lunes, 18 de agosto de 2025

Un libro sobre el mundo del libro: El viajero onírico

 

Mis soñadores lectores, toca hablar hoy de un libro que parece soñarse a sí mismo, para despertar nuevamente y volver a caer en el sopor de su propia escritura. El viajero onírico (2025) es un constructo literario diseñado por el peruano Jorge Casilla. Este autor parecería haberse contemplado en el espejo un día y preguntarse qué significa el hecho de tener algo escrito. La metaliteratura —ese juego que nos fascina de que un cuento trate sobre cómo crear cuentos, o en general de la Ciudad Letrada— es el gran eje que sostiene esta obra. Así, la textura del libro se encuentra dentro del libro: los relatos se abren para recordarnos el artificio de un autor que nos tiende trampas; como alguna vez dije en una entrevista que me hicieron en Argentina: “Yo autor te voy a mentir, y tú lector me vas a creer”.

Pues, en esta tradición de recurrir a la ficción para hablar del mundo que rodea a la ficción y —sobre todo— de cómo se desdobla en la narrativa, Jorge Casilla recorre desde Cervantes hasta Borges con personajes que saben que son personajes, narradores que dudan de sus relatos y finales que se reescriben. Aquí, El viajero onírico camina por bibliotecas que reconoceremos fácilmente si somos asiduos a la lectura. En este sentido creo que la metáfora del viaje funciona bastante bien para intitular a la antología pese a que su cuento en realidad tiene un contexto más lovecraftiano de lo que uno esperaría.

En estos cuentos, la ficción se pliega sobre sí misma y explora desde ángulos diversos el artificio narrativo: en “De lo que le sucedió a Don Quijote en el bosque de Roque Guinart” se reconstruye, en clave académica y fantástica, la escritura misma del clásico cervantino tras la intromisión de Avellaneda —figura de por sí estudiada en la metaficción—; “Anónimo” me gustó mucho por convertir una conversación de bibliófilos en una disertación sobre la autoría; “Nostos” nos presenta una Nueva Lima futurista, una droga letal y héroes imprudentes; «El viajero onírico» es un relato de ocultismo en nota de horror cósmico con policíaco. Con miedo de pecar de reduccionista, sólo quiero recomendar estos porque son los que más se avocan a mis temas de investigación y los más curiosos en tanto a un manejo metaliterario.

Mis soñadores lectores, cierro con la idea de que El viajero onírico se sueña para ser leído, y se lee para seguir soñando. Conozco a este escritor como un buen amigo, pero no por eso soy condescendiente. Es un buen material y, sin duda, su narrativa puede cautivar a más de alguno.

Portada de El viajero onírico (2025) de Colmena Editores

viernes, 25 de julio de 2025

Mshaaaaaaj

 

Ayer subí una foto sin camisa donde me gustó mucho cómo se me veían los incipientes músculos que ando desarrollando. Tuve mucho apoyo y me dijeron que me veía muy bien. La verdad yo encantado con el físico que ando agarrando, no por la pedantería de "Estoy sexy" —que sí la hay, claro— sino porque esa foto es un: "Te estoy ganando, pinche diabetes... esto es prueba de que, aunque tenga los genes jodidos de mis papás, puedo contra eso y más" (recuerden esto de la herencia: van a ver por qué).

El subirla fue idea de mi psicóloga: "Es una manera en que puedes dejar claro en quién te estás convirtiendo y demostrar tu esfuerzo de estos más de 100 días de trabajo", palabras más, palabras menos. Y es que… ¡sí me gusto! Estoy aprendiendo a querer mi cuerpo, cosa que no hacía desde hace 24 años, período donde me dejé perder en excesos, novios tóxicos, videojuegos, posgrados y enfermedades. Mi psicóloga tenía razón: esto es lo que ahora quiero ser: me gusta sudar y ese dolorcito en el pectoral un día después de hacer press inclinado. ¡Me mama ese dolorcito!

