martes, 27 de abril de 2021

La propuesta ecocrítica de Studio Ghibli: recorrido histórico del shintoismo a la pantalla


M. Ángel Galindo N.

Doctorado en Humanidades

Universidad de Guadalajara

 


Los aficionados de la literatura reconocemos cuando una película nos llena con imágenes que deberían haber tomado páginas en construirse y que por medio de un solo cuadro cinematográfico conmueve y permanece en la mente de las personas con la misma potencia que un libro completo. En definitiva, la fotografía que maneja el Studio Ghibli —al menos los trabajos de Atsushi Okui (奥井(おくい))— es icónico, pues nos ha mostrado comidas deliciosas, paisajes distópicos e incluso criaturas sumamente interesantes. Estos elementos se han quedado en nuestro imaginario colectivo; sin mencionar del apoyo auditivo que cimbra el alma estética de quien esté mirando estas películas. Sin embargo, la presente ponencia no tiene el objetivo de analizar estas posibles metáforas visuales que utiliza Studio Ghibli, sino algo que me llama mucho la atención: los mensajes ecocríticos que encontramos en varias —si no muchas— películas del estudio y cómo hallamos discursos sincrónicos en obras del mismo tiempo, así como el desarrollo del motivo shintoísta en tres películas específicas.

Si la palabra “ecocrítica” no está en su vocabulario, podemos simplificarla lexemáticamente. La parte de la “crítica” corresponde a ese tratamiento desarrollado desde el siglo xvii resultado de una reflexión intensa sobre un objeto estético. Lo que podría desentonar en este término puede ser la parte del “eco-“, prefijo en boga gracias a palabritas como “ecofriendly”, “ecofeminismo”, “ecoterapia” y “ecoturismo”, todas ellas remarcan la intención de apoyar al mundo de manera activa.

Si en este momento hay alguien conocedor de las películas del Studio Ghibli, seguramente podría decir que ya conoce en su totalidad el objetivo de esta ponencia —y no le culpo— debido a que esto es un lugar común em la obra de 駿(はやお) 宮崎(みやざき) —Hayao Miyasaki—. Si me permiten explicar a detalle el postulado de la ecocrítica que he encontrado en varias películas del estudio y toda su tradición shintoísta que respalda este discurso, me encantaría que hicieran unas preguntas al final.

La ecocrítica —comencemos por el terreno agreste— nace por los postulados estadounidenses que ven la relación entre la literatura y el medio ambiente. Medianamente, podría decirse que el mundo de la narración forma una comunidad de organismos que interactúan entre sí en un orden natural. Del mismo modo, vemos la armonía que debe existir entre el hombre y su entorno. Glen A. Love en su obra Practical Ecocriticism, así como el libro The (Im)possibility of Ecocriticism de Dominic Head explican cómo el mismo entorno se subvierte en la obra estética y puede replantear los discursos latentes de una sociedad en una obra artística. Por esto, en los 1900, la crítica empieza a fijarse en algunos mensajes dados en objetos estéticos con finalidades de exponer sus preocupaciones ante el modo en que estamos afectando al planeta o los modos en que podemos ayudarle.

Hago un paréntesis para mencionar que —en ocasiones— los productos estéticos no son resultado de las problemáticas sociales, sino que buscan evidenciarlas por medio de obras panfletarias. Éstas se podrían considerar best sellers de la ecocrítica o elementos paraliterarios, pues su quid se encuentra en lo referencial y emotivo más que lo connativo y poético de la literatura —aquí me refiero a los estudios de Myrna Solotorevsky y las funciones del lenguaje de Jakobson—. Por mencionar algunas: Captain Planet and the Planetarians (1990-1996) o algunas series para menores de edad que seguramente desconozco. Sin embargo, estos ejemplos son específicos para públicos infantiles y los que estamos aquí presentes sabemos que la animación japonesa —y específicamente la de Studio Ghibli— no es exclusivamente para niños, por lo que tratar de infantil al anime causaría un linchamiento masivo hacia mi figura. Entonces, ¿Que se puede mencionar que no tenga el mote de infantil y que sea igual de panfletario? Lo más cercano serían los documentales que generalmente tienen el objetivo de causar conciencia, sin embargo pese a lo estético que quieren ser, su finalidad es más argumentativa expositiva y no narrativa. Esta precisión es importante porque la ecocrítica no puede ser evocada —o no debería— en obras panfletarias.

