Despertó
intranquila de una noche de recuerdos negros. No habían pasado más de tres días
de la muerte del gato: sus sueños y el trauma se volvían cada vez más
complejos. Sus pesadillas eran lógicas; desde un punto de vista psicoanalítico,
las repetición era un síntoma del duelo sin tratar: ella frente a la
veterinaria, del rcp infructuoso,
del repentino rigor mortis tras la broncoaspiración y del llanto
cuarteado que los acompañó hasta la casa.
Miró
la cama vacía: sin hombre a su lado, ni gato a sus pies. El único indicio de
hallarse en la cruel realidad, fue el aroma del café que se preparaba escalones
abajo.
Era
el primer sábado de duelo —seguramente habría más—. Le lastimó bastante ver en
el piso, el plato de croquetas a medio llenar; no se animaba a tirarlas.
—¿Te
preparo algo, Daina? —la voz de su novio tardó en llegar a sus oídos, quizás
porque primero debía rodear esa muralla de tristezas infinitas.
—Lo
que te prepares está bien —le respondió con una mueca adolorida y se sentaron a
la mesa.
Comieron sin
apetito.
A
ambos les dolía la muerte del gato, por lo que debería pasar tiempo para
afrontar la sombra que se avecinaba sobre ellos; así de deprimidos como
estaban, no lograrían comprender de forma adecuada al pequeño animal que se
paró en su puerta.
Lo
primero fue pausar la televisión. Pensaron que habían escuchado mal; pero el
cantarín maullido reptó desde fuera. Un miedo instintivo les rodeó por completo.
El
llanto se le escapó cuando vio a través del vidrio texturizado la silueta
inconfundible de Hazael. No podía ser, al gato —veterinaria, rcp, rigor mortis—, la encargada
lo había mandado a incinerar. Por un momento, no supo si era buena idea abrir
la puerta; quizá si Alejandro no le hubiera puesto las manos en los hombros,
ella se habría lanzado a abrirle. La nostalgia la golpeó de pronto y le susurró
que debía dejarlo entrar.
Decidieron
ignorar ese evento y buscar algo en el refrigerador. Quizá un poco de comida
les haría bien. Era fin de semana, las leyes de la rutina no los gobernaban;
pero el destino se acurrucó en la ventana con sus ojos fijos hacia la nada.
Daina ahorcó la botella de jugo al ver recostado contra los vidrios a aquel
ser. Ahora, tras la ventana, se veía idéntico a él, dormitando en meditación
con las sombras, el animal —con los ojos cerrados— estaba atento del menguante
sol de agosto repiqueteando contra su pelaje.
—Álex,
¿qué hacemos? —veterinaria, rcp, rigor
mortis—. Es Haza…
—Hay
muchos gatos negros en el mundo; no creo que sea…
Sus
ojos.
El
animal miró con parsimonia felina a la pareja y notaron el mismo verde
profundo. La cabeza hacia uno, la cabeza hacia otro. El animal se tomó el
tiempo de analizarlos a cada uno para luego parpadear de nuevo. Estiró la
espalda al ponerse de pie y se dirigió hacia la entrada de la cocina.
—¿Qué
hacemos? ¿Le abrimos? —veterinaria, rcp,
rigor mortis—. Aunque sea otro gato deberíamos darle comida, se ve…
—No,
Daina. No se ve mal. Al contrario, se ve peligrosamente bien. Mejor lo
ahuyentamos. No creo que sea bueno tener contacto con otro gato igual al Haza.
En
medio de su llegada a la veterinaria y la resucitación se coló la imagen del
plato. Así, como por un trance inducido, Daina dejó la botella de jugo en la
barra y avanzó despacio hasta el plato a medio llenar.
—¿Qué
haces? —Alejandro se detuvo al ver el paso lento de su novia y cómo llevaba las
croquetas hacia la puerta—. ¿Lo vas a meter?
—No;
le voy a dejar la comida afuera —susurró despacio mientras los recuerdos le
mostraban el rigor mortis una y otra vez, distorsionado, como animación
trabada justo en el punto más cruel de la historia.
La
puerta se abrió con cuidado y la criatura no esperó; sino que se coló con su
cuerpo líquido en medio de la pierna de Daina y se fue a parar, expectante,
donde antes estaba el plato de comida.
Un
maullido.
El
silencio sonó más fuerte que el eco del animal. Ambos miraron al gato negro en
el suelo. Daina tragó saliva y le dejó el plato a su lado —veterinaria, rcp, rigor mortis— dudando entre
si era buena idea o no acariciarlo. Las croquetas crujían ante sus colmillos.
Tranquilo, comía como si fuera un gato real. La mujer estiró sus dedos hacia el
pelaje —veterinaria, rcp, rigor
mortis—, el desplante fue tardado —veterinaria, rcp, rigor mortis—, y cuando sintió la estática del
pelambre —veterinaria, rcp, rigor
mortis, veterinaria, rcp, rigor
mortis, veterinaria, rcp, rigor
mortis—, le puso la mano encima, y la pena le escurrió por los ojos.
