Mis
cuevanenses lectores, el día de hoy retomamos a un escritor del que ya habíamoshablado. El retomar a este importante autor es ahora necesario, pues cronológicamente
esta novela menciona a la anterior. Hablaremos de uno de los guanajuatenses
ilustres: Jorge Ibargüengoitia, en esta ocasión comentaré Estas ruinas que
ves (1975), libro adaptado al cine y que tiene una producción bastante
aceptable.
Si han leído el texto que referimos arriba, entonces debieron encontrar
varias concordancias ¿Quien no puede sentir una relación con la ciudad de
Cuévano y Guanajuato? Para muchos de los que venimos de fuera y encontramos
esta sutil comparación metamorfoseada léxicamente, nos parece sumamente
hilarante la relación. Si no, piensen en el famoso Día de la Cueva, y la
cantidad de túneles y callejones que hay en Guanajuato, para luego pensar que
en efecto se trata de Cuévano mismo.
Al inicio, el libro no parece ser nada más que la relatoría en torno al
regreso a provincia de un profesor de literatura que dará clases en la
grandiosa Universidad de Cuévano. Así como contarnos todos sus paseos por
varias calles que nos sacan la sonrisa al encontrar en esa mezcla aleatoria de
sentidos semánticos y fónicos las palabras correctas o con su vecino Pedrones,
en que confunden todo lo grandioso con grandote. En esta novela, de muy breves
dimensiones se hace referencia a otra de sus obras, Las muertas, con las
hermanas Baladro, a quienes dedica otro libro Las muertas, y del cual ya
hablé en su tiempo.
Lo que puedo recomendar de este libro son dos puntos específicos: el
primero es la historia de amor velado que existe entre el protagonista y la
esposa de uno de sus amigos. La cual termina como “La señora del perrito” del
ruso Anton Chejov. Son amoríos e infidelidades que te llevan a pensar en lo que
en realidad les emociona de ese tipo de relaciones es el ocultamiento y no el
amor per se. La segunda cosa que me encantó, fue cómo se burla de la
misma ciudad de Cuévano. Personalmente no soy guanajuatense, vengo de la ciudad
de Guadalajara, y muchas de las tradiciones llegan a serme extrañas. Tantas
procesiones, tantos cohetes por eventos religiosos y la calidad de muchas de
las cosas que uno se topa. Todo esto es un punto de comparación con una gran
ciudad. Me pasó y le pasó a un par de amigas: las puertas de nuestras casas de
la noche a la mañana se descompusieron, y es que en Cuévano las puertas no
cierran ni abren como deberían, o eso dice Ibargüengoitia. También está esa
curiosa idea de que en la Capital no eres nadie, pero en Cuévano, hasta los
perros te conocen, máxima que me ha sido tan verificada al pasear por el centro
de la ciudad y toparme —al menos— con cinco conocidos.
Esta novela llega a ser bastante cómica si
eres extranjero de Guanajuato. Por lo que, les dejo a consideración esta
lectura, mis cuevanenses lectores, ya sea adquirida en una librería, leída en
sus bibliotecas, o solicitándola a préstamo en cualquiera de los dos Paralibros
de la ciudad.
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