Mis
isabelinos lectores. Cual vil tragedia shakesperiana estamos a punto de
culminar nuestras preciosas vacaciones y regresar a la monotonía de la vida
escolar. Y como todos vivimos nuestro drama, utilizaré este espacio para hablar
de un escritor que nada tiene que ver con Hispanoamérica, pero que —a pesar de
todo— ha dado muchos elementos para lo que es nuestra identidad.
¿Alguno de ustedes ha escuchado el discurso de “La raza cósmica” del
mexicano José Vasconcelos? Es un ensayo muy curioso donde aparentemente el
hispano es una mezcla de las cuatro razas universales y por lo tanto tiene lo
mejor de cada una. Aunque podamos sentirnos halagados con este comentario, la
identidad de lo que es el hispano —y no se diga del mexicano— es más complicada
que una mera fusión. No por nada Octavio Paz fue acribillado intelectualmente
—a la par que elogiado— por su Laberinto de la soledad (1950). Pero ¿qué
tiene qué ver con Shakespeare? Mucho.
La figura de este dramaturgo inglés ha formado parte del canon desde
que escribiese sus obras. Romeo y Julieta —a pesar de ser una
deconstrucción de una leyenda inglesa mezclada con la historia de Tirstán e Isolda—
ha llegado a convertirse en un ideal amoroso que todos conocemos, aunque sea de
oídas. ¿Quién no ha citado: “Ser o no ser, ésa es la cuestión” aunque jamás
haya visto una puesta en escena de Hamlet? Los ejemplos puedes ser
enormes. Este autor amerita dichas referencias, incluso hay parte de él en los
cómics de La Liga de los hombres extraordinarios, y ni se diga en Harry
Potter o en Borges y su último libro de cuentos: La memoria de
Shakespeare (1983).
Pero también hay otro punto muy importante: La tempestad (1611),
una obra de teatro en que el sabio Próspero con su hija Miranda y discípulo
Ariel naufragan y caen a una isla donde está Calibán, un indígena caníbal —de
ahí el nombre— al que Próspero enseña a hablar. Calibán, en sus andanzas
bestiales desea sexualmente a Miranda y en el momento en que Próspero le
regaña, él espeta una grosería, añadiendo: “a ti que me diste un lenguaje, te
ofendo en tu propia lengua”. Ése, mis isabelinos lectores, es justamente el
latinoamericano. Próspero es el poder hegemónico que llegó de Europa y nos
tiene limitados. Nosotros repetimos su lengua y no nos queda de otra más que
ofenderlo con sus propias palabras, buscando así algo de autonomía. O al menos
ésa es la interpretación que dio Roberto Fernández Retamar en su libro Calibán
(1930). Una breve obra que recomiendo a aquellos interesados en la
cultura hispánica y sobre todo en los conflictos identitaros. Que bien podemos
aplicarlo a nuestros indígenas como nuevos Calibanes, o también hay una versión
donde somos los discípulos de Próspero. José Enrique Rodó publicó en 1900 un
libro intitulado: Ariel. Enfocado en cómo tenemos seguimiento total y le
debemos la devoción a la Europa personificada en Próspero. Además, el caso de
Miranda (la gran herencia europea) le será entregada a Ariel por seguir sus
pasos, aunque Calibán deseé mórbidamente.
Las opciones son dos. ¿Calibanes o Arieles? Esto, mis isabelinos
lectores, se los dejo a su consideración.
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