a los artistas resultaría problemático, no sólo en materia de derechos de autor, sino en la calidad de los trabajos que se subían a las redes, pues es bien sabido que un artista debe estar respaldado por un grupo de expertos que aprueben su hacer.[3] ¿Eran los artistas los culpables de ello o era el público quien no apreciaba las obras de los demás? Con esto nos referimos a la posible falta de criterio que pudiera haber por parte de los creadores y del público, pues estamos hablando de obras marginales: de todo aquello que está fuera de lo aceptable.
Fue el filósofo italiano Antonio Gramsci quien acuñó la idea de subalternismo para referirse a esta relación entre los grupos dominantes de aquellos que no se dan cuenta de su poder, de un grupo que aún está bajo el yugo de otro sin notar su fuerza o sus posibilidades de desarrollo. Estas palabras parecen guiar hacia la definición de “cultura subalterna”, pues se puede tender un puente entre las ideas de los artistas marginales y lo que se consumía en el mundo en ese tiempo. Así se empezó a instaurar la posibilidad de que —como bien dice Gayatri Spivak— pudiera hablar el subalterno.
Como se ha estado mencionando, estas voces subalternas llegaron al mundo por un canal inesperado, y se mimetizaron con palabras como “lo popular”, dejando mensajes increíblemente densos, los cuales pueden ser leídos, no sólo por el gremio, sino por todo el público. El arte subalterno mueve hilos emocionales y racionales en quienes aprecian sus obras. Ya sin más, pertenezca o no al subalternismo, son piezas de arte que tocan a las personas y que conmueven la fibra estética de cada individuo. Manejan un discurso universal, pues si no, no podríamos reaccionar ante discursos que fueron creados, no se diga en nuestro propio idioma, sino en una cultura disímil.
Un muy buen ejemplo de esto ocurre en 1988 cuando se estrena en los cines nipones Akira. Esta película de animación japonesa creada por Katsuhiro Otomo muestra un mundo degradado y denigrante en el cual la vida humana ha pasado a una mera supervivencia. El gobierno y la industria, sin necesidad de tener un recelo ético, puede experimentar con seres vivos, dotando accidentalmente de poderes psíquicos a un expandillero, entonces, el protagonista —su amigo y jefe de la banda— debe detenerle o dejar perecer a toda la humanidad.[4] Este largometraje sirvió de embajador cultural y fue distribuida con rapidez por todo el mundo. La globalización en ciernes permitió a esta película a llegar a millones, convirtiéndola en una obra de culto. La recepción de la película de Katsuhiro Otomo es anómala, pues tiene barreras difíciles de franquear como son el idioma y su cultura; se sabe que Japón es un mundo cerrado y de complicado acceso. De hecho, este discurso marginal —y que habla sobre la marginalidad— llegó a ser utilizado alrededor del mundo al haber sido etiquetado como “popular”. Los marginados utilizaron esta obra para expresar sus ideas sobre el anarquismo, el capitalismo y otros males comunes. Esta película llegó a Latinoamérica en muchas copias BetaMax y VHS con subtítulos amateur. Si no hubiera sido por la increíble recepción que tuvo en occidente, Japón no habría abierto sus líneas culturales hacia nosotros.[5] El mundo de la antiguamente llamada “cultura popular” no se habría convertido en lo que es ahora. Fue aceptada por una parte de la crítica, por otros fue rechazada, por ello, ¿es subalterna esta obra? Para todos los que no frecuentan el mundo del anime sí. El problema es que, quienes consumen estas obras, a veces, no tienen cierto criterio o perspectiva para analizar sus discursos, quedándose en la incomprensión total de un mensaje que no termina de llegar, y no por error en el idioma, sino por una falta de competencias comunicativas básicas.

