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miércoles, 8 de noviembre de 2023
Sinfonía grotesca de una Norteamérica enfermiza: reseña de Julien Donkey-Boy
sábado, 2 de septiembre de 2023
Una poética de la maravilla épica: desarrollo histórico paraliterario
Resumen:
La crítica literaria dicta cuáles textos deben incluirse en el canon y cuáles distanciar de la academia. Obras del talle de Patrick Rothfuss o Andrzej Sapkowski son una muestra de lo que Myrna Solotorevsky llama “paraliteratura”: ese tipo de discursos descartados de la “alta cultura” o de la “cultura letrada” relegados a productos culturales para el consumo popular.
Por medio de estrategias para estudiar la historia de la literatura proporcionadas por Eva Kushner en “Articulación histórica de la literatura” y J. Middleton Murry en El estilo literario, revisaremos el término de “maravilla épica” —categoría en desarrollo— el cual podría abrir una nueva rama de estudios literarios enfocados en las características específicas de estos relatos. En cierto modo, resulta más adecuada —por su etimología— que las de “Espada y hechicería”, “Espada y brujería” o “Fantasía heroica” usadas hasta el momento.
¿Cómo se involucran los juegos de rol? La ponencia también desarrollará los orígenes de este subgénero narrativo y lo mucho que le debe a la obra de Gary Gygax y Dave Arneson —con Dungeons and Dragons—, así como a la tradición discursiva provenientes de sus antecesores históricos y mitológicos: Poema de Mio Cid, Cantar de los Nibelungos, entre otros héroes —bajtinianos o arquetípicos— de la tradición oral. Así, todo esto confluirá en la obra de Robert E. Howard y J.R.R. Tolkien quienes abrirán en 1932 paso a la producción de maravilla épica conocida actualmente, incluyendo a R.A. Salvatore: narrador de historias desarrolladas dentro de las tierras de Faerûn del clásico Calabozos y dragones.
La conclusión del trabajo será una definición sucinta y coherente que pueda satisfacer la inexistencia de un término satisfactorio para la crítica literaria. Este trabajo proporcionará —entonces— una reflexión en torno al devenir histórico de las obras épico-maravillosas y la importancia de darle su lugar entre la literatura o los estudios paraliterarios.
Palabras clave
Maravilla épica, Paraliteratura, Crítica literaria, Canon literario.
Esta situación correspondería
a una anécdota que podríamos clasificar de manera muy simple en narraciones de
talle de “Espada y Hechicería” o de “Alta fantasía”. Incluso los libreros, las
editoriales y algunos grupos de lectores, les llaman erróneamente “literatura
fantástica”. Para este caso, trataremos de explicar el término de “maravilla
épica”: una narración en prosa desarrollada en un mundo con reglas distintas al
del lector y donde la magia y lo sobrenatural son aceptados como algo cotidiano;
al mismo tiempo, el o los protagonistas cumplen un papel de viajantes en una
confrontación moral llena de tareas difíciles y peripecias, generalmente para
restaurar un orden roto en el tiempo del relato. El fin de la aventura
concuerda con una recompensa física o moral para el héroe quien madura o
evoluciona.
Desde el siglo xx, la maravilla épica fue replicada en
diversas partes del mundo; aunque surgió en territorios angloparlantes. La
primera novela de este tipo en la historia literaria es Conan el bárbaro,
publicada en diciembre de 1932, The Phoenix on the Sword por Robert E.
Howard. Él escribía sus relatos principalmente para la revista Weird Tales,
misma publicación que permitió difundir la obra de H.P. Lovecraft. Desde esta
perspectiva, debemos preguntarnos en torno a las tradiciones literarias.
Es curioso pensar
esta revista dentro de la historia; Lovecraft —consagrado ya por el canon—
empezó a escribir ahí. Myrna Solotorevsky diferencia la literatura —aquella
validada por su alto contenido poético— de la paraliteratura, más próxima a los
famosos textes de plaisir descritos por Roland Barthes y de una
estructura identificable, sobre todo por sus constantes referencias a la
situación de su tiempo. Esta referencialidad colocaba a la revista Weird
Tales en lo marginal, para luego dejar entrar a Lovecraft en los círculos
de la literatura. La “maravilla épica” tuvo sus inicios en este mundo
paraliterario.
La saga de Conan
relata las aventuras de un guerrero quien desde corta edad ha tenido contacto
con lo bélico, el pillaje, la magia y la realeza. Estos elementos serán
sumamente arquetípicos del llamado “bárbaro” de la maravilla épica. Cabría
mencionar aquí que este tipo de relatos fueron bautizados en 1961 dentro de la
misma revista por Michael Moorcock —otro autor de maravilla épica— como “Sword
and Sorcery”, o “Espada y hechicería”.[1] Este término se le asignó a Conan y a
la larga serie de hipotextos surgidos de ahí. Agreguemos cómo en 1932 emerge en
Inglaterra El Hobbit, de J.R.R. Tolkien. Aquí se plasmaron otros
presupuestos de la maravilla épica, y es justo un punto de confluencia de algo
vital para esta literatura: los juegos de rol del tipo Calabozos y dragones
—Dungeons and Dragons en inglés—. Es en 1972 —40 años después de la
primera publicación; pero sólo once de que Moorcock la bautizara como “Sword
and Sorcery”— cuando Gary Gygax y Dave Arneson crean el primer sistema para
un juego de mesa guiado por dados y matemáticas, utilizando razas y clases
desarrolladas en historias como Conan y El señor de los anillos.
Estos juegos mostraron personajes arquetípicos: bardos, paladines, guerreros,
exploradores, ladrones, clérigos, hechiceros y magos; así como las razas
típicas: enanos, elfos, medianos y gnomos. Todo esto proveniente del fuerte
auge surgido en el mundo paraliterario gracias a los textos descritos
anteriormente. En
definitiva, existe una relación con la gran recepción de El Hobbit, e
incluso su spin off en tres tomos: El señor de los anillos. En
Estados Unidos pasó lo mismo con las sagas de Conan convertidas en doce
ejemplares, en su mayoría publicados en Weird Tales y matizados poco a
poco por el mundo editorial de esos tiempos.
Juegos como Calabozos
y dragones dieron pie a escritores consagrados en esta paraliteratura como Margaret
Weis y Tracy Hickman, quienes publicarían Las crónicas de la Dragonlance
en 1984. Esta tiene toda la estructura que debe mostrarse en una historia de
talle épico-maravilloso, pues posee los elementos descritos al inicio del
capítulo: esto será una muestra y seña para muchísimos autores a partir de su
éxito editorial.
Existe la idea de
que nuestra vida cotidiana es aburrida y tediosa; el mismo J.R.R. Tolkien ya lo
decía en sus historias colocadas desde el reino peligroso de Fantasía, un lugar
donde el sentimiento de anhelo y magia ayudaba a la gente a olvidar la pastosa
realidad que debemos enfrentar día a día. Esta paraliteratura retoma muchos de
los elementos mencionados por Myrna Solotorevsky como una parte crucial del
género: las estructuras psicológicas, la inclusión de mitos y de arquetipos;
todo esto marinado con un lenguaje simple y disfrutable casi por cualquiera. De
esta manera, mucho de lo visto en la maravilla épica responderá a prototipos
que devienen desde el origen mismo de la literatura.
Los ancestros del género épico-maravilloso
Sin
duda, debe aclararse el término “Espada y hechicería” o “Espada y brujería”
atribuidos a este tipo de obras, también existe “Fantasía heroica”. Aquí surge
un problema si nos preguntamos ¿qué acaso toda obra literaria no es una
fantasía? La cercanía con el concepto
“ficción” podría causar confusión. Evidentemente este texto no pretende
adentrarse en los complejos terrenos de lo que es la ficción, ya de eso se han
encargado Roland Barthes, Paul Ricœur y Tzvetan Todorov; del mismo modo la fantasía
ha sido analizada por muchos otros escritores. Desde este cariz, si un lector
ingenuo llega a esta pregunta, podría ser que el término deba matizarse para
entenderlo mejor. El campo metatextual será la clasificación y centro de atención
para los aspectos maravillosos y épicos de la novela.
