La crítica de lo llamado “popular”
Hace
algunos años se le llamaba “cultura popular” a lo que hoy se le considera “cultura
de masas” o “cultura subalterna”. Es curioso que este término se haya puesto en
conflicto, pues todo parecería ser
popular.[1] Sin
embargo, el término de lo que es o no popular llega hasta nuestros días para
estar en conflicto con otras distintas clasificaciones como lo son “cultura
urbana”, “cultura mediática”, “cultura de masas” y “cultura letrada” (Araújo,
2009: 72). Es impensable para la academia que la cultura se comprenda en su
totalidad, y por eso surgen estas otras para dialogar entre ellas y darnos a
entender el modo de pensar de cierto grupo de personas.
Así, podríamos llamar “cultura popular” a cualquier
manifestación artística no respaldada por el canon —un concepto aún más
complicado que el de cultura—.[2] Si
esta afirmación es correcta, la globalización dio la posibilidad de descubrir
ciertos tipos de manifestaciones artísticas marginales como el anime, películas producidas en Bollywood
y artistas gráficos quienes colocaban su obra gratuitamente en DeviantArt para hacerse difusión.
En un momento se creyó que abrir internet a los artistas resultaría
problemático, no sólo en materia de derechos de autor, sino en la calidad de
los trabajos que se subían a las redes, pues es bien sabido que un artista debe
estar respaldado por un grupo de expertos que aprueben su hacer.[3] ¿Eran
los artistas los culpables de ello o era el público quien no apreciaba las
obras de los demás? Con esto nos referimos a la posible falta de criterio que
pudiera haber por parte de los creadores y del público, pues estamos hablando
de obras marginales: de todo aquello que está fuera de lo aceptable.
Fue el filósofo italiano Antonio Gramsci quien acuñó la
idea de subalternismo para referirse a esta relación entre los grupos dominantes
de aquellos que no se dan cuenta de su poder, de un grupo que aún está bajo el
yugo de otro sin notar su fuerza o sus posibilidades de desarrollo. Estas
palabras parecen guiar hacia la definición de “cultura subalterna”, pues se
puede tender un puente entre las ideas de los artistas marginales y lo que se
consumía en el mundo en ese tiempo. Así se empezó a instaurar la posibilidad de
que —como bien dice Gayatri Spivak— pudiera hablar el subalterno.
Como se ha estado mencionando, estas voces subalternas
llegaron al mundo por un canal inesperado, y se mimetizaron con palabras como
“lo popular”, dejando mensajes increíblemente densos, los cuales pueden ser
leídos, no sólo por el gremio, sino por todo el público. El arte subalterno mueve
hilos emocionales y racionales en quienes aprecian sus obras. Ya sin más,
pertenezca o no al subalternismo, son piezas de arte que tocan a las personas y
que conmueven la fibra estética de cada individuo. Manejan un discurso
universal, pues si no, no podríamos reaccionar ante discursos que fueron
creados, no se diga en nuestro propio idioma, sino en una cultura disímil.
Un muy buen ejemplo de esto ocurre en 1988 cuando se
estrena en los cines nipones Akira.
Esta película de animación japonesa creada por Katsuhiro Otomo muestra un mundo
degradado y denigrante en el cual la vida humana ha pasado a una mera
supervivencia. El gobierno y la industria, sin necesidad de tener un recelo
ético, puede experimentar con seres vivos, dotando accidentalmente de poderes
psíquicos a un expandillero, entonces, el protagonista —su amigo y jefe de la
banda— debe detenerle o dejar perecer a toda la humanidad.[4] Este
largometraje sirvió de embajador cultural y fue distribuida con rapidez por
todo el mundo. La globalización en ciernes permitió a esta película a llegar a
millones, convirtiéndola en una obra de culto. La recepción de la película de Katsuhiro
Otomo es anómala, pues tiene barreras difíciles de franquear como son el idioma
y su cultura; se sabe que Japón es un mundo cerrado y de complicado acceso. De
hecho, este discurso marginal —y que habla sobre la marginalidad— llegó a ser
utilizado alrededor del mundo al haber sido etiquetado como “popular”. Los
marginados utilizaron esta obra para expresar sus ideas sobre el anarquismo, el
capitalismo y otros males comunes. Esta película llegó a Latinoamérica en
muchas copias BetaMax y VHS con subtítulos amateur.