El humanista posmoderno
La sociedad no se cansa de decirnos lo dañino que resultan los medios de comunicación masiva. En teoría, apreciar el arte —y sobre todo se cree que la producción contemporánea— puede realizarse sin necesidad apreciar realmente el objeto de estudio. Por ello se dice constantemente que el pueblo se ha vuelto inculto. Quizá, por esta idea de “incultura” es que Gramsci decide hablar de culturas subalternas, porque si a cultura popular vamos, todos tenemos una cultura; aunque no nos hayan educado en el mundo letrado.
La palabra posmodernidad ha resonado demasiado desde que Jean-François Lyotard comentó que habíamos llegado a una sociedad como la que tenemos, donde hay diversas crisis y —tras el fracaso de la modernidad— necesitábamos reintegrarnos y aceptar la posmodernidad. Sin embargo, lo posmodernos surge en cuestiones artísticas, pues se pone en juego la cultura dominante y se abre el discurso para que se cree cultura desde los extremos, desde lo marginal. Entonces, es posible que una obra de arte se analice, no solo desde el punto de vista hegemónico, sino que se den infinidades de posibles interpretaciones, incluyendo la del mismo autor.[6] Así, en un discurso abierto como el del arte, decir que uno tiene la verdad absoluta no es posible, aunque se respalde con los “creo” y “siento” tan evitados por la academia.
¿Cuál es la función del crítico ante un mundo posmoderno?, y ¿cómo logra que las personas —limitadas a su capital cultural— no sobreinterpreten? En esta realidad donde muchos se protegen con el avatar de Anonymous, colgando sus opiniones en foros y redes sociales resultaría imposible pedir argumentos respaldados, o siquiera el criterio necesario para identificar las noticias verdaderas de las falsas. Por esto, los críticos —y los humanistas— deben apoyar al público acercando una opinión pensada y argumentada, para entrenar de forma indirecta a las personas. Está claro que no se busca dar la única y simbólica verdad del arte, sino evidenciar las interpretaciones sobradas y con falta de un aparato crítico, que surjan de una persona. Debemos entender que la mayoría del público no se ha inmiscuido en el arte del análisis, llámese filosofía, filolofía o humanidades.
Para lograr un cambio radical, debe educarse a la población, debe acercársele el arte de manera efectiva, y parecería casi evidente que se requiere de la literatura. Parecería contradictorio decir que la literatura nos ayudará a comprender el cine y demás obras culturales de nuestra contemporaneidad, pero es cierto que ella es un apoyo particular para apreciar de una mejor manera las obras audiovisuales que tanto se producen en este tiempo. Es verdad que hay muchos referentes y adaptaciones de obras literarias a la pantalla, pero es necesario enfrentarse al discurso narrativo, pues de él surgen las metáforas, es donde se desarrollan mensajes propios del arte y donde lo dicho y lo no dicho cobran una relevancia total.[7] El arte literario es uno de los métodos para hacer llegar vivencias y experiencias al mundo, es el saber para la vida que Ottmar Ette menciona en La filología como ciencia de la vida.
No por nada muchos han reflexionado en torno al cómo y por qué leer, así como de qué forma esto nos ayuda a interpretar mejor nuestra realidad. El libro es un vehículo del conocimiento, y la literatura es un discurso lleno de elementos que pueden mejorar la capacidad de crítica de cualquiera. La filósofa estadounidense Martha Nussbaum dice que no tenemos que seguir pensando que el libro es la solución totémica; lo importante son los mensajes dentro de los libros (2001: 58). No debemos quedarnos con el argumento por autoridad, tenemos que pelear con él, discutir y encontrar si de verdad es algo que nos sirve para nuestra vida cotidiana.[8] Nadie debe enfrentarse a una obra de arte —no se diga literaria— pensando que sólo se está entreteniendo, que sólo es un pasatiempo. Hay lectores meta de una obra, es importante entender para quién escribe el autor y sobre todo quién puede acceder a lo que el texto dice en realidad. Las personas sin una competencia comunicativa desarrollada, esas que inundan las redes sociales —como se decía palabras arriba—, no tienen una conciencia, un criterio propio o colectivo que les haga pensar si lo que están diciendo está bien o no (Gubern, 2000: 121-154). Pero por algún lado deben comenzar.
La literatura ayuda a generar experiencias, a descubrir —volviendo a citar a Ottmar Ette— esos saberes para la vida y saber convivir. La literatura nos acerca a otros mundos, a otras posibilidades y, a partir de estas vivencias, arribar a una interpretación más cercana, más asertiva, y la cual nos pueda alejar de esas sobreinterpretaciones paranoides y obsesivas.[9] Por eso es bueno que el crítico, que el filólogo, el humanista —como guste llamarse a esta figura— dé los instrumentos necesarios al público para que por su propia cuenta despeje las sombras de la incomprensión y que entienda el contexto, el sentido o el mensaje de una obra y que no piense —como el caso de Akira— que se tratan solo de dibujos marginales.
Hoy en día, se están creando obras artísticas a gran escala en la mayoría de los medios de comunicación masiva. Existen series televisivas para niños que pueden ser analizadas con tratados filosóficos,[10] rompiendo los falsos ideales de que la televisión solo entretiene. Estos discursos marginales o subalternos llegan cada vez más a la gente, a lo popular. Empiezan a llamar la atención de las personas y hay que abordarlos desde una interpretación competente. Los creadores están leyendo más, ya que, en un mundo donde el arte no se ha revalorizado, tiene que hablar desde esa marginalidad para enseñarnos sobre la vida, “[…] y comunicar estas soluciones al público es un aspecto central del rol del humanista como intelectual” (Suárez, 2013: 12).
Como nos dice Ottmar Ette, se requiere usar varios enfoques, varias metodologías y no limitarnos a un simple estudio. Hay que abrir nuestra conciencia y darnos cuenta de que, consumiendo cultura, y, sobre todo, leyendo literatura, aprenderemos sobre la vida, ya que el arte es el camino para poder comprender al arte mismo.[11] Hay que recordar que somos humanos y como seres racionales necesitamos un respaldo emocional; pero también necesitamos cultivar nuestra alma, aprender de qué modo estamos enfrentándonos con nuestro mundo, con la sociedad y con nosotros mismos. Bien lo dice Juan Luis Suárez al final de su ensayo “El humanismo digital”: “ofrecer al público nuevas vías para abrazar una mejor vida” (2013: 21). El descubrir una posible interpretación en una serie televisiva o una película es reflejo de que estamos un paso más allá, de que nos acercamos a una forma perfeccionada del humano: un humano que razona, y que, al mismo tiempo, tiene un valor mayor pues por medio de la literatura, por medio de sus lecturas, por medio de su criterio, ha llegado a comprenderse así mismo, y a su contexto.

