Cuando mi mejor amigo me invitó a su despedida de soltero, me sentí aceptado por quien soy y no por mis gustos. Nimiedades; pero cómo no contentarse, si mis compañeras de la escuela me agregaron a su grupo de “Chicas del Doctorado” y mis amigos no me invitan a “Guarradas&HentaiBergas”. Y es que a veces ser homosexual es tan putamente difícil.
Quizá mi experiencia personal se
vea imbuida por todos los traumas de una madre castrante heteronormada
falologocéntrica (Cfr. Freud, Cixous, Lacan, Spivak, et al.),
pero es complicado ser un gay treintón —de las últimas generaciones que jugaron
en las calles y las primeras en tener celular y correo electrónico—. Se debe aguantar
a tradicionalistas que mamaron desde casa, la idílica figura del puto. ¡Ofende
que te quieran contar de menstruaciones y de maquillaje! ¿Dónde quedó esa idea
de kinder donde el niño era asqueroso para las mujeres, ¿o seguimos con
la imagen del jotito refinado que toma vino y sabe diferenciar entre el cerezo
y el roble, o entre un fucsia y un rosa mexicano? ¿Quién podría distinguirlos?
Yo, pero prefiero no normalizarme y entrar en esos juegos identitarios.
Un homosexual no se ve representado
por esa colectividad anónima de torsos desnudos que recorre las calles el 28 de
junio; el arcoíris es bonito, pero ¿enmarcarte en uno es realmente necesario? Quizá
reniegue del “ojo estético” de los gays que diferencian tonos precisos; pero si
alguien tiene conocimiento del círculo cromático, sabe el golpe semántico de
ver un arcoíris que no combina con nada.
Seré irrespetuoso con los mártires
que murieron por mis derechos, pero no me siento bien de conmemorarlos. No soy
un guerrillero —y no por jotearle, no va conmigo—, soy alguien que no comenzaría
un pleito contra las autoridades. Los respeto, pero evidenciarte a ese grado, a
eso sí le zacateo. Ser gay es que te guste otro hombre, ¿no? Poco se relaciona
con ser activista… ¿o soy más egoísta que gay?
¿Tiene algo de malo no
identificarse con el resto de esa estirpe? Cada individuo es único; entonces, ¿por
qué creer que todos queremos conformar una comunidad en plena época del ostracismo
ideológico? ¿El decirle al mundo que no quiero unirme al colectivo me vuelve excluyente?
Lo que faltaba: ¡un puto homofóbico!
Como fuere, la duda de a dónde
voy, o a qué grupo pertenezco quedará en mi mente. Y, mientras me empujan socialmente
a lo macho o a lo afeminado, seguiré recordando con gusto ese: “Caile a mi despedida.
Habrá putas; como tú, marica”: una ofensa que interpreté como un abrazo, un “Te
acepto” y un “Lo importante eres tú, no tus preferencias”. Eso sí; qué horribles
tacones los de la stripper, la verdad.
Kurious en Pixabay |
No hay comentarios:
Publicar un comentario