Ya que se planteó esta idea, podemos ahora vincularla con la otra de parte de mi título: el shintoísmo. Esta creencia japonesa comparte muchos elementos con el animismo pues en Japón existen 800,000 dioses; pero no hay una pugna con el humano, pues debe existir un balance entre los seres de la naturaleza. En el shintoísmo la humanidad no tiene una superioridad ante los demás seres. Un árbol de 300 años puede tener más conocimientos que alguien con doctorado o un lobo que viajara por varias montañas de Japón podría contener un alma más grande que la de toda una ciudad actual; del mismo modo que una niña que disfruta la vida podría estar más iluminada que una grulla que medita todas las mañanas. Hay que recordar que en el Japón de hace años existían dos vertientes entrelazadas: el shintoísmo y el budismo, hoy día tenemos como tercero en discordia la religión católica; sin embargo, las prácticas siguen presentes en todo momento, por lo que si visitamos Japón, o revisamos sus obras, la misma geografía humana nos marca estas reminiscencias. Por ejemplo: en Mi vecino Tototro となりのトトロ— (1988), vemos un torii鳥居— en la primera exposición de la película. Estos arcos o portales de los templos no están abandonados como parecería para el ojo no entrenado en la cultura nipona, sino que siguen siendo muestras de lo que ocurre a lo largo de la vida cotidiana en este país.

Siguiendo esta premisa de que las tradiciones japonesas persisiten en el imaginario colectivo junto a los postulados de la ecocrítica, procedo a exponer —en el espacio que me permite esta ponencia— cómo es que Nausicaä del Valle del Viento(かぜ)(たに)のナウシカ— (1984), La princesa Mononoke もののけ(ひめ) (1997) y El viaje de Chihiro (せん)千尋(ちひろ)神隠(かみかく)— (2001) desarrollan, en distintas ambientaciones, una crítica sobre manejo del mundo o su entorno.

Cronológicamente, Nausicaä (1984) es la primera de esta selección, además de ser considerada la primera película de Studio Ghibli y sobre todo la primera gran obra de 宮崎(みやざき). Esta película nos muestra un mundo postapocalíptico donde la subsistencia humana depende de no hacer enfadar a los Ohm, raza insectoide con la suficiente fuerza destructiva como para borrar las ciudades donde se refugian los humanos. En medio de una hecatombe de Ohms, Nausicaä —la protagonista— calma a estas criaturas entendiéndolas mientras se cumple una profecía gracias a que se ha bañado en la sangre de uno de estos insectos. El año en el cual sale a la luz esta obra es sumamente importante. Los años 80 fueron sumamente significativos. Por un lado, teníamos toda la tradición literaria de la ciencia ficción y las infinitas posibilidades que traía el cine para hacerlas posibles: Mad Max del 79 y del 81, Dune del 84, The Dark Crystal del 82 y Akira del 88. Todas estas obras tienen un eje paradigmático muy latente que incluso podríamos expandir hasta la saga de Indiana Jhones. Para los años 80, la sociedad era invadida por una visión deprimente del futuro. Parecería que las ciudades —como lo estaba descubriendo Las Vegas, Nevada— estaban empezando a sumergirse por las arenas pues estábamos aniquilando al planeta y sus recursos. Estaba claro que nos enfrentaríamos a contextos agrestes para el humanos y que usaríamos chamarras de cuero y bates con clavos para defendernos de otros que buscaran llevarse nuestro combustible, comida o agua —meme aparte de lo que creíamos que nos iba a pasar a inicios de esta pandemia—. La ciencia ficción estaba en boga y nos proyectaba una distopía donde el humano tenía que sobrevivir a base de sus propios recursos ya que el mundo había perdido toda su belleza y esplendor.

Una descripción que aprende el estudiante de japonés para describir ciudades es (みどり)が多い midori ga ooi— que significa, literalmente, “hay mucho verde” pero que se refiere a la misma vegetación. La visión de Nausicaä es exactamente contraria: la paleta de tonalidades es seca y triste como el desierto, de texturas rugosas, colores sobreexpuestos en la pantalla, trazos mal definidos por el espejismo del desierto. La manera en que se expone el entorno según la interpretación que hizo 宮崎(みやざき) de su propia novela gráfica, evidencia esta interpretación simbólica de lo que ocurriría con nuestra vida. El mundo al que nos enfrentaremos será deprimente; sin embargo, la manera en que podemos solucionar esto para que la vegetación florezca y no sea agreste para nosotros es, como nos enseña el jardín subterráneo del filme, estando en armonía: un presupuesto propio del shintoísmo y el budismo. Estos Ohms —nombre simbólico para hablar de resistencia y permanencia— pueden ser vistos como (かみ) kami— o 世会(よかい) yokai—, seres que están ahí para mostrarnos la equidad que debe haber entre todos los seres. ¿Qué hace Nausicaä si no es un sacrificio y un diálogo con esos seres? Ella se plantea decodificar los secretos que rodean a estos insectos y —a pesar de que tengamos la presencia hermeneuta de オオババ la oráculo del Valle del Viento— llevar a la armonía a todas las razas como lo hizo con su zorriardilla Teto.

