Marina es una niña muy curiosa. Vive muy feliz
con su papá y su mamá. Tiene un gato naranja con el que a veces juega.
Cuando una idea se le mete en la cabeza, es
difícil que se olvide de ella.
Y esa mañana tenía una pregunta.
— Mamá, ¿qué comen las brujas?
Su madre estaba en la cocina haciendo estofado
de calabaza. Pero ante esa pregunta se quedó pensativa.
— ¿Qué preguntas son ésas, señorita? Pregúntale
a tu padre. Estoy muy ocupada.
— Papá, ¿qué comen las brujas?
A su padre le gusta mucho leer, y estaba a la
mitad de un grueso libro.
— Verás, princesa, las brujas...
Pero en ese momento recibió una llamada telefónica
y salió a contestar.
Marina estaba muy frustrada por lo que fue por
todo el edificio buscando que alguien le contestara.
— Señora Felipa, ¿qué comen las brujas?
— Señor Ramón, ¿qué comen las brujas?
— Doña Soledad, ¿qué comen las brujas?
Pero nadie sabía contestarle.
«Si fuera una bruja, todo sería más fácil».
Y con estas palabras corrió a su cuarto.
Sacó una toalla del ropero, y se la puso en los
hombros «Las brujas usan capas negras», dijo al verse en el espejo; «No creo
que importe si uso una toalla rosa».
Aprovechando que su papá estaba al teléfono entró
al estudio. Tomó varias hojas de papel y cinta adhesiva «Servirá como
sombrero». Y se colocó el embudo de papel, no sin antes arrancase tres pelitos
con la cinta.
«Me falta un gato», pensó. «Todas las brujas
tienen un gato». Fue al sillón de la sala donde el Señor Micifuz dormía. Como
el señor Micifuz era gordo y perezoso, no hizo nada para evitar que Marina se
lo llevara.
Por último, abrió el armario y sacó su escoba
voladora y su varita mágica.
Que claro, ni la escoba podía viajar por los
aires ni su varita podía lanzar hechizos pues era un empolvado plumero naranja.
Con todo esto, ya era toda una bruja. Y cuando
Marina entró a su cuarto ya vestía de negro, su nariz se había alargado y en la
punta tenía una gorda y fea verruga verde.
Se removió las manos y miró al rededor. Tenía
toda una colección de líquidos en todos los colores. "Sudor de sapo"
decía uno, "Mocos de lagartija" en otro.
Tomó su libro de magia negra y comenzó a leer:
"Manzana envenenada", «No creo que las brujas comamos eso, a todas nos dolería la panza». "Casita
de dulce", «Madre de Dios, yo no quiero tener los dientes picados, además
no quiero estar tan gorda». Fastidiada, cerró el libro de golpe.
La bruja se sentó en su cama y empezó a
refunfuñar. Estaba tan molesta que con su varita hizo girar todas las cosas en
su cuarto y cambió a su gato negro en un cuervo y en una serpiente.
Sólo por
diversión.
Unos golpes sonaron a la puerta. Cuando la
bruja abrió vio a su sirviente zombie esperando.
— La comida está lista.
Tomó su escoba voladora y surcó el cielo de su
castillo embrujado hasta la cocina.
¿Qué comería?: ¿un niño, un sapo, patas de
gallina, manzanas envenenadas, acaso?
Al sentarse a la mesa, vio ante sí un festín.
Una mesa llena de variedades, parecía más la comida de un rey que la de una
bruja.
— ¿Ya descubriste lo que comen las brujas,
princesa?—. Dijo el padre de Marina.
— La verdad no,
papi. Pero sí sé lo que comen las princesas.
Y diciendo estas palabras, Marina se dispuso a
disfrutar su banquete real.
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