Partiendo de
esto, parecería necesario cambiar los términos usados en esta paraliteratura,
o, al menos, ser más específicos. La propuesta de que se llame a este género
“maravilla” tiene su origen en denominaciones hechas por teóricos de lo
fantástico: un mundo muy cercano al del cuento de hadas, donde el protagonista
puede ver frente a él el prodigio de la zoolalia —el habla de los animales— sin
sorpresa alguna. Del mismo modo, los caballos voladores, las brujas y
hechiceras, o los objetos con poderes mágicos, se entienden como algo que quizá
no sea tan cotidiano en la realidad del texto; pero con una existencia posible
y verosímil. A diferencia de un texto fantástico donde hay un discurso de
oposición de mundos, lo maravilloso abraza lo sobrenatural y termina aceptándolo
por completo.
El relato
maravilloso se sitúa desde un comienzo en un universo ficticio donde magos,
genios y hadas moran sin causar un extrañamiento: el famoso sentimiento de lo
fantástico dicho por Julio Cortázar, o “el juego con el miedo” de Caillois.
En aquellos
tiempos… o Había una vez… constituyen ya una advertencia; por
consiguiente, los elfos y los ogros no pueden inquietar a nadie.[2] El relato maravilloso —cuenta Vladimir
Propp— trataba de divertir o atemorizar a los niños dándoles una lección de
vida por medio de moralejas o rimas. Así, el lobo gris, la Bella Durmiente del
bosque o Rumpelstiltskin son muestra de lo que debían aprender los infantes, y
estos seres pueden tener su origen en entes totémicos, mitos normandos o
bestiarios y guías de genios y demonios comarcales. Por eso, si seguimos la
idea de Solotorevsky en torno a la paraliteratura, sería lógico pensar en la
maravilla épica como un llamado constante a esos saberes primitivos y a
estructuras tradicionales; o al menos a pequeños microtextos paraliterarios
dentro de toda una novela épico-maravillosa. Roger Caillois en el estudio
preliminar de su antología de cuentos fantásticos dice que los cuentos
maravillosos, por más interesantes que resulten para los adultos, están
dirigidos a un público ingenuo o infantil, pues ningún adulto razonable puede
creer en las hadas o en los magos.[3] Es cuando volvemos al término de “maravilla
épica”, pues las narrativas propuestas en estas sagas y novelas buscan fascinar
al lector adulto, quien tratará de acceder al reino peligroso tolkieniano y cabalgar
junto a sus héroes.
No son sólo
Tolkien o R.R. Martin, sino Patrick Rothfuss con su Crónica del asesino de
reyes, David Eddings y sus Crónicas de Belgarath, con su
continuación de Crónicas de Mallorea, las tantas obras de Margaret Weis
y Tracy Hickman, Mundodisco de Terry Pratchett, el prolífico R.A.
Salvatore con sus libros para Reinos Olvidados y una infinidad de
escritores muy destacados en los últimos 20 años del siglo xx. Todas estas obras tienen mundos
mágicos que buscan desencadenar la imaginería del lector, brindarle la sorpresa,
pero con un carácter acorde con lo llamado por Moorcock: “la espada y la
hechicería”. Esto resulta ser un gran hueco en una posible catalogación, y es
aquí donde sale a flote una característica única de estos ejemplares: su
carácter épico, aquello que proviene también desde las tradiciones orales.[4]
Para la crítica
contemporánea, la idea de lo épico parece sobresalir de entre lo demás. Tenemos
una herencia de que la épica es la antigua narrativa, y por esto nos
centraremos en la primera acepción del Diccionario de la Real Academia lo
defina como: “Perteneciente o relativo a la epopeya o a la poesía heroica”. El
adjetivo “épico” parece encajar a la perfección con la temática de nuestros
autores. La épica como género literario data desde los griegos y sus amplias
tradiciones rapsódicas de narrar aventuras. Quizá la primera historia narrativa
de un viaje no fuera grecolatina; pero al menos ellos determinaron el cómo
llamar a dicho género y tuvieron una presencia muy importante en la Historia
—con mayúscula— para dejar claro el término.
Una subclase de
la épica es el de la epopeya, la cual conviene ser mencionada sólo a vuelapluma
pues es donde se forjan los héroes en la literatura, del mismo modo que son un
ancestro de la novela como la conocemos ahora.[5] En estas historias se narran las hazañas de
un héroe, el cual viajaba y trataba de servir a su pueblo y a sus dioses.
Originalmente, fueron escritas en versos. Las más conocidas son Iliada y
Odisea de Homero, en Medio Oriente existe la Epopeya de Gilgamesh,
y en China Viaje al oeste. Esta intromisión es ilustrativa para
comprender el tipo de odiseas —por usar una palabra alusiva— aparecidas dentro
de la maravilla épica.
Resultaría aún
más interesante cómo la épica dio pie al género medieval del cantar, como el Mio
Cid, El cantar de los Nibelungos, o La canción de Roldán.
Estos son ejemplos de la renovación de las epopeyas para revalorar a ese héroe
elegido por los dioses representativo de todo un pueblo. La literatura épica
tomó el mando para ser una nueva interpretación de lo que era correcto,
adecuado. Todo esto sucede previo al cuento maravilloso. De hecho, nuestro
objeto de estudio se ubica en contextos medievales porque así se concibe en el
imaginario colectivo.[6] El relato épico —y por lo tanto el discurso
desarrollado en la maravilla épica— nos muestra a un ser idílico, a un
personaje quien, pese a sus problemas morales, enfrenta todas sus dificultades
para convertirse en el modelo a seguir.
Lo caballeresco
se repite constantemente en la paraliteratura épico-maravillosa. No sólo en sus
castillos, las órdenes y códigos, o en sus niveles de desarrollo tecnológico e
intelectual. El género de la maravilla épica es heredero de los juegos de rol
creados con los arquetipos de las obras de 1932 mencionadas arriba. Encontramos
cortes caballerescas como la de Rohan de El señor de los anillos, el
dilema moral y las promesas de Añoranzas y pesares de Tad Williams, en Myst
de Rand y Robyn Miller, la orden artúrica del Ciclo Pendragón de
Stepehn R. Lawhead, o las tantas casas nobiliarias descritas por R. R. Martin
en Canción de hielo y fuego. El personaje caballeresco recuerda el ideal
moral de ese mundo maravilloso referente de lo justo; es un fantasma de esos
cantares de gesta medievales, remembranzas de la juglaría, de lo que entendía
la gente de calle como la historia del hombre perfecto, reflejo de los buenos
modos y tocado por la mano de Dios, con sus intertextos de semidioses griegos
latentes todavía en este discurso paraliterario.
Desde otro
ángulo, para la defensa del término paraliterario de “maravilla épica” puede
usarse la reflexión creada por Joseph Campbell en El héroe de las mil caras,
donde reconstruye a la tradición griega y la va actualizando a nuestros mitos
actuales. Campbell señala las tres partes de la aventura del héroe: la salida,
la iniciación y el regreso. Esto es un proceso muy abierto y es retomado por Christopher
Vogler en El viaje del escritor como los doce pasos que debe tener todo
personaje de historias, o como lo argumenta Roger Caillois en El mito y el
hombre. Es curiosa la relación entre lo dicho por estos autores con la
versión del mitógrafo y el formalista ruso Vladimir Propp en Morfología del
cuento, un estudio de las estructuras de los cuentos maravillosos, la
novela de talle épico-maravilloso tiene estos elementos, pero cabría recalcar
el sustantivo “novela”, para que no se trate este género paraliterario como el
mismo cuento para niños o una creación simple, pues tiene bastantes personajes,
conflictos entrelazados y demás características que ya otros han tratado de
poner sobre la mesa para separar el cuento de la novela.