Para
Alejandro, esa noche fue la más extraña de todas: a sus pies dormía el cuerpo
de un muerto. Era atípico no saber siquiera si el animal era el mismo, o por
qué razón eran ellos los elegidos para padecer este evento. Le contrariaba tanto
que Daina ya no sufriera. Era como si en las pocas horas que el animal estuvo
con ella, el luto se cortara de pronto y, como si quitaran la nata de la leche,
se reestabilizó sola, sin seguir los pasos freudianos, rompiendo un proceso
arquetípico que jamás debería alterarse.
Los
sueños de la pareja fueron distintos: las imágenes recurrentes que veía Daina, cesaron
para dar pie a un mar de noche, a una negrura de ignorancia, como sedada por un
químico más fuerte de lo que debería soportar el cuerpo. Mientras, Alejandro no
podía conciliar el sueño. Ese animal lo miraba de tanto en tanto desde los pies
de la cama. Y aunque estaba totalmente en contra de que pasara con ellos la
noche, la cara resanada de su novia lo detuvo. Ahora, el gato le constreñía
desde dentro a sentirse incómodo, por lo que pasadas las 4:00 de la madrugada,
y harto de darle tantas vueltas a la realidad, buscó entre la caja de pastillas
un temazepam y lo tragó con agua del grifo.
Al
bajar la cabeza sintió como si la vigía constante del animal potenciara el
medicamento. La pesadumbre fue más fuerte que de costumbre. Sus ideas fueron
más lentas: suficiente para ver al gato negro caminar hacia la planta baja.
Asíncrono y distópico; pero le atribuyó al efecto repentino de la
benzodiazepina; así que, ignorando sus alrededores, fue de regreso a la cama y
se acostó junto a su novia y al gato.
Despertó con la
risa de Daina haciendo eco en la casa. Apesadumbrado, Alejandro se levantó y
notó al gato aún dormido, acompañándolo en el sueño. La imagen no tuvo sentido
en un inicio, hasta que rememoró lo acontecido en la veterinaria días antes, o
hasta que su mente trajo el recuerdo de aquel intruso.
El
asco que tuvo todo el día por el animal, le obligó a recortar sus piernas; el
gato se removió sin despertar.
La
felicidad de Daina seguía resonando desde abajo, así que decidió ir a ver qué
pasaba.
¿Acaso
permanecía en el sueño? Descubrió a Daina, hilo en mano, jugando con tres gatos
negros. Todos terriblemente idénticos.
Ella,
sin percatarse de la situación tan surrealista, disfrutaba jugar con los tres
animales, como si para Daina no fuese necesaria una explicación.
—Álex,
mira. ¡Tres Hazael!
El
nombre le caló en lo hondo a Alejandro; pero el miedo era mayor al luto.
—¿No
te parece extraño —miró con detenimiento— que de pronto tengamos tres gatos aquí?
—Pues
sí. ¡Pero son tan bonitos! Son como Haza…
Un
maullido le erizó el vello de la espalda. El felino bajaba los escalones y se
acercó a Daina, repegando contra el pijama su pelaje de oscuridad.
Daina
se llevó la mano al pecho, como si quisiera decir una frase emotiva, como si la
verdad le hiciera llorar por dentro. —Son cuatro pequeños, Álex. Son cuatro
gatitos vivos.
—¿De
verdad no lo notas? Hazael se murió y de pronto tenemos cuatro gatos iguales y tú
no percibes lo extraño del asunto.
—Es
que son tan bonitos.
Alejandro
calculó —embotado aún por la píldora— y decidió buscar ayuda. Tomó camino por
la escalera en búsqueda de su celular. Entró al cuarto donde lo tenía conectado
y entonces vio al gato negro encima del aparato.
Cinco.
Pensó
en acercarse y tomarlo, al fin y a al cabo había hecho eso mismo con Hazael
muchas veces. Se detuvo en seco cuando el gato abrió los ojos y parpadeó
despacio. La voz que alguna vez imaginaron tendría la mascota le dijo cosas
horribles en su cabeza. Recorrió la alcoba con los ojos en busca de algo para
arrojarle al animal, pero le llamó la atención el otro gato negro en la puerta.
Se lamía tranquilo con su lengua espinosa como si no quisiera prestarle
atención.
Alejandro
trató de tomar la cobija, jalarla y llevarse a la bestia felina de su cama;
pero el recién llegado maulló y le mostró sus ojos verdes, mesurados, que
escrudiñaban inmóviles. El gato dio un salto y se colocó junto al del celular,
comenzó a limpiar a su gemelo; para Alejandro esa lengua tenía algo
sobrenatural. La aversión le obligó a huir: tratar de llegar a la sala, jalar a
Daina y conducir hasta un punto seguro donde pudieran pedir ayuda.
