Mis
tradicionalistas lectores, debo emitir una disculpa pública, la semana pasada
por una fuerte enfermedad que me retuvo hospitalizado e incomunicado, no logré
publicar mi Hispanoamérica en voz de Nadie, por lo que esta ocasión,
pensando y repensando qué reseñar, pensé en hablarles a ustedes de una obra
clave oriunda mi bella Guadalajara. La obra de esta semana será El diosero,
creación narrativa de Francisco Rojas González, uno de los etnógrafos más
destacados de la Sociedad Mexicana de Antropología. Todo lo que terminaría
aprendiendo por parte de sus viajes a comunidades indígenas y paseos por
distintos puntos del mapa le darían la sensibilidad y experiencia necesarias
para escribir su obra y colocarlo a su muerte en la Rotonda de los Jaliscienses
Ilustres.
El diosero es una compilación de catorce
cuentos con un solo tema: el indigenismo. Rojas González destaca entre muchos de
sus contemporáneos, siendo que para las fechas de publicación —1960— todo
México tocaba el mismo tema. Hoy día este libro es pieza clave para comprender la
cultura indígena de mediados del siglo XX. Si bien sus cuentos están mediados por
los ojos de una sociedad culta —el etnólogo—, su autor no fue adalid de los
derechos indígenas. Su literatura se queda en eso, en ser sólo “literatura”, sus
cuentos van del valor humano, en otro su conocimiento básico. Pero en todo
momento hay un comportamiento empático pues se siente una identificación con
los sujetos marginados.
Tiene relatos que les cautivarán, en “Nuestra Señora de Nequetejé” vemos
cómo, tras unos estudios de apreciación estética del indígena el cuadro de la
Gioconda es robado. No aparece en ningún lado y aparece de pronto en la Iglesia
junto a Cristo, considerándole una virgen. Tanto “Las vacas de Quiviquinta”
como “La cabra de dos patas” son una muestra de cómo el hombre de ciudad compra
a una mujer indígena, ya sea como esposa o como amamantadora de su bebé; textos
con intensión de mostrar, a modo de denuncia, cómo se trata a los indígenas en
diversos pueblos, más porque hay un factor clave en ellos, la necesidad de
dinero. Casos que al momento de leer El diosero no podemos pasar por
alto y uno como lector comprende la idea de los años 60 de las comunidades. En
la colección existen otros como el mismo que intitula al libro, en el cual se
ve la elaboración de diversas figuras, afiches religiosos, que representan los
dioses a los que adoran. Muy bueno en plasmar todo el entorno geográfico, con
un dejo de sensualidad al ver a una mujer distinta a los otros cuentos, pues le da a este artífice el placer necesario
para crear un nuevo dios. Los cuentos causan empatía, pues muestran realidades que,
de ir a buscar en todo México, encontraríamos presentes todavía. No todos son
tristes, como el caso de “La tona”, que es bastante jocoso y deja una sonrisa.
Escritos con un lenguaje separado de la otredad —mirar a al otro como
diferente— y pareciera que se mezcla con el medio ambiente, como buen
antropólogo que fue el mismo autor. Leer a Rojas González, mis tradicionalistas
lectores, les brindará un dejo de indigenismo a sus vidas.
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