A modo de cierre: la amalgama de
términos
Todo
parece confluir coherentemente para dar pie a la novela de maravilla épica. Una
última consideración con respecto a esto es la necesidad de crecimiento del
protagonista —y por qué no de su lector—. En una gran parte de la maravilla
épica existen varios protagonistas, a los que podríamos llamar “actantes” como
lo nombró Mijail Bajtín. Algunos tienen destinado morir, pero en sí, todos
terminan creciendo o madurando; misma idea plasmada en la Bildungsroman:
novela de crecimiento o de aprendizaje. Se menciona la importancia de los
personajes-actantes para comprender cómo el narrador de la maravilla épica le
da el protagonismo necesario: son tiempo y palabra, son foco de la trama y algo
primordial de la novela.
Cabría
puntualizar —con mucho cuidado— la imposible inclusión de sagas como Harry
Potter en la clasificación de maravilla épica. El término que estamos
desarrollando no puede aplicar en algunos casos. Siendo completamente
objetivos, a pesar de existir un nivel de aceptación del hecho mágico como
Hogwarts; y de hallarnos un crecimiento, un viaje y un enfrentamiento de la
moral. No se puede hablar de maravilla épica, podrían denominarse “fantasía”,
teniendo cuidado en no confundir el mundo mágico de los cuentos de hadas
adaptado a una aventura, con intertextos deconstruidos.[7]
Así, después de
esta averiguación extensa debe recalcarse la posible definición de la novela de
maravilla épica contemporánea como una narración en prosa desarrollada en un
mundo con reglas distintas al del lector y donde la magia y lo sobrenatural es
aceptado como algo normal; al mismo tiempo, el o los protagonistas cumplen un
papel de viajantes en una confrontación moral llena de tareas difíciles y
peripecias, generalmente para restaurar un orden roto en el tiempo del relato,
cumpliéndolo al mismo tiempo que los protagonistas maduran o evolucionan.
Este largo
desarrollo de la maravilla épica espera servir a la crítica literaria para
explicar cómo se usa en diversas creaciones literarias —o paraliterarias— de
nuestro tiempo, y cómo estos libros son recibidos por el público infantojuvenil
y el académico. Conocemos obras citadas las cuales llegan a ser desconocidas
para muchos, pero del mismo modo veamos este texto como una posible puerta al
mundo de la maravilla épica, ese portal mágico se abre frente a nosotros cuando
más lo necesitamos y nos lleva a la lectura de otros tantos libros y pergaminos
excluidos del canon literario, pero que, por su originalidad o por temáticas,
pueden apoyar a salir en busca del anhelo y magia.
El afán de esta
definición no es el de crear nuevos géneros, sino nominalizar algo que está ahí
y no se acepta por completo. En su carácter paraliterario, esta narrativa
muestra lo más íntimo de una sociedad marginal y que luchó por ser publicada;
es lo pasado, lo que se arraiga, pero también son nuevas maneras de contar
anécdotas, de crecer como lector, en lo moral y en lo heroico. Hay muchos
ejemplos de maravillas épicas atípicas que —podríamos decir— están más alejadas
de lo paraliterario para aceptarse como parte de un canon, y otras sumamente
marginales; pero esto abarcaría mucho más que este texto.
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Referencias
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Porrúa.
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https://perilousworlds.com/what-is-sword-and-sorcery/
[1] “Sword and sorcery is perhaps most
simply described as fantasy adventure fiction with a supernatural element
focused on the immediate or personal needs of the protagonist(s). It is a
sub-form of heroic fantasy, which are stories that follow the exploits of
champions in exotic, fictional locales. At its core is an adventure element, as
these are first and foremost action stories in which the plot moves
relentlessly forward, and challenges are confronted head-on. The supernatural
ingredient, the «sorcery» half of the equation, is nearly always in opposition
to the protagonist – though mystical aid or knowledge employed by the central
character is not uncommon. Magic is usually depicted as rare, uncanny, and
dangerous, whereas the protagonist’s cunning and competence are the primary
virtues pitted against the esoteric and the strange” (Ward, 2019).
[2]
Respecto a esto Irene Bessiére dice que “En el cuento de hadas, el «érase una
vez» sitúa los elementos narradores fuera de toda actualidad y previene toda
asimilación realista. El hada, el elfo, el duende del cuento de hadas se mueven
en un mundo diferente del nuestro, paralelo al nuestro, lo que impide toda
contaminación. Por el contrario, el fantasma, la «cosa innombrable», el
aparecido, el acontecimiento anormal, insólito, imposible, lo incierto, en
definitiva, irrumpen en el universo familiar, estructurado, ordenado,
jerarquizado, donde, hasta el momento de la crisis fantástica, todo fallo, todo
«deslizamiento» parecían imposibles e inadmisibles” (Bessiére, 2001: 10).
[3]
Por su parte, Tzvetan Todorov en su Introducción a la literatura fantástica encuentras
cuatro tipos distintos de relatos maravillosos:
1.
Maravilloso hiperbólico: Una posible confusión del narrador por miedo o
extrapolación.
2.
Maravilloso exótico: No conoce la región donde se desarrolla todo; por eso no
lo dudo.
3.
Maravilloso instrumental: Aparecen gadgets irrealizables en la época pero
posibles.
4.
Maravilloso científico: Lo sobrenatural es explicado de manera racional, con
lentes científicas desconocidas (2005: 47-48).
[4]
“Desde el sistema letrado, en cambio, se ha tendido a mirar la oralidad como un
estado precario necesario de superar, y a considerar que el progreso de esas
formas primitivas de sociabilidad consiste, precisamente, en el tránsito de la
oralidad a la escritura. En este contexto, la oralidad constituye un estado de
déficit cognoscitivo y comunicativo que impide a las culturas tradicionales
asegurar su supervivencia. Por esto mismo, la noción de literatura oral aparece
signada negativamente, en tanto manifiesta la carencia de escritura en
sociedades consideradas ágrafas” (Ostria González, 2001).
[5]
“Las más antiguas epopeyas han sido concebidas de manera espontánea y se han
conservado oralmente, siendo objeto de transformaciones de una generación a
otra, de modos que se vuelve dudoso el autor del que nos ha llegado noticia.
Generalmente contienen una invocación a los dioses
para obtener su auxilio en la empresa de construir la epopeya, un aviso acerca
del asunto, y la narración en verso de la historia mezclada con descripciones
de escenarios, personas y costumbres y con reproducciones de discursos oratorios.
Las formas métrico/rítmicas han sido variadas, a través de tantos siglos y
culturas.
Muchos teóricos han considerado que la epopeya es un
antecedente de la novela. Tienen en común el hecho que dan cuenta de una
historia, pero son más numerosas e importantes las diferencias entre ambos
géneros” (Beristáin, 2010: 195-196).
[6]
La trama de la mayoría de los libros caballerescos corre por el mismo hilo: la
historia sucede en una época antigua y en un espacio ambiguo que permiten una
plétora de sucesos fantásticos y milagrosos. El protagonista crece en un país
ajeno al natal, y con un escudero fiel que muchas veces crece con él, éste
prueba su valentía con diversas hazañas. Con la ayuda de una maga defensora él
descubre su identidad, que es de noble linaje, y se lanza al mundo en busca de
aventuras. A través de su historia aventurera se topa con castillos encantados,
torneos con otros caballeros, episodios fantásticos con gigantes, serpientes, y
hechiceros malos, siempre luchando a solas para reclamar la gloria por sí solo
y para su dama / doncella que le obliga a exponerse a unas pruebas fantásticas
complicadísimas, para un día casarse con él secretamente. Como ella también es
de noble ascendencia, el héroe hereda una soberanía o un reino, y juntos tienen
un hijo que a su vez supera las proezas de su padre, sometiéndose al mismo
ciclo en una nueva leyenda caballeresca (Simpson, 2012: 38).