Bibliografía

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Ette, O. (2015). “La filología como ciencia de la vida. Un escrito programático en el año de las humanidades” en Ette, O. y Ugalde Quintana, S. (Coord.). La filología como ciencia de la vida, (pp. 9-44). México: UIA.
Figueroa, J. (2004). “Edward Said, la periferia y el humanismo" en Iconos. Revista de Ciencias Sociales. (18), (pp. 100-108). Quito: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Gillig, J. (2001). El cuento en la pedagogía y en reeducación. México: fce.
González Maestro, J. (22 de enero de 2019). “Nadie aprende nada leyendo literatura” [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=ErPurMlTkNQ
Gubern, R. (2000). El eros electrónico. Madrid: Taurus.
Katō, S. y Suzuki, R. (productores) y Otomo, K. (director). (1988). Akira [Cinta cinematográfica]. Japón: TMS Entertainment.
Lyotard, J. (1991). La condición postmoderna. Buenos Aires: Red Editorial Iberoamericana.
Nussbaum, M. (2001). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. Barcelona: Paidós.
Odell, C. y Le Blanc, M. (2013). Anime. Croydon: Kamera Books.
Pini, I. (2014). “¿Puede el derecho del arte definir arte contemporáneo?” en Fundación Neme. Conceptos de Arte Contemporáneo (pp. 29-30). Bogotá: NC-arte.
Suárez, J. (2013). “El humanista digital" en Revista de Occidente. (380), (pp. 5-21).


