domingo, 27 de noviembre de 2022

¡Formo parte de la colección Liteleecto!

Les comparto con mucha felicidad que soy parte de una colección literaria nueva que ha sacado Lernen Books para promocionar la lectura en las escuelas.


Espero que la puedan adquirir. Estará pronto en librerías y si están en la FIL, estará en venta en el Stand B24.


sábado, 23 de abril de 2022

Anderson Imbert - El Cuento dentro del cuento en un cuento de Andy: "La elocuencia del robot Pentekostós" (narrado por Ome Galindo)

Les dejo mi propia narración en voz alta de uno de los cuentos que leí para mi tesis y que va muy ad hoc al Día Internacional del Libro y Derechos de Autor.

La obra: <<El Cuento dentro del cuento en un cuento de Andy: "La elocuencia del robot Pentekostós">>, proveniente del libro El tamaño de las brujas (1986) de Enrique Anderson Imbert.



lunes, 24 de enero de 2022

Mírame a los ojos

Creyó sentir que abría sus ojos. Recién acababan de salir de con el doctor y estaba en su proceso de recuperación. Parecía estar consciente. No escuchaba nada. Obviamente: era un hospital. Cualquier sonido podría despertar a los que dormían, o eso le había dicho su padre.

Sus primeras palabras fueron un: “¿Mamá?”, musitado lastimeramente. No encontró respuesta. A sus once años ya podía moverse solo. “Todo un hombrecito”, le repetía su papá. Pero hombrecito o no, el abrazo de su madre siempre le reconfortaba.

Intentó salir del sueño. Borroso, reconoció las paredes y dimensiones del cuarto en el que estaba. Comprobó que algo no iba bien. Miró a un lado, al otro. Las paredes estaban desteñidas, como si hubiesen pasado siglos desde que él entró en el profundo sueño tras ver al doctor. Estaba solo en el piso cuatro del Hospital Civil.

Se puso de pie y caminó despacito hacia las camillas. Sujetó su vientre para mitigar las punzadas de dolor. Su amigo: otro niño que —recordaba— ocupaba un lugar a su derecha, se había levantado y escapado. O eso creía, porque dejó atrás sus cosas.

Le calaron el tiempo y la ausencia.

Salió al pasillo.

Todo igual: degenerado. Algo iba causando estragos en las paredes que habían perdido sus colores para volverse negras, añejas, sucias.

El camino que tenía que seguir le resultó contrario. Parecía alguna especie de película de horror, monstruos que atacaron y se comieron a todos, o esa de zombis donde despertabas en medio de un hospital y te perseguían esos seres en las noches. Se empezó a impacientar pensando en que llegarían en cualquier momento. Como cada noche.

Vio la puerta del piso infantil. Eso conectaba con los pasillos principales, donde estaban los adultos. Conforme iba acercándose, se fue sintiendo cada vez peor. Su cuerpo parecía remeter en convulsiones internas, como si algo dentro de sus tripas rompiera su ser. Sintió una respiración cargada: como el humo de cigarro, como cerveza derramada. Todo se iba enviciando.

Llegó.

Apoyó las manos en la superficie áspera de la madera azul.

Lo que estaba al fondo no tenía sentido, al menos él no comprendía lo que pasaba. Parecía una pintura de Internet. A través de un ventanal se dejaba ver a toda su ciudad destruida: columnas de humo de cigarro se elevaban hacia el cielo.

Las punzadas de dolor continuaron en su estómago. Pero, lo peor de todo: el cielo. Levantar la vista —como mirando al techo— era lo más perturbador que jamás se había imaginado: el cielo tenía piel de color sepia, y, en vez de estrellas, parpadeaban ojos de pupilas enrojecidas, asustados, como mirando nerviosamente hacia la puerta. Aparecían y desaparecían. Una sonrisa en vez de luna brotó en el cielo, como gritando una “O” enorme. Eso mismo indicaba que estaba a punto de terminar.

El niño se tiró de rodillas y lloró. El dolor se intensificó como si un gigante le apretara fuertemente sus costados. Unos segundos después sintió un vacío dentro de sí.

—Gracias, hijo —su padre irrumpió la fantasía del niño, mientras se abrochaba el pantalón—. Mañana volvemos a jugar al doctor… ¿Va? —y le dio un beso en la frente.


Ilustración de OR