[7] El término de “maravilla épica” ha sido tratado de un modo distinto por el chileno Eleazar Huerta en su libro Indagaciones épicas. La maravilla épica y su forma reveladora en la Ilíada y en el Poema del Cid. Cabría decir el uso distinto que le está dando al término, aunque tiene una gran afinidad en cuanto a la idea final del discurso literario, sin embargo, él lo está analizando desde un punto de vista histórico. La épica y los elementos maravillosos en confluencia anacrónica, mientras que para este término, se estará hablando de lo actual, lo sincrónico.
sábado, 12 de agosto de 2023
La fábula del Teke-Teke
El
tren se lo llevó entre sus faldas CIUDAD DE MÉXICO. El pasado
jueves 14 de agosto, un joven de 16 años se arrojó a las vías del metro de la
estación Santuario. El incidente sucedió a las 14:32 cuando él y sus
compañeros salían de la Escuela Preparatoria 2. Cuentan los testigos del lugar
que Joaquín Arana decidió quitarse la vida al no soportar la presión de sus
compañeros por ser de los pocos que usan falda en su escuela. Aunque la ley
permite el uniforme neutro, la sociedad todavía no aplaude este travestismo
escolar y lo ven como un atentado contra los valores. No es el único miembro de la
comunidad LGBTI+ que se suicida, Joaquín es el caso 20 de este año, y si las
normas no cambian, habrá muchos más […] |
El periódico Alarma!! —así con doble admiración—,
sacó la noticia de Joaquín, o Sayuri, como se llamaba a sí misma. Nada de
orgullo quedó en esa nota, más porque no se sabe lo que realmente pasó, o lo
que va a pasar. Todo comenzó en viernes, porque todas las cosas buenas suceden
los Viernes de jotería. Sayuri había decidido salir esa noche con sus
amigas, por eso debía vestirse bien perris.
Baile, arrimones, selfies,
todo muy bien, hasta que encontró afuera del antro gay a algunos de sus
compañeros. Ellos no pertenecían a la fauna regular del lugar, ni siquiera
tenían pinta de homosexuales; pero estaban ahí los tres, mosntruotes como ellos
solos, fumando y platicando mientras le lanzaban miradas acariciadoras a los
chicos que iban entrando al lugar.
Al verlos, Sayuri se sintió
maravillada de que la comunidad llegara más allá que Julio, su amiga de 4°C.
Caminó segura de sí misma y, entaconada como iba, saludó a los chicos de la
escuela. Las miradas nerviosas callaron toda la esquina. Uno de ellos, Marcos, se
confabuló con los demás y tiró su cigarro al suelo. “¿Y tú qué?”, fue lo que se
dijo. Sayuri sintió perder su rostro de maquillaje y evidenciar la fragilidad
que tenía para sus adentros. “Mira, cabrón”, Marcos tomó del cuello a Sayuri,
“Dices que nos viste aquí, y te partimos la madre… pu-ti-to”.
Como fue, pasó. Y desde ahí, los
tres machitos empezaron a fatigar la existencia de Joaquín en la escuela y a
aventar cerveza y bachichas de cigarro a Sayuri. Era una especie de tortura
diurna y nocturna que agotaba bastante. Y como uno se imagina, los abusos no
terminaron ahí. En la escuela, habían frases hirientes, que lo seguían hasta el
metro, en los vagones, hasta que llegaba a su casa, donde de pronto empezaron a
aparecer vidrios rotos y bolsas con excremento, y así se sentían Sayuri y
Joaquín, una mierda. Comenzó a decaer; miraba su entrepierna en las noches y
parecía que algo le sobraba, que algo estaba descolocado. Si hacían guasa de él
era porque Joaquín no era Sayuri. Se preguntó si quisiera dejar de ser Joaquín
de una buena vez.
El ayuntamiento permitió el uso de
uniformes neutros. Falda y pantalón para quien quisiera usarlos sin importar su
sexo.
Joaquín dejó que algo de la
nocturna Sayuri viera el día. Historia larga corta: el único enfrentamiento —y
el último— que se atrevió a tener Joaquín fue en estación Santuario —la misma
de la noticia de arriba—. Hartos, Joaquín y Sayuri, se voltearon y de un solo
golpe le reventaron la nariz a Marcos. La reacción del idiota aquél fue simple:
un empujón que hizo terminar a Joaquín en las vías del metro antes de que este
pasara y le partiera por mitad.
La historia tiene un final feliz: la
muerte de Joaquín concuerda con la de Sayuri siendo arrollada por el tren.
Hay muchas coincidencias en la
vida, porque cuando una mujer fallece así, su espíritu se transforma y se
desfigura en un alma en pena que se arrastra por las noches, sólo su torso deambula
al ras del piso. Sus manos empujan el cuerpo reanimado, buscando, rastreando a
aquellos tres muchachos para hacer lo mismo, cortarlos por la mitad. Y sobre
todo esta noche, un día después de su muerte, porque hoy es noche de viernes, y
grandes cosas suceden los Viernes de jotería.
Creada con Midjourney |
martes, 30 de mayo de 2023
25
A Imelda Quezada
El silencio se
prolongó en el consultorio de la Dra. Márquez. El llanto había sido corto, pero
Ifigenia se había largado a llorar por las dos: el peso de las almas llenó la habitación.
Ifigenia
le contó a la psicóloga sus traumas, especialmente esa parte morbosa en la que
una persona se siente débil y sin suficientes elementos para defenderse. Llevaba
más de un año bajo la guía de la doctora Márquez, pero aun así seguía
asistiendo porque sus problemas no se limitaban a un diario, una entrevista, a preguntar
cómo había sido el parto de la madre, ponerse en los zapatos de la otra
persona, ni a un ejercicio de constelaciones familiares. Ella necesitaba hablar
de esa vez en que la volvieron a rechazar para un trabajo que realmente
merecía, y por eso la conversación había transitado por esos terrenos: los
otros trabajos, los otros rechazos y las fechas que tanto le gustaba recordar,
sobre todo ahora que faltaban once días para el aniversario luctuoso de su
padre.
—Un
25 de marzo de 1655 descubrieron a Titán... ¡1655! Eso fue hace casi diez de
mis vidas, suponiendo, claro, que me hubiera muerto a los 25 años cuando nada
de esto había pasado. Fíjese que ese 25 murió el viejo paradigma... se
descubrió la luna más grande de Saturno... el acontecimiento más importante de
la astronomía. Pero llegó Ganímedes... ¡Claro! Ganímedes lo descubrió Galileo,
y un 7 de enero. ¡Ese fue su regalo del Día de Reyes! ¡Una bendita luna! ¿Pero
no se da cuenta de lo que significa? Ganímedes, el mozo de copas del Olimpo, es
más importante que Titán: los primigenios fueron olvidados a cambio de alguien
que rellena el vino de Zeus. Es casi una historia de narcotráfico la que se cuenta
aquí, doctora. ¡Sobre todo porque no me ha dejado explicar qué ocurre con el
25!