[1] Debemos recordar que “popular” deriva de “popŭlus”, que se traduce como “pueblo” en latín.
[2] Se dice esta afirmación siguiendo la idea de Noe Jitrik y que fueron recuperadas en el Diccionario de estudios culturales latinoamericanos: lo que no es canónico está en la marginalidad, lo que se aparta del canon impuesto, es decir, de las reglas, normas, principios o modelos establecidas para el arte, se limita —voluntariamente— a quedarse al margen, a no estar dentro del marco de la tradición.
[3] No fue hasta 2001 que se fundón la organización Creative Commons que permitió a los usuarios de internet tener un respaldo jurídico que les permitiera proteger sus obras de supuestos plagios.
[4] Es curioso traer esta película a juego, pues se desarrolla en un ficticio 2019, y la sociedad mostrada por Katsuhiro Otomo —dibujante original (1982) y el director del anime (1988)— se pinta como lo que en ciencia ficción se le llama cyber-punk, es decir: una sociedad consumista que trata de sobrevivir día a día y es bombardeada por la publicidad y controlada por los medios y el gobierno. La visión de Otomo parece real en ciertas cuestiones, pero aunque ya llegó el año en que se desarrolla la película, pocas de las tecnologías mostradas en el filme han visto la luz.
[5] Hay muchos historiadores de la animación e internacionalistas que piensan que la llegada de Akira a occidente permitió a otros anime como Dragon Ball, Sailor Moon y Saint Seiya (Los caballeros del zodíaco) llegar a Latinoamérica (Odell y Le Blanc, 2013). Los cuales, sabemos que son un importante referente cultural en nuestro continente.
[6] Sobre esto, Ivonne Pini en la antología Conceptos de arte contemporáneo habla de la multiplicidad de perspectivas de análisis para el arte en la posmodernidad y la inclusión del mismo autor en la interpretación. “Con frecuencia se sostiene que el arte contemporáneo es “críptico” y, si se acepta la validez de ese término, el arte debería ser descifrado por los expertos. Sin embargo, en paralelo se argumenta que la obra debe explicarse por sí misma y que el público tiene la posibilidad de interpretarla, sin que medie la voz del experto para analizarla. De allí que uno de los dilemas que se plantean al hablar de arte contemporáneo sea la apertura a un amplio universo de propuestas que supone una reformulación de qué se entiende por arte. El público e incluso los expertos que siguen amarrados a la certeza que significaba asociar arte con virtuosismo técnico se hacen la famosa pregunta: ¿esto es arte?” (2014: 34-35)
[7] Existen ejercicios como los de Jean-Marie Gillig quienes utilizan la literatura para educar y reeducar a un grupo seleccionado. En El cuento en pedagogía y en reeducación hace un importante recorrido teórico en torno al uso de la literatura en escuelas y lo que obtuvo de grupos que rechazaban la idea de leer como algo interesante.
[8] En contrapartida de esta idea, el profesor español Jesús G. Maestro dice que la literatura no enseña absolutamente nada y que la gente no debe llegar desnuda intelectualmente a ella que las obras literarias deben ser abordadas con un bagaje cultural amplio y no ser lectores ingenuos sino ser personas que conocen acerca de su vida, su tiempo, la tradición literaria que vino y que vendrá (González Maestro, 22 de enero de 2019).
 La ideología de Jesús G. Maestro en torno a que la literatura no puede ser utilizada como mero instrumento de entretenimiento es muy cuestionable. En su calidad de profesor y de youtuber, ha sido cuestionado constantemente. En su libro en tres tomos, Crítica de la Razón Literaria, desarrolla con más amplitud esta idea.
[9] “La sobreestimación de la importancia de los indicios nace con frecuencia de una propensión a considerar como significativos los elementos más inmediatamente aparentes, cuando el hecho mismo de que son aparentes nos permitiría reconocer que son explicables en términos mucho más económicos” (Eco, 1997: 60-61).
[10] Varias series animadas permiten una lectura nietzscheana o hegeliana, hay sujetos que están apreciando con nuevos ojos las creaciones artísticas. De hecho, Akira es un caso curioso, pues se ha retomado en variadas ocasiones para desarrollar ideas y estudios sobre la calidad de vida y el sentido del ser.
[11] Ottmar Ette distingue tres perspectivas: “[…] el arte y la literatura como saberes del experimentar (Erlebenswissen), del sobre/vivir (Überlebenswissen) y del con/vivir (Zusammenlebenswissen)” (Ette, 2015: 41), las cuales se pueden desarrollar por medio del estudio de la filología, apoyada —obviamente— por la literatura.

domingo, 20 de enero de 2019

La imagen posmoderna del libro y el escritor. La representación escultórica del artista literario a través de La pluma de Pedro Escapa en Guadalajara, Jalisco


