Mis floridos
lectores, la temporada de lluvias ha llegado a todos nosotros mojando a más de
un descuidado y afectando a todos los que no la esperábamos. Pero sin duda, una
de las cosas más repentinas que me asustaron en estos días fue una gran noticia
de la Real Academia Española.
Además de que “Limpia, fija y da esplendor”, según su propio lema —o slogan
según se podría decir—, la RAE
ha hecho demasiadas modificaciones en el diccionario como para estar llorando
ante semejantes decisiones. Algunas personas comprenderían que esto es una
decisión adecuada para los tiempos que pasan, y es en realidad un descuido de
las viejas tradiciones.
Recuerdo que en la maestría mi profesora decía que era un
purista y que no debía ser tan cerrado al momento de hablar de poesía. Mi gusto
por los haiku y mi rechazo de los
jaikais de Rebolledo, me causaron una buena discusión en clase. Pero lo que
pasa acá es ridículo. Quitar el acento a la palabra “solo”, defendiéndose en
que se podría colocar un sinónimo para evitar ambigüedad es más que otra cosa,
una chingadera.
¡Oh, dioses! Una mala palabra en el periódico. Pues claro. La
palabra está en el español validado por el diccionario. Y aunque es una palabra
marcada como “malsonante”, es de las más usadas, tanto que llega a esta columna
para hablar de un libro que rompe por completo las normas de “dar esplendor”
que maneja el Diccionario de la Real
Academia Española, y me refiero al Chingonario.
Los que me conocen, saben que tengo un particular gusto por las colecciones de
Algarabía. No sólo en cuestiones de editorial y revistas, sino en sus ideas.
Los temas manejados por la firma son sumamente interesantes, y el Chingonario no es la excepción.
Este pequeño libro que remite a un cuaderno de forma italiana
es un diccionario estandarizado de los usos de palabras con la raíz “ching-”.
El ejemplar tiene suficientes vocablos acomodados de la A a la Z y expresiones
como “Estar chingando”, “Chingadera”, “Chingadazos” y “Pasar a chingar”, con
todas sus posibles utilizaciones. El ejemplar divierte, y cada una de sus
páginas muestran lo “chingón” que puede ser el español.
Aquí se muestran muchas posibilidades que el mismo DRAE no
acepta, pues aunque existen “chingadera” y “chingadazo”, no aparecen voces como
“chingonería”, que todos los mexicanos entendemos. Es quizá una modificación
interesante la que se hacen en la Academia, y pese a mi disguste obvio, no dejo
de maravillarme y tratar de usar estas normas tan distintas para mí. Es quizá
la edad, la experiencia o la inadaptabilidad que sufro día con día. Mis
floridos lectores, si ustedes conocen un ejemplar como este, o quieren
compartir situaciones, estoy a sus órdenes en este correo y espero que conozcan
el Chingonario en cuanto antes —por
no decir otras palabras—.
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