»Alfonsina
Storni, Alejandra Pizarnik, Rocío Dúrcal, Ana María Matute, todas fallecieron
un día 25. ¡Qué horrible número, ¿verdad?! Pero da personalidad: morir un 25 te
da gallardía (bueno, excepto a mi padre). Seguramente Safo y la autora de El
libro de cabecera también murieron un 25, aunque no sabemos siquiera cuándo
nacieron. Ellas fallecieron con este número en sus entrañas; se les nota en su
lírica. Sus metáforas gritan “25”. Lo sé. ¿Las ha leído? Es que toda buena
mujer que se dedica al arte... al literario, al pictórico, incluso a la cocina
o la estrategia, fallecen ese día. Bueno... Xavier Villaurrutia también murió
un 25. ¡Pero peor!: un 25 de diciembre... No era mujer, pero Octavio Paz
seguramente lo hubiera colocado en el mismo cajón. Él merecía morir un 31 de
diciembre: un renuevo, un cambio de año... No como Charlotte Brontë, ella
falleció un 31 de marzo... ¿qué simbolismo tiene esa fecha? De haberse esperado
un año más, habría muerto en año bisiesto; pero no, murió en 1855, un año tan
simple que inició un lunes: como buena británica. Seguramente ya sabía que
moriría cuando su semana hábil empezó con el año. Por eso esperó hasta el día
90... ¿Imagina? Si esperaba un año más, moría en el nonagésimo primero. Eso
nunca lo habría hecho una escritora como Brontë. ¿Usted ha leído Jane Eyre?...
Tiene otra novela preciosa: Emma. Si yo tuviera una hija, le pondría ese
nombre... aunque no quiero tenerla... a mi edad son embarazos de riesgo, y más
porque no quiero que ella tenga que enfrentarse a mí o a mi forma de ser.
La
terapeuta no supo cómo retomar la sesión. Para estas alturas, ella ya no sabía
si debía seguir o no. Finalmente, el tiempo se estaba acabando y quedaban menos
de 20 minutos. Con cinco bastaban y sobraban para dejarle una tarea
satisfactoria para dialogar la siguiente quincena.
—Pero
todo lo que me está diciendo no nos conduce a ningún lugar, le dijo la doctora
a su paciente. Luego, le preguntó cuál era su problema.
Ifigenia
se lamentó: se siente herida, herida como un cráneo al caer de un puente y
estrellarse contra un Buick negro, como las emociones de una niña lastimada por
una terrible polilla venenosa, como el azulejo del baño cuando un hombre
violento te embiste para agredirte.
—Es
que usted no ha tenido que sufrir lo que yo, doctora. Parecería que la estoy
prejuzgando, pero estoy segura de que no. Yo me quiero morir, ¿sabe? Quiero acabar
con este sufrimiento, un sufrimiento tan mío que solo yo lo tengo. Ni sor Juana
en sus delirios. Juana de Arco apenas podría llegar a esa inspiración dolorosa
que tengo: es casi el sufrimiento de Cassandra que vive con dolor. ¿Y sabe cómo
sé que usted no lo ha experimentado? Porque la veo con esas sandalias, se pinta
la uña del dedo mayor de color negro, es como en flecha para avanzar: no tiene
que usar estos zapatos baratos que traigo. Mire cómo el vestido que lleva le da
una frescura innata, mientras que yo debo cubrir mis brazos con este suéter que
me molesta, hasta tiene un agujero. No soporto mostrar mis brazos y evidenciar
que me he cortado, que me he quemado, que esos cigarros que fumaba en la
preparatoria los apagaba con resentimiento en mis brazos y que ahora padezco
las marcas que me dejé por tolerar a aquel idiota. Lo mismo con mi ex, que me
obligó a casarme con él, pero yo sé que eso no tuvo solución real para él. Lo
que pasó, pasó; y si no aceptaba mis condiciones era porque él no me quería.
—¿Sigues
pensando mucho en el suicidio?
Diana,
la secretaria interrumpe para informarle que le cancelaron su siguiente cita.
Ifigenia
sonríe y pregunta si puede quedarse media hora extra.
—He
practicado mucho mi discurso. —Giró para hablar con la terapeuta—. Puede cargarlo
a mi tarjeta con el doble de tiempo.
El
dinero fue un aliciente. La psicóloga asintió; así, la asistente cerró la
puerta lentamente calculando en su mente el cobro.
—He
estado practicando mi parlamento. Quiero hacer un monólogo: mi personaje es la
causante de todo su sufrimiento. Pero no puede continuar... pues desde que
empezó a dañar, a contratar, a llevar al límite a hombres y mujeres, se ha
convertido en el verdugo de tantas personas.
—¿Algo
de ese personaje provine de ti misma? Me pregunto qué tanto de ti aparece en él.
—¡Pues
claro que sí! Es que, no sabe el coraje que me guardo: por eso se lo trasvaso a
Filipa (así se llama mi personaje). Es le dice la sirvienta en “El huésped” de
Amparo Dávila: “Estamos solas, pero con qué coraje”. Y luego matan a la
criatura: la encierran en un cuarto y la dejan sin comer.
—Entonces,
¿deseas hacerle daño a alguien? Eso me preocupa mucho
—Nah…
Sólo a mí misma: porque me odio. Porque ya no quiero hacerle daño a nadie más.
Ya me he encargado de todos, de cada uno... he quemado, aniquilado, tirado por
un puente.
»Soy
yo quien ha sufrido, pero también quien se ha cobrado el daño que me han hecho.
Tengo 25 años. Qué bonito número, ¿no? Tengo cuatro víctimas; pero si cada una
valiera por 5…
Ifigenia
sacó un arma, la misma que había asesinado a los otros cuatro.
—Eso
era lo único que fallaba. La heredé de mi padre, él fue la primera víctima. Se
suicidó con ella.
—¡Diana!
—gritó a todo pulmón la terapeuta.
—Estoy
segura que yo lo maté cuando chica. Él se suicidó con esta pistola y dejó cuatro
balas. ¡Calibre 25!
»Eran
siete espacios para las balas, pero ese número ya lo han tomado tantas
personas. 25 minutos en que la persona muera desangrada. ¡25%! Eso no lo había
pensado.
—¡Diana!
—La desesperación de la doctora se desvaneció con los ojos inyectados en llanto
que traía puestos Ifigenia ese día.
Sus
años de estudio la hicieron callar pronto: Ifigenia no la iba a lastimar, ¿o
sí?
Ifigenia
rio mientras escuchaba los pasos de Diana subir las escaleras.
—Que
nombre tan bello: “Diana”. Cinco letras y significa “objetivo”, como para dispararle
a alguien.
El
calendario de cubos del escritorio marcaba un jueves 14.
—Qué
horrible es morir en un día tan simple: un 14, los odiados mueren este día:
Marx y ¡nadie más!
La
puerta se abrió de golpe y el disparo retumbó en toda la colonia.
La
sangre manchó las sandalias de la psicoterapeuta.
14…
14 era el día en que Marx e Ifigenia habían muerto. Siete fueron los espacios
de las balas, tendrían que dispararse dos veces para generar 14 víctimas. El
número 14 era la libertad: compuesto por la independencia del 1 y la
estabilidad del 4. ¡Y ahora que lo recordaba: Kurt Cobain había fallecido un 14
de abril también!
Diana
gritó asustada por la muerta y todo se decoró de un sonoro blanco de olvido.
Imagen generada con Midjourney |
domingo, 21 de mayo de 2023
La monstruosidad
La mirada de la ginecóloga puso a Alicia aún más nerviosa. No
sólo estaba con la doctora Meggy por compromiso, sino que ahora resultaba tener
algo más serio que simples cólicos.
—¿Algún problema?
—Pues… —La ginecóloga trató de interpretar
el ultrasonido—. No te lo puedo asegurar ahorita, pero hay un cuerpo extraño
que no me gusta. ¿Cómo dices que han sido tus dolores?
La manera en que le dio la vuelta a la
situación perturbó a Alicia; sin embargo, la actitud de la señora Aranda fue
más agresiva.