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Cada tanto tiempo la profesión del escritor cambia; la sociedad espera cosas distintas de ese artista según sus épocas. Tenemos de este modo a personas que piensan que la literatura es meramente en un entretenimiento para gente ociosa. Al mismo tiempo, muchos ven a la literatura como una manera de generar cultura, de cambiar ideologías o de formar criterios.
         El oficio del escritor —entonces— se vuelve algo distinto, nuevo y ambicioso. En medio de una sociedad preocupada más por el cine, la televisión y —por qué no— sistemas de streaming como lo son Nétflix o Amazon, el libro parece ser una herramienta innecesaria en la ideología posmoderna. No necesariamente por el formato, materiales o costos; sino porque representa un pasado que tratamos de olvidar. Desde este punto de vista, el libro —así como el escritor— parecen tratar de recordar aquellos momentos antiguos con sociedades románticas. “Un mundo abarcable, jiarizado gracias a la metáfora de una biblioteca, la librería portátil o la memoria fotográfica descriptible, cartografiable” (Carrión, 2013, p. 26). Muchas personas disfrutan de la añoranza generada por libros-objeto; sin embargo, son pocos los defensores de esta arcaica tecnología. Como dice Borges en su “Parábola de Cervantes y de Quijote”: “Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin” (Borges, 1974, p. 799).
         Parece extremista esta situación. Ángel Rama en su libro La ciudad letrada (2004), nos plantea una realidad organizacional donde libros, autores y editoriales se mueven en un trasfondo económico. La idea de Rama parecería verdadera. Pensemos en la educación desde sus inicios hasta la universitaria, donde el libro es una herramienta de validación. Tanto el alumno como de los saberes esperados de un curso fueron escritos y validados por alguien. La palabra escrita, al ser —aparentemente— mejor, necesita posicionarse en medio del ámbito económico, vendiendo libros de texto a los futuros egresados, certificando una serie de conocimientos, habilidades, aptitudes y valores esperados: competencias.
         Hasta este punto, podemos considerar la lengua, la lectura y la tradición literaria como un elemento el cual, en el pasado, era sumamente importante. Podemos recordar a Umberto Eco; no solamente desde El nombre de la rosa, sino también en su apartado: “Sobre algunas funciones en la literatura” (Eco, 2017). Desde la presencia del manuscrito medieval, hasta los más modernos dispositivos o soportes de lectura. Poco a poco se ha dado denigrado o rebajado su importancia para la sociedad. Si bien es cierto que la educación trata constantemente de reivindicarla, es bien sabido que la red de intelectuales y académicos no es tan vasta como para cambiar la ideología de las personas (Petit, 2016).
         Parecería denigrante u ofensivo el hecho de que nuestra sociedad dé la espalda a lo que antaño era una fuente de conocimiento dada por un grupo de sabios ilustres. Las personas encuentran en los libros un objeto coleccionable. Muchos pueden ser los escritores que en el pasado dieron ejemplo de su genio; pero, hoy día, parece ser necesaria la validación de las masas para escribir. Un triste ejemplo de esto son los best seller de YouTubers, o los simples libros de sexo, política o juventud firmados por famosos de la televisión.
         ¿Dónde está esa figura idealizada del escritor?, ¿el genio del artista se ha perdido al entrar en la posmodernidad? Es posible que las respuestas a estas preguntas sean un tanto incómodas para la comunidad letrada. Según Emilia Ferreiro “Ese objeto que parecía tan simple —la escritura— se ha complejizado considerablemente […], somos sensibles a las diferencias en la significación social de la producción y utilización de marcas escritas […] en un contexto sociohistórico que les dará otro sentido” (Ferreiro, 2016, p. 60). Así, pensaríamos que no se ha denigrado; sino que ha cambiado su sentido. Parecería que su objetivo se ha ido diluyendo en medio de una sociedad desencantada.
         Manifestaciones como éstas se pueden ver reflejadas en el arte actual, al que muchos denominan “posmoderno”. Una definición del incursor del término, Jean-François Lyotard.

Lo posmoderno sería aquello que alega lo impresentable en lo moderno y en la presentación misma; aquello que se niega a la consolación de las formas bellas, al consenso de un gusto que permitiría experimentar en común la nostalgia de lo imposible; aquello que indaga por presentaciones nuevas, no para gozar de ellas sino para hacer sentir mejor que hay algo que es impresentable (Lyotard, 1987, p. 25).

Así, el arte y la posmodernidad van de la mano para crear discursos emancipados de la tradición, pero llenos de significados nuevos, donde el autor busca decir algo distinto a su público, y es el mismo público quien debe completar las ideas inconclusas. Pese a que el mismo Diccionario de estudios culturales opina que surge “A partir de un proyecto modernizador inacabado y de una posmodernidad –contradictoria ella misma– que no terminó de instalarse, el espacio crítico latinoamericano” (Lorenzano, 2009, p. 228). El arte posmoderno tiene una serie de patrones propios, los cuales comprueban su pertinencia inmiscuidos en Andy Warhol y su lata de sopa, Roy Lichtenstein con su emulación del comic, los relojes y personas aletargadas de Dali o el cubismo de Picasso.
         Si recordamos un poco la lógica kantiana, el artista se convierte en un sujeto controversial en la sociedad capitalista: es un posible generador de ingresos por medio de la obra que se está vendiendo.

