sábado, 2 de agosto de 2014

Perdidos en una isla desierta: La tempestad

Mis isabelinos lectores. Cual vil tragedia shakesperiana estamos a punto de culminar nuestras preciosas vacaciones y regresar a la monotonía de la vida escolar. Y como todos vivimos nuestro drama, utilizaré este espacio para hablar de un escritor que nada tiene que ver con Hispanoamérica, pero que —a pesar de todo— ha dado muchos elementos para lo que es nuestra identidad.
¿Alguno de ustedes ha escuchado el discurso de “La raza cósmica” del mexicano José Vasconcelos? Es un ensayo muy curioso donde aparentemente el hispano es una mezcla de las cuatro razas universales y por lo tanto tiene lo mejor de cada una. Aunque podamos sentirnos halagados con este comentario, la identidad de lo que es el hispano —y no se diga del mexicano— es más complicada que una mera fusión. No por nada Octavio Paz fue acribillado intelectualmente —a la par que elogiado— por su Laberinto de la soledad (1950). Pero ¿qué tiene qué ver con Shakespeare? Mucho.
La figura de este dramaturgo inglés ha formado parte del canon desde que escribiese sus obras. Romeo y Julieta —a pesar de ser una deconstrucción de una leyenda inglesa mezclada con la historia de Tirstán e Isolda— ha llegado a convertirse en un ideal amoroso que todos conocemos, aunque sea de oídas. ¿Quién no ha citado: “Ser o no ser, ésa es la cuestión” aunque jamás haya visto una puesta en escena de Hamlet? Los ejemplos puedes ser enormes. Este autor amerita dichas referencias, incluso hay parte de él en los cómics de La Liga de los hombres extraordinarios, y ni se diga en Harry Potter o en Borges y su último libro de cuentos: La memoria de Shakespeare (1983).
Pero también hay otro punto muy importante: La tempestad (1611), una obra de teatro en que el sabio Próspero con su hija Miranda y discípulo Ariel naufragan y caen a una isla donde está Calibán, un indígena caníbal —de ahí el nombre— al que Próspero enseña a hablar. Calibán, en sus andanzas bestiales desea sexualmente a Miranda y en el momento en que Próspero le regaña, él espeta una grosería, añadiendo: “a ti que me diste un lenguaje, te ofendo en tu propia lengua”. Ése, mis isabelinos lectores, es justamente el latinoamericano. Próspero es el poder hegemónico que llegó de Europa y nos tiene limitados. Nosotros repetimos su lengua y no nos queda de otra más que ofenderlo con sus propias palabras, buscando así algo de autonomía. O al menos ésa es la interpretación que dio Roberto Fernández Retamar en su libro Calibán (1930). Una breve obra que recomiendo a aquellos interesados en la cultura hispánica y sobre todo en los conflictos identitaros. Que bien podemos aplicarlo a nuestros indígenas como nuevos Calibanes, o también hay una versión donde somos los discípulos de Próspero. José Enrique Rodó publicó en 1900 un libro intitulado: Ariel. Enfocado en cómo tenemos seguimiento total y le debemos la devoción a la Europa personificada en Próspero. Además, el caso de Miranda (la gran herencia europea) le será entregada a Ariel por seguir sus pasos, aunque Calibán deseé mórbidamente.

Las opciones son dos. ¿Calibanes o Arieles? Esto, mis isabelinos lectores, se los dejo a su consideración.


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