—Disculpe, doctora —la interrumpió—. ¿Eso
significa que mi hija está embarazada?
Alicia esperaba esa reacción de su madre:
siempre sobreprotectora, siempre velando por una falsa apariencia familiar.
—No podría afirmarlo. Más bien, me preocupa
demasiado la imagenología: no sé, veo mucha carnosidad dura y eso ni es de un
bebé ni de un tumor.
La doctora dudo qué decir o hacer.
—¿Qué hiciste, Alicia?; ¿con quién te
metiste?
El aire del consultorio se hizo más pesado.
La doctora Meggy recapacitó sus siguientes palabras para no comprometer a Alicia,
a una madre castrante y mucho menos a ella misma. La mirada recriminatoria de
la señora Aranda regresó a la doctora.
—¿Y entonces qué tiene mi niña? ¿Sí está
embarazada?
No había una respuesta objetiva para esa
pregunta. La doctora Meggy no sabía qué creía dentro de la paciente. Además, lo
más anormal ahí no era la condición médica sino la penitencia a la que debía
someterse Alicia. Según los registros médicos su paciente acababa de cumplir
los 33 años hacía un par de días; tanta prohibición no debía ser sana. Aquello
era casi ofensivo para una mujer creyente de los estatutos feministas del siglo
xxi como era la ginecóloga. Ella
había tratado con casos similares en muchachitas de secundaria, nunca de
mujeres hechas y derechas qué a sus 30 siguieran ligadas por sus familias. Por
fortuna, sabía qué hacer:
—Si me permite el atrevimiento, puedo
solicitar el apoyo de un colega. Los resultados son a primera vista alarmantes,
si me ayuda firmando una responsiva con mi asistente allá fuera, puedo mandarle
el eco a un compañero que trabaja casos como estos.
Esa mentira había permitido a los padres
irse de la sala y dejarles platicar a gusto durante algunos minutos.
—Lo que me faltaba. Además de todo, tu
jueguito se va a llevar de corbata a nuestra economía. —Tomó su bolsa, se la
apechugó y salió molesta del consultorio—. Voy a firmar los papeles. Nomás con
que me salgas que andabas de pecadora, eh.
Cuando la señora Aranda se fue, la doctora
cerró la puerta con seguro indicándole Alicia que era libre de hablar.
—Doctora, no puedo estar embarazada —fue la
confesión de Alicia—. Pero además llevo más del año sin tener nada con nadie…
—se interrumpió como si su madre pudiese oler ese pecado al otro lado de la
puerta—. Tengo miedo.
—¿A qué edad empezaste tu vida sexual activa,
Alicia? —Ante la duda de la paciente, la doctora tuvo que recordarle que iban
contrarreloj—. Te recomiendo que digan las cosas sinceramente y sin rodeos. Tu
madre no tarda en regresar.
—Pues eso fue hace mucho, doctora. Pero
ahorita llegó mucho sin nada.
—No quieres que tu mamá se entere, ¿verdad?
—¡Ay, cómo cree! Ya la escuchó: seguramente
me va a querer correr de la casa o algo peor.
—¿Crees que esto sea por algo en particular:
alguna autoexploración algo que experimentaras?
Unos segundos de duda le indicaron a la
doctora Meggy que le estaban ocultando algo.
—Pues… —Alicia tuvo que confesar—. ¿Cuentan
los centauros?
La ginecóloga hizo para atrás su cabeza
mientras un parpadeo compulsivo respondía por sí misma.
—Es que no sé si cuente realmente. Yo lo
sentí, pero pensaba que eso era parte de un sueño.
—Pero… ¿Cómo que un centauro? Trata de ser
directa, por favor. Tu madre va a regresar y necesito que me cuentes bien todo.
—Si. Hace dos meses tuve un sueño muy raro
dónde llegaba un centauro a mi cuarto. Era muy guapo. Era un monstruo fuerte con
el pecho desnudo. Apareció cuando ya tenía la puerta cerrada; yo estaba en la
cama y él se subió al colchón con sus pezuñas. Me hizo las cosas más deliciosas
que se le pueden ocurrir, doctora. Yo me desmayé a la mitad del acto. Le juro
que no sé cómo, pero cuando me desperté vi estas marcas en mi cuello —Alicia bajó
su camisa para mostrarle unos fuertes callos enmarcados en su cuello—. Era de
dónde me apretaba para que no hiciera ruido. —De ser rastros de dedos, aquel
ser había medido dos metros y medio de alto el tamaño que seguramente tendría
un centauro.
—Lo que no entiendo es… —La doctora estaba
a punto de decir algo para lo que nunca la habían preparado en la facultad de Medicina—.
¿Cómo tuviste sexo con un ser mitológico?
—No, doctora. Yo creí que era un sueño.
—Bueno podríamos descartar eso de entre las
causas… —No estaba del todo segura—. ¿Habrá sido algo diferente? ¿No usaste
algún juguete que estuvieras sucio?, ¿has tenido sexo en situaciones de poca
higiene? A veces el hombre tiene la culpa: necesito toda la información
posible.
Alicia negó con la cabeza.
—Quiero que trates de tomarte esto con
seriedad. Necesito saber algo más tangible.
El pomo de la puerta intentó abrirse. La
señora Aranda golpeó un par de veces.
—Alicia, sin toda la información, no puedo
dictaminar lo que tienes. Puede ser un tumor, un quiste o algo desconocido. No
podemos arriesgarte a un tratamiento que no te corresponde. ¡Ya voy! —la
doctora miró por un par de segundos a Alicia.
—Doctora, le juro que le estoy diciendo la
verdad. Yo creí que era un sueño eso del centauro. Estoy segura: lo soñé.
—Comprendo. —Abrió la puerta y permitió a
la señora Aranda pasar al consultorio.
La plática terminó versando de otras cosas.
Al final de cuentas, importaba poco si era o no un sueño. Le mandaría el
ecosonograma al doctor Juan Chavolla para tener una segunda opinión.
El regreso a la casa fue en silencio. Alicia había pedido un Uber
para llevarlas de regreso a casa.
Al llegar la situación explotó.
Por más que trató de explicarle a su madre de
que podría tener un tumor o una malformación, la señora Aranda estaba segura de
que se trataba de un embarazo producto de la monstruosidad de los actos cometidos
por su hija. Para la madre, los cólicos y malestares de Alicia eran propios del
vicio y el fornicio. Seguramente, la libertad que le había dado en los últimos
años desencadenó un abuso de confianza en la muchacha. Recordaba claramente aquella
“reunión de trabajo” de la cual regresó hasta las 12:36 de la madrugada.
—Ya te estrenaste, ¿verdad? —La señora fue
directo al punto: como seguramente se había ido su hija con cualquier
hombrezuelo.
—¡Mamá, no he hecho el amor con nadie…!
—Entonces lo que tienes seguramente es
guardadito de hace tiempo. ¿Cuándo fue que te dio por pecar?
—¡No empieces, mamá! Sabes que tienes las
de perder.
La señora Aranda la miró con ojos
retadores. Alicia contestó furibunda.
—Cuando estaba niña, mi…
—¡Ya vas a empezar con tus mentiras! Ya de
dije que Joaquín no te hizo nada.
—¿Y las sábanas llenas de sangre? Yo te
dije que mi… —Aquello que creía en sus adentros le pateó con ira—… mi tío entró
esa noche al cuarto y por más que te pedí ayuda… —Alicia sintió el llanto colársele
por detrás de los ojos.
—Tu papá siempre confió en su hermano. Es
imposible que hiciera algo así.
—Y ahora, ¡casi veinte años después, ¿te
preocupas por mí?! —Otra patada en su vientre: si aquello era resultado de un
centauro, le estaba brindando unas fuerzas sobrehumanas—. Cuando no debería ni importarte
qué hago con mi vida ni con quién.