Pero, ¿cómo llegué a esto? Tuve que darme cuenta de que mi futuro podía ser horrible en caso de que no me cuidara. Imaginen: un papá fulminado por un ataque cardíaco al correr tras su pequeño; un hombre que debería sufrir diálisis mientras el hijo está en la universidad; un rescoldo de persona que en varios años ya no tendría intimidad y que su cuerpo estaría fofo y descuidado… Es alarmista, lo sé. Pero, ¿de qué otra manera le agarras el pedo a esto de sobrevivir por tus seres queridos?

¿Pero saben qué? ¡Hablando de seres queridos! Mi familia terminó diciéndome que me veía obsceno; que iba a perder mi trabajo por andar mostrando lo que millones de gente en TikTok enseña (y ellos sí tienen cuerpos para presumir); que de qué me sirve un doctorado si voy andar así de vulgar... Me bajaron de mi "Weeeeey, 400 likes a una foto” y de mi "¿Quién está compartiendo mi video en TikTok?" a un: "¿Sí tendrá razón mi psicóloga?". Justo estas dudas infundidas de mi familia (les dije que las herencias iban a ser importantes) son las que externé en terapia: "¿Qué dirán mis compañeros de trabajo de eso? ¿pensarán que soy muy vulgar?". Los traumas se aprenden desde casa, dicen.

¿Ubican ese chiste de que los mexicanos tenemos una frase que menosprecia cualquier comentario dicho por otra persona? Pues cuatro meses de ejercicio y perder 11 kilos (que eran 16 de mi punto más redondo); cuatro meses de un 120 de glucosa en ayunas a pasar a un más normalito 103… con incluso un par de registros de 97; pasar de bofearme en las escaleras del Tren a poder levantar una ridícula cantidad de 20 kg en mancuernas; la sensación de agotamiento total por hiperglucemia en mis días y unos pies rasposos a una piel suave y tener energía para hacer mi rutina casi todos los días y hasta para la noche… Todo esto, desacreditado con un pinche “Qué vulgar te ves”. Esa respuesta que me dio M. Duras fue el “Mshaaaaaaj” de cualquier mexicano. Esa interjección contra la que no puedes decir nada. Esa interjección que se siente como la dulce venganza de 124 mg/dL en ayunas.




jueves, 13 de febrero de 2025

La percepción de los otros

Para Donald Trump y su club de millonarios, América no es un continente; es su patio trasero, una extensión de sus negocios y caprichos. Con apenas el 23.11% de la superficie total del continente, Estados Unidos se atribuye el derecho de decidir el destino de los demás, como si su hegemonía económica y militar le concediera una corona imperial. Y no es novedad: es la misma actitud de siempre; pero ahora con menos sutileza y más arrogancia.

La era de Trump Recargado —las segundas partes de las películas no suelen ser tan buenas— ha llevado esta mentalidad al extremo: ya ni siquiera es el gobierno quien impone las reglas, sino un club de magnates que ve la geopolítica como un negocio privado. Para ellos, América Latina no tiene cultura sino que es su tablero de ajedrez donde mueven fichas a conveniencia y donde se cambian los nombres a su gusto como si se tratara de un DM caprichoso. Es más: si algo no encaja en sus planes, lo corrigen con sanciones, muros o tratados comerciales... Pero cuando les duele en impuestos para su Super Bowl, le dan retro.

Esta visión instrumentalista deshumaniza, refuerza las desigualdades y la dependencia que cada vez es menos de su nación. Cada vez que hablan de América Latina como un problema —y no como un aliado— deja claro un desprecio bien metido en su tuétano; porque para la Casa Blanca —la de EE.UU.—, solo hay dos categorías: los que obedecen y los que estorban. Pero América no es suya, por más que quieran creerlo.

Como profesor creo que las universidades deben ser trincheras contra esta visión impuesta. En un mundo donde el pensamiento crítico es incómodo para el poder, los espacios académicos tienen la responsabilidad de generar narrativas propias. Si callamos, dejamos que otros decidan por nosotros.



Imagen creada con Dall-E