Si no hubiera sido por la increíble recepción que tuvo en occidente, Japón no
habría abierto sus líneas culturales hacia nosotros.[5] El
mundo de la antiguamente llamada “cultura popular” no se habría convertido en
lo que es ahora. Fue aceptada por una parte de la crítica, por otros fue
rechazada, por ello, ¿es subalterna esta obra? Para todos los que no frecuentan
el mundo del anime sí. El problema es
que, quienes consumen estas obras, a veces, no tienen cierto criterio o
perspectiva para analizar sus discursos, quedándose en la incomprensión total
de un mensaje que no termina de llegar, y no por error en el idioma, sino por
una falta de competencias comunicativas básicas.
El humanista posmoderno
La
sociedad no se cansa de decirnos lo dañino que resultan los medios de
comunicación masiva. En teoría, apreciar el arte —y sobre todo se cree que la
producción contemporánea— puede realizarse sin necesidad apreciar realmente el
objeto de estudio. Por ello se dice constantemente que el pueblo se ha vuelto inculto.
Quizá, por esta idea de “incultura” es que Gramsci decide hablar de culturas
subalternas, porque si a cultura popular vamos, todos tenemos una cultura; aunque
no nos hayan educado en el mundo letrado.
La palabra posmodernidad ha resonado demasiado desde que Jean-François
Lyotard comentó que habíamos llegado a una sociedad como la que tenemos, donde
hay diversas crisis y —tras el fracaso de la modernidad— necesitábamos
reintegrarnos y aceptar la posmodernidad. Sin embargo, lo posmodernos surge en
cuestiones artísticas, pues se pone en juego la cultura dominante y se abre el
discurso para que se cree cultura desde los extremos, desde lo marginal.
Entonces, es posible que una obra de arte se analice, no solo desde el punto de
vista hegemónico, sino que se den infinidades de posibles interpretaciones, incluyendo
la del mismo autor.[6]
Así, en un discurso abierto como el del arte, decir que uno tiene la verdad
absoluta no es posible, aunque se respalde con los “creo” y “siento” tan
evitados por la academia.
¿Cuál es la función del crítico ante un mundo posmoderno?,
y ¿cómo logra que las personas —limitadas a su capital cultural— no
sobreinterpreten? En esta realidad donde muchos se protegen con el avatar de Anonymous, colgando sus opiniones
en foros y redes sociales resultaría imposible pedir argumentos respaldados, o
siquiera el criterio necesario para identificar las noticias verdaderas de las
falsas. Por esto, los críticos —y los humanistas— deben apoyar al público
acercando una opinión pensada y argumentada, para entrenar de forma indirecta a
las personas. Está claro que no se busca dar la única y simbólica verdad del
arte, sino evidenciar las interpretaciones sobradas y con falta de un aparato
crítico, que surjan de una persona. Debemos entender que la mayoría del público
no se ha inmiscuido en el arte del análisis, llámese filosofía, filolofía o
humanidades.
Para lograr un cambio radical, debe educarse a la
población, debe acercársele el arte de manera efectiva, y parecería casi
evidente que se requiere de la literatura. Parecería contradictorio decir que
la literatura nos ayudará a comprender el cine y demás obras culturales de
nuestra contemporaneidad, pero es cierto que ella es un apoyo particular para apreciar
de una mejor manera las obras audiovisuales que tanto se producen en este
tiempo. Es verdad que hay muchos referentes y adaptaciones de obras literarias
a la pantalla, pero es necesario enfrentarse al discurso narrativo, pues de él surgen
las metáforas, es donde se desarrollan mensajes propios del arte y donde lo
dicho y lo no dicho cobran una relevancia total.[7] El
arte literario es uno de los métodos para hacer llegar vivencias y experiencias
al mundo, es el saber para la vida que Ottmar Ette menciona en La filología como ciencia de la vida.
No por nada muchos han reflexionado en torno al cómo y por
qué leer, así como de qué forma esto nos ayuda a interpretar mejor nuestra
realidad. El libro es un vehículo del conocimiento, y la literatura es un
discurso lleno de elementos que pueden mejorar la capacidad de crítica de
cualquiera. La filósofa estadounidense Martha Nussbaum dice que no tenemos que seguir
pensando que el libro es la solución totémica; lo importante son los mensajes
dentro de los libros (2001: 58). No debemos quedarnos con el argumento por
autoridad, tenemos que pelear con él, discutir y encontrar si de verdad es algo
que nos sirve para nuestra vida cotidiana.[8] Nadie
debe enfrentarse a una obra de arte —no se diga literaria— pensando que sólo se
está entreteniendo, que sólo es un pasatiempo. Hay lectores meta de una obra,
es importante entender para quién escribe el autor y sobre todo quién puede
acceder a lo que el texto dice en realidad. Las personas sin una competencia
comunicativa desarrollada, esas que inundan las redes sociales —como se decía
palabras arriba—, no tienen una conciencia, un criterio propio o colectivo que
les haga pensar si lo que están diciendo está bien o no (Gubern, 2000: 121-154).
