Recuerdo ese día como si de un sueño se tratase. Subí cada escalón de la
vieja torre como buscando y deseando toparme con algo y nada. Mi anhelo
repentino me condujo hasta la más alto de la iglesia, al campanario, al hogar
de la más bella creación que jamás habré de encontrar. De un bronce desgastado
y de majestuoso fundido. La campana de esa torre era inconmensurablemente
esplendorosa. Ni con mis brazos abiertos habría podido rodearla pese a mis
intensiones más bajas y perversas. Su candor y frialdad motivaban en mí la
envidia, la gula, la lujuria, el odio y deseo. Esta creación era mía, nadie
podía haberla amado como yo lo hice esa tarde. Sus ribetes, el óxido y la
herrumbre, todo en una poderosa unión de armónicos tañidos que todo el pueblo
escuchaba pero que sólo yo puedo reconocer. Toca para mí, dulce joya, pues no
hay alma que llegue a poner en duda este santo labor que tengo.
Jaa na !!
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