Su madre lo dejó solo en el bosque. El niño —de apenas
catorce años— comenzó a gritar por ayuda; pero las altas secuoyas reventaban
los llamados, reflejando en la incipiente neblina la desesperación del pequeño.
La angustia del niño reptaba como
llamando a los Antiguos. Guiado por la luna llena, el sonido parecía generar un
eco inusual, ominoso, espectral. Y quizá, eso hacía que las ramas que crujían
bajo sus pies resonaran a la distancia, como si alguien le diera cacería, como
si otra persona estuviese siempre atenta a dónde caminaba el pequeño.
Las divertidas canciones y comidas
de la tarde parecían tan lejanas. Su madre lo había acompañado hasta ese claro.
Le dio a beber un extraño licor, lo dejó a su suerte, y luego, en medio de un
desvarío de parte del niño, un lapsus, un pestañeo: ella desapareció.
Fue poco más de una hora
deambulando —con el miedo expeliéndole por los poros— cuando observó a su madre
a lo lejos entre la niebla. Pétrea, incólume, la mujer miraba a su pequeño,
pensando en que pronto sería adulto. En el cielo, Dana —la luna— sonreía por el
equinoccio.
El niño prefirió retroceder cuando
tuvo a su madre cerca: desfigurada por deseo, completamente desnuda y portando
una mueca de éxtasis pagano. En su mano, ella cargaba una máscara astada, la
cual —cuando estuvo junto a su pequeño— le puso en el rostro sin mucha
resistencia.
—Cernunnos, señor —le musitó la
madre al oído desabotonándole la camisa y pantalón a su hijo—. Hágame suya en
Ostara.
Tiró al niño al suelo, le arrancó
la ropa, y —con la manía de una bruja en celo— se metió a su hijo en su
vientre, mientras Dana en cénit observaba el acto y el auténtico dios astado
validaba esos rituales al llevarse la mano a su entrepierna. En el bosque, una
madre atormentaba a su hijo por venerar las antiguas costumbres.
Primer lugar en el concurso “La Cabra
Negra y sus Mil Relatos” 6ta edición del Círculo Lovecraftiano & Horror, 2020.
https://www.facebook.com/circulohpl/videos/3475159945847971/ |
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