viernes, 11 de octubre de 2024

Son las 6am para todos

Una persona juega con su celular completamente abstraído y con la espalda en proporción aurea, una chica con el decorado de uñas que cualquier mujer de negocios envidiaría lee su libro “Liderez por naturaleza”, alguien más duerme en el asiento de la manera más profesional en que solo los usuarios del transporte público sabemos hacerlo. Pero creo que soy el único que se fija en la mujer sube al tren con una niña en silla de ruedas.

La lidereza del futuro no se percata que atrás de ella hay poco espacio para una silla de ruedas porque está aprendiendo a controlar el mundo —y lo está haciendo al controlar el ingreso de la mujer—.
Los miércoles entro a las 7am y debo tomar el tren en un horario en el cual, si no fuera para una universidad privada, no me pararía en absoluto. Y siempre me topo a esa madre empujando a su hija. La niña aprieta los puños y se retuerce para mecerse, signo de tener alguna divergencia cerebral. La madre también aprieta los puños y se retuerce; pero lo suyo es visible solo en su alma: en sus ojos cansados y agotamiento de la espalda al verla tornarse las vértebras al juntar las escapular en un movimiento que todos conocemos.

Pero, ahí, a las 6am nadie tiene tiempo de tener reparos con otras personas. El chico del celular sigue ocultando su pantalla con sus cabellos en esa posición tan incómoda —pero es joven—, la chica sigue preocupada en el capítulo “Cambio de paradigma”, y el hombre dormido... Su overol lo delata como trabajador de una cervecera y hasta se lo perdonamos.

Pero yo, alguien que toma el tren a unas pocas estaciones de haber empezado su recorrido, tiene un puesto privilegiado: me puedo apoyar en la pared, de hecho, es la que tiene la ventana que mira hacia el conductor y ese huequito es perfecto para apoyarse.

Uno esperaría más cordialidad, pero no... Al ver a esa mujer —incógnita conocida— y la indiferencia del resto me apresuré a darle mi huequito donde me recargo. Pero una silla de ruedas no se mueve fácilmente y tuve que moverle el celular al chico, golpear la rodilla del hombre dormido y molestar a la lectora al colocarme en el mismo tubo que ella, pero el malo fui yo: quién rompió las reglas de no molestar a los demás fui yo. No la madre y su hija; ¡ellas no son culpables de nada! Pero sí el que osa romper el paradigma de ceder un espacio para recargarse en vez de un asiento.

Entiendo que la gente esté desmañada. Yo mismo no tomaría estás clases de no ser porque me pagan los pañales del bebé y aligera los gastos de ser padre. ¿Será eso?, ¿que reconozco que tener hijos es extremo molesto que es para la espalda? Y sí, odio levantarme temprano, es un atentado para la comodidad humana. Pero en ese tren, desde el conductor hasta el guardia que hace cambio de estación, todos somos —y citando a la secretaria de presidencia, Patricia Fernández— “compañeros de clase”, porque en el reloj, son las 6am para todos. Y por más que sea un horario horrible para la clase trabajadora, soportable solo por los ricos que hacen jogging —o yoging— para ganarse su millón de pesos invirtiendo en criptomonedas; los que estamos en ese tren, tenemos la misma condición —económica y espiritual—, por lo que un poco de cordialidad con los otros no estaría mal.

El asunto quedaría en eso, en un berrinche sin importancia, de no ser porque cuando la madre se baja en la estación donde está el centro de rehabilitación, las tensiones se relajan y el joven del celular me mira para decirme: “¿Profe?”. No me creo la sátira teatral en que esto se ha convertido: porque el obrero entreabre un ojo para ver el chisme y la mujer detiene sus páginas para ver si valgo la pena como docente. Es Julio: estudiante de Filosofía que justamente hoy expone un tema de Ética en mi clase.