Mis traducidos lectores, hace tres semanas que
no tomo el tan valioso ―por no decir complejo― tema de la traducción. Empero
―por razones de espacio― y para no transformar esto en una columna dedicada al
tan vertiginoso tema de la traducción literaria, será ―redoble de tambores― dejada
por la paz a menos que deseen que hable de algo en particular y para ello está
mi correo electrónico en este espacio.
En mis labores de mediador
de Sala de Lectura me topé con la mala interpretación que hizo uno de mis
compañeros. Una lectora llegó a mí, el encargado de la semana pasada me la
había descrito como una española; pero cuando la vi y hablé con ella descubrí,
que ―gran error― era sudamericana, y la matera en mano de su compañero señalaba
su claro origen: era argentina. Me animé a preguntarle ―además de su nombre que
resultó ser Paola Piña―, y me respondió que era uruguaya. Craso error de mí.
Lo mismo me ha pasado con
muchos libros. He pensado que la literatura ―aunque no toda― tiene una marca
propia de su lugar de origen. Por años he creído que Bioy Casares tiene el
lenguaje propio de los argentinos, y que algunos como Altamirano no pueden
escribir nada que no se desarrolle en las calles y poblados de México. ¿Qué
podemos identificar como francés en una obra de Émile Zola? ¿Es Novelas de San Petesburgo fiel a su
lugar de origen? Podemos responder con un rotundo “sí”. Y la razón ya h sido
pensada por muchos culturalistas antes.
Habíamos hablado hace
tiempo que no se pueden traducir conceptos como “enchiladas” si no es una
descripción medianamente desarrollada del artículo en cuestión. Pues hay
también muchos elementos en obras literarias que nos dan la marca de su lugar
de origen. Las obras japonesas tienden a ser más introspectivas y hasta en
ocasiones ―para algunos― lentas. Y dicen que todos los chilenos hablan de una u
otra manera de la dictadura. Eso generaliza, pero llegamos al común denominador
de un país. Si no, ¿por qué tanto interés en la novela del narcotráfico? La virgen de los sicarios no podría
desarrollarse en otro lugar que no sea Colombia, aun así, en México nos
enfrentamos con serios problemas de narcotráfico y en Brasil hay incluso más violencia
en las fabelas que en las inocentes andanzas callejeras del narrador de Vallejo.
No hay manera de traducirlo
todo. Es imposible comprender una obra que trate temáticas específicas de una
cultura sin zambullirse en la misma; pero sí hay datos que nos chocan de pronto
y descubrimos que lo leído no es para nada mexicano. Sabemos al momento que un
texto fue originario de cierto punto cardinal, si no, dedíquenle una pequeña
prueba a algún libro fuereño, y no digo de los que Bloom llamaría clásicos;
vayan con la poesía de Szimbroska, La
mano de la buena fortuna, el teatro irlandés, algún texto de Australia,
incluso. Muestren su ideología ante libros desconocidos, mis traducidos
lectores, y dejen que el libro les hable de territorios tan desconocidos, como
si de Las ciudades invisibles de
Ítalo Calvino se tratase.
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