LUEGO DE DIEZ SEMANAS de estar encerrados juntos, marido y
mujer se miraron detenidamente después de haber terminado de comer
su pedido por Uber Eats. La mancha de cátsup en la blusa, la barba
descuidada del él, los kilos de más de ella: todo les recordó su
adolescencia.
Entonces, fuera de las rutinas y del hastío de la vida cotidiana, se
volvieron a besar para iniciar, en el anonimato de una casa cerrada, una
segunda -y más vívida- luna de miel.
Cinderella
CUANDO EL RELOJ dio las diez campanadas, la mujer de cenicientos
cabellos salió corriendo a su casa, temía que la policía la detuviera por
romper el toque de queda.
En su camino, se le cayó su mascarilla FFP2 reutilizable. El sujeto
recogió el preciado objeto: le pertenecía a esa chica; no, en estos tiempos
estas cosas valían mucho. Se la colocó en la cara: calzaba perfecto.
Segundo cajón a la derecha
YA HABÍAN PASADO más de 40 días y Netflix había dejado de
interesarle a los niños que ahora sólo deslizaban el dedo en la pantalla
para seguir viendo un feed eterno. Recordando sus años de juventud, el
abuelo regresó a ese verano del 63 cuando jugó por primera vez Béisbol
de Dados: el juego de mesa. A paso lento, buscó en el ropero y colocó en
su andadera el tablero de madera y las canicas.
A pesar del “viejo ridículo” o del “qué fastidio” que varios de los
reunidos pensaron; esa noche se convirtió en algo más valioso que la
selfie familiar-retrató: fue un instante de juventud eterna, de cuento de
hadas.
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