viernes, 17 de julio de 2020

¿Por qué no mirar un poco más?


Ver pornografía y masturbarse no van de la mano —por más grotesca que sea esta metáfora—. Por un lado, la masturbación tiene un punto de llegada; mientras que el mirar chicas, chicos o chiques —o todas las anteriores— en la pantalla de un celular, refundido en el baño o entre las cobijas, puede ser un entretenimiento similar al Netflix and chill.
El porno es clasista, porque —apelando a Marx—: hay un conjunto de personas con un interés idéntico y relacionados similarmente con los medios de producción. Hay videos que atraen porque pertenecen al proletariado casero o a la burguesía de las productoras. Y cada uno decide cómo romper ese capitalismo sexual, o en qué gremio quiere meterse, pasando por el sindicato de los grupos de WhatsApp o en fábricas Not safe for Work.
Un hombre con insomnio —el estudio en el campo de las mujeres me es ajeno, aunque en tiempos modernos quizá sea equitativo el símil— puede pasarse horas en la cama viendo porno sin necesidad de buscar un final feliz para aquellos hervores que le nacen en la entrepierna. Sí, pasará de vez en cuando a palpar cómo está aquello, si se complica, mejora o por simple comezón; pero son chequeos de rutina: mera costumbre. Estará atento de nuevos rostros, nombres, razas, incursiones o agarres extraños; todo, sin necesidad de coquetear con el humillante coito, por donde sea que éste se quiera presentar.
¿Criterios? Difícil saberlo. Entre los placeres modernos, el resguardo de un celular en Modo incógnito, nos permite encontrar desde estudiantes —que fingimos son menores— hasta transexuales de 80 años. También mejora nuestro vocabulario al encontrar palabritas coquetas que terminarán convirtiéndose en nuestro placer culposo de meses venideros: MILF, DP y otros acrónimos o sintagmas japoneses buscados sólo por personas intrépidas; aunque hay muchas páginas de internet para satisfacer estas dudas.
De los pocos inconvenientes están que la pornografía llega de forma inoportuna: como mensaje de los jefes, como llamada de los bancos. Sin embargo, no tiene que ser liberada en un vulgar va-y-viene jadeante, sino que puede ser un detalle, como catar el vino contrapuesto a la borrachera. Y disfrutarse de vez en vez.
La pornografía puede ser vista como una de las bellas artes, similar a lo planteado por el Dr. Ariel en su libro sobre el suicidio; aunque para el porno no hay necesidad de una petite mort —“pequeña muerte” significa “orgasmo” en francés—. Mirar videos, fotos, leer relatos o merodear en terrenos del vr, no tiene que ser mal visto, pues no se daña a nadie, más que a uno mismo. Habrá que esperar pacientemente a que llegue un sexólogo y escriba sus andariegos roces en estos temas, quizá algunos salgamos bien parados de este escrutinio social.

Imagen de Free-Photos en Pixabay 



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