Enfiló
las escaleras y saltó del susto cuando otra sombra negra subía moderado hacia
el cuarto.
Preocupado
de cómo salir de ahí, miró la credenza: el bol de vidrio donde siempre
guardaban las llaves estaba decorado con un ronroneante gato negro. Saldrían a
la calle, no importaba si lo hacían a pie y en bóxer. Quiso acercarse a Daina,
ella seguía riendo en la sala. Desde el resquicio, apareció otro animal, éste,
le dirigía la misma mirada calma y aterradora. Alejandro avanzó pegado a la
pared para adentrarse a la sala, y lo hubiera hecho de no ser porque este nuevo
Hazael maulló, haciendo que todos le dirigieran esos jades hirvientes. Algo en
su interior se empezó a desmoronar. El temazepam caló en sus entrañas como una
punzada: era el vacío del estómago mezclado con la agonía del pánico.
Los
animales dejaron de escudriñarlo y siguieron en lo suyo. Daina, gozante, seguía
con el mismo hilo, desplazándolo de lado a lado para que las garritas de los
ocho gatos lo atraparan.
—Daina…
—habló para llamar su atención; pero el embrujo de los felinos la tenía
absorta— ¡Daina!
El
grito se hubiera repetido de no ser por un nuevo maullido que hizo a todos esas
esferas verdes hacia él, y entre tanto destello ominoso, se encontraban los
ojos avellana de su novia. Las miradas quedaron estáticas en esa habitación;
los gatos por su respectiva cualidad para juzgar parpadear, pero Daina y
Alejandro eran casos distintos: él por el pánico de no saber qué pasaría si
parpadeaba, y ella por un influjo extraño que la llevaría a la veterinaria, al rcp y al rigor mortis de no
enfocar los ojos en donde los gatos le decían.
Alejandro,
lloroso, apartó la mirada de la sala para notar cómo otros cuatro gatos
empezaban a bajar del dormitorio. Cerró por unos segundos los ojos y al volver
a abrirlos la sala había perdido terreno, pues ahora cientos de manchas negras
rodeaban a la incólume Daina. Podría decirse que incluso el aroma se había
multiplicado: el tufo de cientos de animales le caló en las fosas nasales.
Dirigió
una oteada rápida a la entrada de la casa. Parecía un camino libre, pero notó
que, atrás del cristal de la puerta, una sombra llegaba a posarse justo en la
entrada. Los ojos desorbitados giraron hasta la cocina, no sin antes ver de
soslayo un negror intenso en la sala. Había un gato en la ventana, además: dos
mininos se lamían tranquilos en la barra.
Un
cosquilleo le molestó la nariz. Sintió el pelo calarle el olfato, y entonces
vio una barrera negra, con cientos de ojos verdes abrirse paso desde la sala y
empezar a rodearlo. La pared parecía empujarle contra ellos, contra eso.
Entre
la masa disforme que se abalanzaba sobre él; vio al fondo un par de puntos
marrones que representaban a una Daina agonizante que padecía en su cabeza la
veterinaria, el rcp y el rigor
mortis, a la veterinaria, el rcp
y el rigor mortis, la veterinaria, el rcp
y el rigor mortis.
Cuando
Alejandro cerró los ojos, percibió el pelambre suave rodearlo asfixiantemente,
el ronroneo vuelto un estruendo, y una alergia sofocante en su nariz. Todo,
conduciéndolo a perderse a sí mismo entre un mar de noche.
Me encantó... Me parece una excelente minificción... En las reacciones, a mi juicio, faltan opciones quizás clásicas, como "Bueno", Muy bueno", "Excelente"... Puse Interesante, pero habría puesto "Excelente"
ResponderEliminarAprecio mucho tus comentarios =)
EliminarLa verdad me da mucho gusto que me des esta retroalimentación.
Justamente este texto no ganó un concurso hace unos días. Pero no voy a dejar que se me vaya la oportunidad de que vea publicación.
Gracias por leerme.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe gustó muchísimo. Es perfecto para leer de noche, en la cama, como hice.
ResponderEliminarReflejaste muy bien la angustia en esa primera escena de duelo de sábado matinal. Y cómo esa realidad angustiante en Daina genera el elemento extraño (doble) que ingresa en la casa para después, poco a poco, irse apoderando del lugar y de Daina (que son lo mismo).
Me hizo ver cómo el sufrimiento por la pérdida de alguien nos genera el deseo de aferrarnos a cualquier idea que genere una sensación de presencia. Y cómo esa idea absurda (en principio) se va transformando en una nueva normalidad para quien está sufriendo y comienza a amenazar a todo aquello que la contradice (Alejandro).
Por último, reviví un poco la muerte de mi gato (al que tb le escribí un cuento fantástico no tan bueno como este).
Ojalá gane un concurso. Lo merece.
Pd: para quien le interese, tengo una cuenta en Instagram llamada la.casita.de.los.cuentos