Pero por algún lado deben comenzar.
La literatura ayuda a generar experiencias, a descubrir —volviendo
a citar a Ottmar Ette— esos saberes para la vida y saber convivir. La
literatura nos acerca a otros mundos, a otras posibilidades y, a partir de
estas vivencias, arribar a una interpretación más cercana, más asertiva, y la
cual nos pueda alejar de esas sobreinterpretaciones paranoides y obsesivas.[9] Por
eso es bueno que el crítico, que el filólogo, el humanista —como guste llamarse
a esta figura— dé los instrumentos necesarios al público para que por su propia
cuenta despeje las sombras de la incomprensión y que entienda el contexto, el
sentido o el mensaje de una obra y que no piense —como el caso de Akira— que se tratan solo de dibujos marginales.
Hoy en día, se están creando obras artísticas a gran
escala en la mayoría de los medios de comunicación masiva. Existen series
televisivas para niños que pueden ser analizadas con tratados filosóficos,[10] rompiendo
los falsos ideales de que la televisión solo entretiene. Estos discursos marginales
o subalternos llegan cada vez más a la gente, a lo popular. Empiezan a llamar
la atención de las personas y hay que abordarlos desde una interpretación
competente. Los creadores están leyendo más, ya que, en un mundo donde el arte
no se ha revalorizado, tiene que hablar desde esa marginalidad para enseñarnos
sobre la vida, “[…] y comunicar estas soluciones al público es un aspecto
central del rol del humanista como intelectual” (Suárez, 2013: 12).
Como nos dice Ottmar Ette, se requiere usar varios
enfoques, varias metodologías y no limitarnos a un simple estudio. Hay que
abrir nuestra conciencia y darnos cuenta de que, consumiendo cultura, y, sobre
todo, leyendo literatura, aprenderemos sobre la vida, ya que el arte es el
camino para poder comprender al arte mismo.[11] Hay
que recordar que somos humanos y como seres racionales necesitamos un respaldo
emocional; pero también necesitamos cultivar nuestra alma, aprender de qué modo
estamos enfrentándonos con nuestro mundo, con la sociedad y con nosotros mismos.
Bien lo dice Juan Luis Suárez al final de su ensayo “El humanismo digital”:
“ofrecer al público nuevas vías para abrazar una mejor vida” (2013: 21). El
descubrir una posible interpretación en una serie televisiva o una película es
reflejo de que estamos un paso más allá, de que nos acercamos a una forma perfeccionada
del humano: un humano que razona, y que, al mismo tiempo, tiene un valor mayor pues
por medio de la literatura, por medio de sus lecturas, por medio de su
criterio, ha llegado a comprenderse así mismo, y a su contexto.
Bibliografía
Araujo, N. (2009.).
“Cultura” en Szurmuk, M. y McKee Irwin, R. (Coord.). Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, (pp. 71-74).
México: Siglo xxi.
Ette, O. (2015). “La filología como ciencia de la
vida. Un escrito programático en el año de las humanidades” en Ette, O. y Ugalde
Quintana, S. (Coord.). La filología como ciencia de la vida, (pp. 9-44). México: UIA.
Figueroa, J. (2004). “Edward Said, la periferia y el
humanismo" en Iconos. Revista de
Ciencias Sociales. (18), (pp. 100-108). Quito: Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales.
Gillig, J. (2001). El
cuento en la pedagogía y en reeducación. México: fce.
González Maestro, J. (22 de enero de 2019). “Nadie
aprende nada leyendo literatura” [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=ErPurMlTkNQ
Gubern, R. (2000). El
eros electrónico. Madrid: Taurus.
Katō, S. y Suzuki, R. (productores) y Otomo, K.
(director). (1988). Akira [Cinta
cinematográfica]. Japón: TMS Entertainment.
Lyotard, J. (1991). La condición postmoderna. Buenos Aires: Red Editorial
Iberoamericana.
Nussbaum, M. (2001). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la
educación liberal. Barcelona: Paidós.
Odell, C. y Le Blanc, M. (2013). Anime. Croydon: Kamera Books.
Pini, I. (2014). “¿Puede el derecho del arte definir
arte contemporáneo?” en Fundación Neme. Conceptos de Arte Contemporáneo (pp.
29-30). Bogotá: NC-arte.
Suárez, J. (2013). “El humanista digital" en Revista de Occidente. (380), (pp. 5-21).
[1]
Debemos recordar que “popular” deriva de “popŭlus”,
que se traduce como “pueblo” en latín.