El artista -o el genio- posee tal sensus communis y con sus creaciones estipula nuevamente como ejemplos que tales objetos, a saber sus obras, son los casos de una regla que concierne a cada uno, esto es, a toda la esfera de los que juzgan. Las obras de arte serían los ejemplos de una regla que todos estamos en condiciones de operar. Así, aun cuando las obras de arte puedan ser tomadas como objetos entre otros en el mundo, sus cualidades estéticas no dependen de condiciones objetivamente perceptibles, cuanto de la posibilidad de que propicien una misma manera de juzgar, de que logren activar una misma capacidad subjetiva de reaccionar, basada en algo que todos, como sujetos, poseemos: el sensus communis (Fianza, 2008, p. 59)

Como ejemplo se puede tomar la escultura posmoderna La pluma de Pedro Escapa. Esta escultura nace de un proyecto llamado “Arte Público de Guadalajara” con su división “Gigantes urbanos”. La iniciativa del Gobierno de Guadalajara, Jalisco propuesta en agosto de 2016 busca “una oportunidad para que los artistas le hagan un homenaje a la ciudad y la ciudad le haga un reconocimiento a sus artistas” (Gobierno de Guadalajara, 28 de julio de 2017). Fue el lunes 31 de julio de 2017 que se inaugura la pieza “[…] de 4.8 metros de altura, tuvo un presupuesto de 1.3 millones de pesos y está realizada en concreto blanco y acero corten, que hace alusión a la libertad de expresión, es un homenaje a los escritores y periodistas que han sido desaparecidos o asesinados por su labor […]” (Pérez Vega, 31 de julio de 2017).
         Tomando como antecedente la denigrante idea del escritor y de los libros para nuestra sociedad posmoderna, se entiende el mensaje que busca dar esta obra. El mismo autor explica que el bolígrafo gigante que enciende en luz roja simboliza la sangre derramada de escritores y periodistas (Gobierno de Guadalajara, 7 de agosto de 2017). ¿Es acaso la escritura una actividad peligrosa?  Quizá lo sea, aunque el comparar las actividades de un escritor con las de un periodista es un tanto infantil para la comunidad letrada y académica del mundo literario actual. Son muchas las cosas que se le pueden leer a la obra, pero nos limita el mismo escultor haciendo una interpretación única e invariable de su trabajo. Como diría la historiadora del arte Ivonne Pini:

Con frecuencia se sostiene que el arte contemporáneo es “críptico” y, si se acepta la validez de ese término, el arte debería ser descifrado por los expertos. Sin embargo, en paralelo se argumenta que la obra debe explicarse por sí misma y que el público tiene la posibilidad de interpretarla, sin que medie la voz del experto para analizarla. De allí que uno de los dilemas que se plantean al hablar de arte contemporáneo sea la apertura a un amplio universo de propuestas que supone una reformulación de qué se entiende por arte. El público e incluso los expertos que siguen amarrados a la certeza que significaba asociar arte con virtuosismo técnico se hacen la famosa pregunta: ¿esto es arte? (Conceptos…, 2014, pp. 34-35)

¿Qué convierte a esta pieza monumental en arte? A través de la reproducción mecánica de Warhol, se pueden hacer más obras que otros, como ya dijo Walter Benjamin en su famosa obra ensayística: La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica (Benjamin, 2003, pp. 39-41). La obra de arte se vuelve irreproducible por varios elementos: su precio, su monumentalidad, y, sobre todo, su patrocinio. Hoy en día, en épocas donde todos tratan de recibir patrocinios y mecenazgos, la intermediación del Gobierno es algo que se anhela bastante. Muchos buscan en becas y convocatorias la posibilidad de ser incluidos en el catálogo de artistas, y esto incluye a los literatos. Esto lo explica Mauricio Cruz Arango, un artista, escritor y docente colombiano: “Una combinación popular (es decir política) auspiciada por un par de ideas exitosas: ‘cualquier cosa puede ser arte’, ‘cualquiera puede ser artista’. Esta última, un ‘puede’ que se da por hecho en la mayoría de los casos” (Conceptos…, 2014, p. 54). Y es que la ciudad letrada y sus intereses económicos siguen repitiéndose y traspasando las fronteras de su arte, hasta el mismo proceso escultórico.
         Si es verdad que todos somos artistas en potencia, como lo es el español Pedro Escapa sin estudios formales de arte; todos podemos obtener un patrocinio por parte del Gobierno. El ser artista se vuelve un trabajo lucrativo, que innova a cada momento para generar una idea perfecta de lo que es el arte. Ahora es algo bizarre, palabra que en francés deviene de “abigarrado”: “De varios colores, especialmente si están mal combinados […] Heterogéneo, reunido sin concierto” (rae, 2002, p. 7).               Los artistas se vuelven productores, se convierten en empleados que deben hacer un trabajo específico, y que desentone en el ambiente urbano que hemos ido desarrollando. Son ellos los que deben imponer la idea de lo que es la literatura. Sus obras ya no son vistas como un objeto divino que imita a la naturaleza, como dijo alguna vez Aristóteles.