—Andas muy altanera. —La mujer retomó su
pose de indignación favorita: la mano al pecho y los ojos bien abiertos—. Ya
decía yo que darte permisos te iba a terminar afectando. Mira nada más: ¡La
señorita cree que puede mandar a mi casa!
—¡Mamá, estás señorita tiene 33 años! ¡Me
parece más ridículo que me estés culpando de hacer el amor con alguien en vez
de preocuparte por el tumor que podría tener!
—Ay, no seas inocente, Alicia. —La mueca de
desprecio le caló aún más—. La doctora bien dijo que no sabía si era un tumor.
—Pero tampoco es un embarazo. ¡No me vengas
a echar la culpa de cosas que ni sabes!
Las voces fueron elevándose, volviéndose
más complejas, llenas de odio. En todo el tiempo que llevaba al cuidado de su madre,
Alicia jamás se había atrevido a contraponérsele.
—Te pasas, Alicia. Ni tu padre ni yo te
educamos así. —La señora Aranda, de brazos cruzados en el umbral de la cocina,
vio a su hija darle la espalda e irse al segundo piso—. ¡Qué te crees! ¡Te
estoy hablando todavía!
Alicia azotó la puerta de su habitación. Ella
decidió que la discusión ya se había acabado. Esa era la primera vez en que
Alicia demostrada algo de valor en algo que no fueran redes sociales, foros y
demás lugares donde no era ella.
Alicia fue la última paciente de la ginecóloga. Después de
ello, la asistente de recepción se había despedido de la doctora deseándole un
buen fin de semana.
Ahora, la Dra. Meggy estaba sola. Tenía
tiempo para pensar: y eso había sido lo mejor, tras recibir el mensaje del Dr.
Juan Chavolla, le costó mucho trabajo comprender qué pasaba.
Meggy
Te
juro que no sé qué tiene adentro esa mujer pero si me pusiera muy imaginativo,
pensaría que es una pezuña de toro. Tiene la forma y dureza pero no entiendo
qué haría una persona con algo así en su matriz.
JC
La ginecóloga repasó puntualmente el correo electrónico. Ya
había abierto la imagenología varias veces, pero tras revisar el correo,
comenzó a ver lo mismo. ¿Qué hacía una pezuña de casi 10 cm abultada en las
entrañas de Alicia?
Pensó en las insalubres prácticas sexuales
de su paciente, pero el hecho ridículo de haberse masturbado con ese objeto y
que acabara metiéndose en su matriz… Era increíble, y por más que repasara el
informe y el ecosonograma le seguía pareciendo imposible.
—Un centauro…
La doctora repasó esas palabras y todo lo
que podrían haber significado: un consolador, una posición sexual, un fetiche
de internet, pornografía. En estos días todo era posible.
Se llevó los dedos al entrecejo y apretó sus
ojos como si esa oscuridad le ayudara a ignorar ese caso tan difícil.
Con desgano, desenroscó la tapa de su termo
que contenía el café de la mañana. Mientras gustaba el sabor añejo y frío de
aquel brebaje, repasó la escena en su memoria: Alicia sentada en el sillón con sus
ojos llenos de dudas hablando de un centauro.
Entonces notó la suciedad.
No se había dado a la tarea de desinfectar
la silla ginecológica porque el Dr. Chavolla le había contestado pronto. Ahí, vio
un puñado de pelambre blanco, justo en donde habría estado sentada Alicia.
Esos pelitos eran idénticos a cuando tuvo
un gato. Recordaba lo difícil que era quitarlos de todas las superficies. Pero,
que aparecieran ahí, en ese lugar específico le dieron una sensación extraña a
la doctora Meggy. Pensó en el centauro, ¿cómo sería?
—¿Qué carajos está pasando con esa mujer?
Le dirigió otra mirada al café frío. Dedicarle
más tiempo a pensar en esa situación era ridículo. Se puso de pie, tomó sus
llaves y se dispuso a cerrar el consultorio.
En la noche, Alicia todavía tenía en su torrente el coraje de
la discusión con su madre. Se dio cuenta de que la información que le había
dado a la ginecóloga seguramente había sido vista de manera infantil, en
sentido figurado o como una extraña jerga de internet.
Desde que el centauro había escurrido
dentro de ella, supo que su vida no sería la misma. hacía unos siete meses que ese
monstruo la había montado con furia y placer.
Esa misma noche, se repetiría aquello.
Alicia miró hacia la puerta: ahí estaba aquel
ser de pecho desnudo, con su largo miembro escurriendo de placer por ella.
—En la cama no —dijo desesperada al pensar
que el rechinido de la cabecera alertaría a su madre. Esto lo dijo sin saber siquiera
si el centauro hablaba su idioma.
La bestia se arrojó hacia ella, rasgando la
ropa y preparando a su víctima para concretar la corrida más intensa que jamás
hubiera podido imaginarse Alicia.
La monstruosidad tomó del pelo a la mujer y
le levantó las caderas. Entró de golpe con toda la brutalidad de un equino
inexistente.
Y mientras la señora Aranda se preparaba un
té en la cocina, justo sobre su cabeza, Alicia era tocada tan profundamente
como ningún hombre jamás alcanzaría.
La manera en que la sometía le recordó
aquella noche de agosto con una luna caliente que levantó en su tío Joaquín un
deseo malsano de abusar de la pequeña Alicia. 11 años recién cumplidos y Alicia
estaba debajo de un hombre gordo y con olor a cigarro que la movía de modo tal
que sentía unas ganas desmedidas de ir al baño.
Pero esta vez era diferente. Se sostuvo de
las pezuñas, acarició el segundo vientre que tendría el centauro, y pudo sentir
—antes de desfallecer— la bestial arremetida del centauro.
El abdomen de Alicia se sentía a reventar:
seguro creía que era la semilla del centauro, pero seguramente se trataba de
aquella pezuña, la cual elongaba milímetro a milímetro.
Lo que la despertó, desfallecida en su
cama, con el vestidito rasgado y moretones por dentro y fuera, fue una coz de
un placer agonizante en toda ella.
Aquello que pasó con el centauro empezó a repetirse.
Por varios días, las violaciones fueron
tantas que Alicia ya ni rechistaba. En sus ojos, un miedo cristalino brillaba
en celo, pidiendo más y más de ese potro blanco, de su semental mitológico.
En las mañanas iba al trabajo; pero a la noche,
él llegaba con su miembro cada vez más largo, más grueso y chorreante.
Día tras día, ella se tapaba la boca para
no llorar un orgasmo (Tranquila, Alicia. Haz feliz a tu tío Joaquín). Gozosa,
ya no se arrepentía de cómo esa monstruosidad la trataba como miseria. (Así, no
digas nada). Sentirse usada por el potro la atormentaba de placer como si fuera
la yegua potranca que nunca pudo ser a causa de su madre.
Alicia supo esconder sus cólicos diarios,
las rozaduras de sus piernas. La lívido prendida cuando el camión rebotaba en
un bache y ella sentía el dolor placentero romperle por dentro. Lo que no pudo
disimular fue el abultamiento de su vientre: parecía una mujer con cuatro meses
de espera.
Obviamente, su madre la acusó de todo menos
de víctima. Si alguien había pecado, era ella. Eran sus modos, sus caminadas, la
manera en que ella le hablaba a sus compañeros, cómo se vestía.
Alicia, se supo guardar las palabras aquellas.
Al final, se había tenido que guardar aquel abuso; y ahora, guardaba dentro de
ella las brutales embestidas de su amante nocturno.
Así que siguió apurándose en el trabajo: a
cualquier oportunidad regresaba a su casa, subía las escaleras, se desnudaba por
completo y se tiraba al piso levantando la cadera. Necesitaba la violencia de
aquel ixiónida.