[2] Se
dice esta afirmación siguiendo la idea de Noe Jitrik y que fueron recuperadas
en el Diccionario de estudios culturales
latinoamericanos: lo que no es canónico está en la marginalidad, lo que se
aparta del canon impuesto, es decir, de las reglas, normas, principios o
modelos establecidas para el arte, se limita —voluntariamente— a quedarse al
margen, a no estar dentro del marco de la tradición.
[3] No
fue hasta 2001 que se fundón la organización Creative Commons que permitió a los usuarios de internet tener un
respaldo jurídico que les permitiera proteger sus obras de supuestos plagios.
[4] Es
curioso traer esta película a juego, pues se desarrolla en un ficticio 2019, y
la sociedad mostrada por Katsuhiro Otomo —dibujante original (1982) y el
director del anime (1988)— se pinta
como lo que en ciencia ficción se le llama cyber-punk,
es decir: una sociedad consumista que trata de sobrevivir día a día y es
bombardeada por la publicidad y controlada por los medios y el gobierno. La
visión de Otomo parece real en ciertas cuestiones, pero aunque ya llegó el año
en que se desarrolla la película, pocas de las tecnologías mostradas en el
filme han visto la luz.
[5] Hay
muchos historiadores de la animación e internacionalistas que piensan que la
llegada de Akira a occidente permitió
a otros anime como Dragon Ball, Sailor Moon y Saint Seiya (Los caballeros del zodíaco) llegar a Latinoamérica (Odell y Le
Blanc, 2013). Los cuales, sabemos que son un importante referente cultural en
nuestro continente.
[6] Sobre
esto, Ivonne Pini en la antología Conceptos
de arte contemporáneo habla de la multiplicidad de perspectivas de análisis
para el arte en la posmodernidad y la inclusión del mismo autor en la
interpretación. “Con frecuencia se sostiene que el arte contemporáneo es
“críptico” y, si se acepta la validez de ese término, el arte debería ser
descifrado por los expertos. Sin embargo, en paralelo se argumenta que la obra
debe explicarse por sí misma y que el público tiene la posibilidad de
interpretarla, sin que medie la voz del experto para analizarla. De allí que
uno de los dilemas que se plantean al hablar de arte contemporáneo sea la
apertura a un amplio universo de propuestas que supone una reformulación de qué
se entiende por arte. El público e incluso los expertos que siguen amarrados a
la certeza que significaba asociar arte con virtuosismo técnico se hacen la
famosa pregunta: ¿esto es arte?” (2014: 34-35)
[7] Existen
ejercicios como los de Jean-Marie Gillig quienes utilizan la literatura para
educar y reeducar a un grupo seleccionado. En El cuento en pedagogía y en reeducación hace un importante
recorrido teórico en torno al uso de la literatura en escuelas y lo que obtuvo
de grupos que rechazaban la idea de leer como algo interesante.
[8] En
contrapartida de esta idea, el profesor español Jesús G. Maestro dice que la
literatura no enseña absolutamente nada y que la gente no debe llegar desnuda
intelectualmente a ella que las obras literarias deben ser abordadas con un
bagaje cultural amplio y no ser lectores ingenuos sino ser personas que conocen
acerca de su vida, su tiempo, la tradición literaria que vino y que vendrá
(González Maestro, 22 de enero de 2019).
La ideología de Jesús G. Maestro en torno a
que la literatura no puede ser utilizada como mero instrumento de
entretenimiento es muy cuestionable. En su calidad de profesor y de youtuber, ha sido cuestionado
constantemente. En su libro en tres tomos, Crítica
de la Razón Literaria, desarrolla
con más amplitud esta idea.
[9] “La
sobreestimación de la importancia de los indicios nace con frecuencia de una
propensión a considerar como significativos los elementos más inmediatamente
aparentes, cuando el hecho mismo de que son aparentes nos permitiría reconocer
que son explicables en términos mucho más económicos” (Eco, 1997: 60-61).
[10]
Varias series animadas permiten una lectura nietzscheana o hegeliana, hay
sujetos que están apreciando con nuevos ojos las creaciones artísticas. De
hecho, Akira es un caso curioso, pues
se ha retomado en variadas ocasiones para desarrollar ideas y estudios sobre la
calidad de vida y el sentido del ser.
[11]
Ottmar Ette distingue tres perspectivas: “[…] el arte y la literatura como
saberes del experimentar (Erlebenswissen),
del sobre/vivir (Überlebenswissen) y
del con/vivir (Zusammenlebenswissen)”
(Ette, 2015: 41), las cuales se pueden desarrollar por medio del estudio de la
filología, apoyada —obviamente— por la literatura.
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