Antes se hablaba de “espacio ambiental” o simplemente “escultura”. Sin embargo, tanto las llamadas “instalaciones”, como los “espacios ambientales”, como las “esculturas” asumen su manera de existir en el arte bajo parámetros similares: son tridimensionales y problematizan la idea de superficie, se emplazan, instalan, localizan de una manera determinada dentro de un espacio, implican pensar en su materialidad, la manera como alguien se acerca y se mueve dentro de ellas, etcétera (Conceptos…, 2014, p. 27)

Siguiendo las palabras del artista colombiano Felipe Arturo, esto sucede con el arte hoy día. El arte se cuela entre nosotros, se ha aliado con el Poder para crear una nueva ideología en el pueblo. Si el espectador debe participar en la obra de arte, necesita de alguien que pueda darle un valor, y —sobre todo— participe en ella. Lo colocan —o instalan— en un lugar público. Ésta es la idea de “Comunidad”. Transforman a la escultura en un ejemplo: el escritor debe ser un ente público. La instalación se encuentra entre las avenidas Américas y Pablo Neruda, una zona económicamente alta, como deben ser los escritores y los periodistas. Son seres en medio de una revolución, pero son aquellos que todos conocemos como divinos. Son aquellos que merecen una escultura monumental, porque, como dice Pedro Escapa: “el hacha no puede borrar lo que la pluma escribe” (Gobierno de Guadalajara, 7 de agosto de 2018).
         Los autores, los escritores, y los periodistas requieren colocarse en esta ciudad, deben estar inmiscuidos en el pensamiento del pueblo. “[…] la experiencia artística de la creación de formas es, cada vez, un «nuevo acuerdo» que indudablemente toma posesión de los elementos constitutivos del «paisaje humano» en el que vive el artista (este paisaje es mental o anecdótico), pero que sugiere un nuevo acuerdo, inédito, proponiendo una redistribución del sistema” (Duvignaud, 1967, p. 28).[1] Desde esta perspectiva —quizá para varios anticuada—, esta obra nos ayuda a recordar la presencia del escritor y de su obra. Pero ¿hasta qué punto nos están mostrando una visión equívoca de la tradición literaria?
         La obra —en teoría— nos coloca al escritor posmoderno como alguien público, alguien que se enciende en rojo por las noches en memoria de su pueblo. ¿El literato puede ser incluido en este tramado? Podría ser que no. Hay rumores de que Borges no recibió el Nobel por su desinterés en la dictadura argentina. El escritor posmoderno —entonces— puede que no sirva si la sociedad no lo quiere. Y es cuando los libros no son recibidos si no tienen este mensaje contestatario. Los lectores siguen encadenados a los macrotemas, y los que no lean temas radicales y posmodernos, posiblemente deban ser pasados por el hacha que Pedro Escapa diseñó, porque los libros posmodernos parecen ir perdiendo su importancia, o al menos eso piensan algunos de los literatos, artistas, o aquellos que crecimos en la posmodernidad sin saber cómo se llamaba.

Bibliografía:
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[1] “[…] l’expérience artistique de création de formes est, chaque fois, une « nouvelle donne » qui s’empare sans doute des éléments constitutifs du « paysage humains » qu’habite l’artiste (que ce paysage soit mental ou anecdotique), mais qui suggère un arrangement nouveau, inédit, propose une redistribution du système constitué”. En francés el original, la traducción es propia.