Mis ensayistas lectores, el día de hoy les traigo, más que una recomendación por cierto
libro, por un tipo de obra en particular. Hace tres meses, entré a un taller de ensayo
literario, impartido por Israel Carranza, un importante miembro del campo literario en las
ciudades de Guadalajara. Este taller tiene una tradición enorme en diferentes partes y
suena sorprendente cómo ha evolucionado.
Columnas anteriores, se habló de varios ensayistas, e incluso en una ocasión se
recordó el origen de este tipo de trabajos; pues ahora veremos el lado más flojo y menos
académico del ensayo literarios.
Por mucho tiempo existieron tres grandes géneros: prosa, verso y drama. Del último
(el teatro) no hay mucho qué decir. Las características del texto dramático están bastante
definidas; sin embargo, la prosa puede llegar a ser muy general, pues “prosa” es todo lo
que no está escrito en verso. Aquí podemos decir que los apuntes de la escuela son prosa,
una lista de supermercado, un trabajo sobre medicina. Esta situación causó muchas
confusiones de términos. Incluso, algo sumamente gracioso, los estudiantes de ciertas
carreras que poco tienen relación con las humanidades, denominan a los libros con los
que trabajan, como “literatura”.
Fueron estas inespecificidades las que en el siglo XVI, llevaron a Michel de Montaigne
a escribir sus Essais (Ensayos) donde trataba temas de lo más diferentes, argumentando
las posibilidades sociales de muchas de esas cosas. Más tarde, esto se volvió una nueva
manera de explicar el mundo, sobre todo cuando se hacían tratados en busca de
explicaciones.
Nos llegan a nuestro día cinco siglos después, y su evolución es bastante notoria. Lo
que al inicio eran cartas a Sus Majestades para tratar ciertos asuntos de saber popular,
ahora son temas que a todos nos pueden conmover y maravillar. Desde el uso de una
estilográfica y su historia, cómo disfrutar una comida, el modo correcto de vivir en
Estambul, o las variedades que tiene el anime y el manga en nuestro México actual. La
concepción del ensayo es la de mostrar una perspectiva reflexiva que no se se había hecho
anteriormente. La visión del mexicano por Octavio Paz o Robert Barthra, las calles de
Vicente Quirarte, la perspectiva feminista de muchas escritoras, cómo conciben la
creación otros, y sobre todo, por qué somos lo que somos.
¿Filosofía? Claro que sí. Todo ensayo responde a ciertos cuestionamientos. Ya sean
propios o antropológicos, todo buen ensayista está filosofando cuando trata algún tema.
Como dijo una compañera del taller de ensayo: “es un gusto saber que lo que escribía
tenía nombre”. Es verdad que el ensayo es el más generoso de los géneros, pero también
es un caso sumamente amplio. Cualquier reflexión especulativa puede ser un ensayo, una
pregunta lanzada al aire, un recuerdo sobre un viento específico es un ensayo. Todo cabe
en este cajón. Yo me considero un purista de las clasificaciones, y he teñido pleitos al
respecto con profesores de la universidad, pues no creo que todo sea un ensayo, pero sí
creo que al tener una misión reflexiva, la intención de comunicar argumentos, y volver a la
tradición filosófica del qué, cómo, cuándo y dónde; tenemos un ensayo.
Mis ensayistas lectores, sigan enviando sus correos, comentarios y demás. Su opinión
es muy importante para seguir hablando en esta columna. Sus mensajes son siempre
respondidos.
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