La madre limpiaba con esmero la habitación
de su hija, pero no encontraba nada alarmante, ni cartas, ni lubricantes,
pastillas, ni condones. Barría con cuidado, pero sólo sacaba el polvo y algunos
de esos sedosos pelitos blancos: finos como los de los gatos; pero pecaminosos en
extremo.
Alicia sabía que su madre estaba al tanto,
por lo cual se tiraba al suelo, allá podría limpiar el semen, la sangre, su
saliva. Ella estaba descubriéndose feliz.
Pasó entonces que un 6 de agosto, la noche más caliente de
todo el temporal, ninguna pudo dormir.
La noche fue inquieta para todas: la señora
Aranda rezaba para que el alma eterna de su hija viera la luz; la doctora Meggy
pasaba y repasaba el ecosonograma y los correos de expertos ganaderos, de otros
colegas: todos decían que aquello era una pezuña. Pero Alicia no se dignaba a
volver a consulta porque las noches las tenía reservadas para su centauro. Para
acabar, Alicia —casi adicta a la monstruosidad aquella— era embestida hasta la agonía.
Cuando Alicia caía rendida y el ixiónida desaparecía,
ella soñaba con un pequeño caballo galopando en sus entrañas. Los golpes eran
similares: el animal quería salir reventándole el estómago como amante nocturno
la reventaba contra el piso. Creciente, como la luna, el potrillo se
desarrollaba con gusto.
Esa noche, inquietante de calentura y de
pensamientos, la señora Aranda llegó al último misterio del Vía Crucis cuando
el grito de dolor de su hija la despertó del numen católico en el cual se había
sumergido. Su instinto maternal borró de golpe su desaprobación. Era un viernes
caliente, y antes de que la recepcionista de la ginecóloga se fuera, recibió la
llamada urgente de que Alicia estaba en labor de parto y no podían moverla
siquiera de la cama. Su estómago arrempujaba hacia todos lados como si una
bestia quisiera emerger de ella.
Doce minutos: el consultorio estaba cerca.
Aquel dolor atípico de Alicia le destruía
por dentro. La Dra. Meggy observaba con horror aquella panza enorme.
Para Alicia fue como cuando descubrió que
su tío no le estaba haciendo nada bueno. El orgasmo de la bestia se había
convertido en un desgarro de sus entrañas. Los chorros de placer se habían
tornado un amnío sangrante.
Los gritos rompían tímpanos y fuentes. Las
tres mujeres en la habitación sintieron que algo extraño se aproximaba. Algo
trotaba hacia fuera de Alicia.
En 20 minutos, las contracciones eran insufribles. La madre
ya tenía toallas y agua hirviendo. La ginecóloga estaba lista para recibir a esa
criatura.
El estómago de Alicia parecía golpeado con
la fuerza de un percherón mortal tratando de romperle la panza a su madre en
vez de salir por lo que su padre había denigrado tantas veces a la pobre mujer.
Gritos, dolor, sudor… de todo le ocurría a
la pobre Alicia y, con espuma en la boca, agonizaba por ese ser tan otro que
pedía cabalgar por el mundo. Eso no era lo que se había imaginado; era como
cuando su tío le había mentido diciéndole que no le iba a doler.
La señora Aranda no sabía siquiera dónde
ponerse, acataba todas las indicaciones que le daba la doctora. Sabía que algo
estaba mal en ese pecado parturiento y en aquel niño sin padre. En cuanto el bebé saliera de las entrañas de
su madre, la correría de la casa; pero ahora debía ayudar a su hija, quisiera o
no, la quisiera o no. Bajó pronto a poner más agua a hervir.
Alicia dio un manotazo en el colchón. Fue
el único indicio de que el parto empezaba.
La doctora Meggy quedó atónita al ver un
pelambre blanco y salvaje.
Casi de forma de forma instintiva Alicia
apuró las contracciones. La invadió un instinto atípico: estaba segura de que
así debía hacerle, de que era su manera de aventajar aquel dolor insoportable.
Entonces salió: la expulso rápidamente como
si ni siquiera su cuerpo la quisiera dentro.
Alicia gritó despavorida sintiendo las
mismas mordidas paradisíacas del centauro en su cuello, pero esta vez a modo de
desgarre: lo que salía no era más que una quijada desmembrada con un pelambre
blanco.
La doctora Meggy no pudo creer lo que
estaba enfrente a ella: embebido de placenta sangre y sangre viscosa, estaba una
quijada.
El burbujeante abdomen de Alicia continuaba
moviéndose. Era la peor pesadilla de cualquier madre: sentir las manos
abriéndose paso entre el ombligo, pero en vez de dedos, eran las afiladas pezuñas
de un monstruo horrible.
En el piso de abajo, la señora Aranda oraba
por su hija y su alma eterna mientras esperaba que la tetera eléctrica. Ahí,
cerca de la cafeterita y de las cosas del café estaba la foto de su difunto
esposo abrazado de su hermano.
Lo que salió después, fue una pezuña, quizá la que había
visto la doctora; pero ésta venía más larga, casi con la pierna de un potrillo.
De no haber sido de estómago fuerte, la doctora habría vomitado ahí mismo, pero
un miedo ominoso le cerró el estómago y el pensamiento. Debía seguir en la
labor de parto.
Alicia sintió esa violación inversa: lo que
había entrado ahora salía de forma imposible y cercenada.
Salió otra pezuña, ésta más corta.
Una más.
Siguió un costillar a medio podrirse.
Pedazos de vísceras.
Aquello parecía un vómito de vida: pedazos
decrépitos que al unirse podrían conjuntar a una monstruosidad imposible.
El clic del hervidor a le indicó a la
señora Aranda que podía subir a toda prisa tratando de no caerse ni de quemarse.
En los cuartos, una confundida doctora sacaba
de aquel vientre un adefesio fantástico y morboso.
Alicia sangraba, profusamente sangraba.
Salió la última pierna del potrillo: era
más larga que todas y había servido como un tapón para el resto del animal: la
cola, el cuerpo, vísceras, un resto de cabeza.
A estas alturas, no era posible saber si la
sangre provenía de esos retazos equinos o de la mujer que expulsaba a un no-vivo.
La señora Aranda entró para dejar caer la
tetera hirviente al piso. Poco le importó quemarse los tobillos o dañar la
alfombra del pasillo. Tanta putrefacción junta la llevó a la locura… ¡era el
demonio! Quiso gritarle de qué se iba a morir, darle una perorata cristiana de
las negativas del sexo, reclamar la posible zoofilia o las prácticas
horripilantes que había tenido al meterse tanto caballo dentro.
La doctora Meggy vio salir el último pedazo
de animal… un ojo desajustado de haber estado unido a un cuerpo habría visto la
vida.
Alicia sintió un descanso total, como si
acabara de vaciarse de todos sus problemas y el único que quedaba era su madre
de pie en el umbral de la habitación mirando el reguero de centauro manchando
pisos y sábanas.
Pudo haber sido un reclamo en el momento
más indicado: la señora Aranda gritando improperios y maldiciendo a la pecaminosa
de su hija; pero se le antepuso la mirada de sorpresa de la ginecología. Tras la
señora estaba el centauro que derribó a la mujer con una patada la cual le
fracturó la espalda, matándola al instante.
Esa monstruosidad avanzó hundiendo sus
terribles patas en el cadáver de la mujer.
Su hijo, el ser que procuró irle creciendo a
Alicia con cada noche, estaba incompleto y destruido. De un lado a otro la habitación
había miembros inertes: tripas putrefactas y huesos encarnados exhibiendo
todavía el pelambre blanco de su padre.
El intento del ixiónida por perpetuar su corrupta
estirpe había fracasado nuevamente. Pero ahora, la monstruosidad tenía dos
víctimas encerradas ahí.
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