Si bien la interacción de los (かみ) parecería antitética en un mundo donde la naturaleza ha sido violentada a tal grado como se muestra en Nausicaä, tenemos otro ejemplo donde ocurre esto de forma completamente opuesta y —por lo tanto— coherente con las posturas ecocríticas. 1997 es el año en que sale La princesa Mononokeもののけ(ひめ)— la décima película de Studio Ghibli y la sexta de 宮崎(みやざき). La historia se desarrollada en el Japón feudal de la era Muromachi —室町時代(むろまちじだい)—. Conocemos la historia de Ashitaka —アシタカ— y cómo fue afectado por una extraña marca oscura propia de la peste; pero ésta es más una corrupción espiritual que puede —incluso— darle la oportunidad de que —al enojarse— pueda partir a alguien en dos con solo una flecha. Esta maldición la tuvo después de acabar con un (かみ) vuelto salvaje a causa de esta infección. Así, a pesar de haber salvado a su aldea, debe volverse un errabundo y es ahí que se involucra en una guerra de la cual Isengard, los Ents y el mismo Tolkien se sentirían orgullosos; pues vemos cómo La Ciudad del Hierro tiene un enfrentamiento definitivo con los (かみ). Esto atravesado por una de las escenas que más me han causado ansiedad del anime y que es la presencia del Espíritu del Bosque, su levantamiento y su muerte.

Analizando desde la ecocrítica, podemos ver que 宮崎(みやざき) nos quiere mostrar la corrupción que el humano ha ido dejando en ríos y terrenos a causa de la maquila de armas y explosivos para la guerra del hombre contra el hombre. Los modos de Eboshi —エボシ御前(ごぜん)—, guerrera terrateniente y principal antagonista del filme, no son del todo malos. Empodera a las mujeres, les da trabajo a los leprosos, ha generado fuentes de riqueza para muchas personas; ella parecería ser la razón de la pregunta “¿Somos los malos?”, y es curioso porque eso es un postulado constante: ¿hasta qué punto el humano es enteramente antagónico a la misma ecología?

Pasaron 13 años entre estas dos películas y los discursos en torno a cómo vemos el mundo y su futuro, cambian radicalmente. En Nausicaä teníamos un mundo desértico mientras que en Mononoke vemos que hay una esperanza todavía y que está en nuestras manos la opción de detener esta destrucción, llevar al mundo a puerto seguro, deteniendo infecciones y contagios producto de la modernidad. Aquí hago un llamado al público y preguntarle si se ha dado cuenta que, desde hace 23 años, Studios Ghibli nos ha estado diciendo lo mismo que muchas de las campañas que nos bombardean sobre popotes y huesos de aguacate puede salvar a la humanidad. Aparentemente, el planteamiento de 宮崎(みやざき) está en sintonía con lo que muchas campañas verdes quieren lograr y sobre todo las reformas que no se ejercieron hasta estos años —los 90— en varias políticas públicas, pues —como marcan varias tesis de jurisprudencia en materia mexicana— no es hasta casi el 2000 que empezó a hacerse algo por el medio ambiente. Es entonces una alegre coincidencia que esta película demuestre su postura a la par de las reformas que se hicieron en Latinoamérica y países europeos. Analizar desde este cariz el mundo de los videojuegos en este período específico nos podría llevar a una conclusión similar, lo cual convendría analizarse —y quizá lo haga al terminar mi tesis de doctorado, pero mientras tanto dejo el tema sobre la mesa para dialogar—.

El último de los casos que pretendo mostrar pertenece a El viaje de Chihiro(せん)千尋(ちひろ)神隠(かみかく)— del 2001, sólo cuatro años después de La princesa Mononoke. Si nos pusiéramos exquisitos en cuanto a las técnicas usadas para animar, veríamos un abismo de diferencia en cuestión de herramientas, pero con la misma técnica —además de que Atsushi Okui (奥井(おくい) (あつし)) fue el mismo encargado de Fotografía—. Las herramientas para colorear por computadora y darles acabados a ciertos planos abonaron para que en su conjunto ganara el Óscar a mejor película de animación en 2003. Lo que vemos con esta obra parecería enfocarse en lo primero que mencioné: el shintoísmo. En japonés, kamikakushi 神隠(かみかく)— refiere a las desapariciones o muertes que sufren los humanos al estar en contacto con los (かみ), una especie de rapto, y por ello el título tan interesante que le dieron en inglés: Spirited away, en lo que Disney está involucrado como distribuidor de la película. Existen teóricos como James W. Boyd que ven en esta película una integración entre la religión shinto y la vida cotidiana. Quizá las exposiciones que nos da son sumamente interesantes para comprender las bases que tiene el mismo 宮崎(みやざき) y darnos cuenta de que, como se mencionó en un inicio, la inclusión de un umbral como lo es un 鳥居(とりい) no tiene intenciones adoctrinantes sobre el shintoísmo, sino que es algo con lo que conviven directamente en el Japón cotidiano.

En la obra —medianamente conocida y más en entornos como estos— nos muestra las peripecias de Chihiro en el mundo de los espíritus y cómo tiene que aceptar su cualidad de huérfana temporal para recuperar a sus padres que fueron convertidos en cerdos por robarse la comida de los (かみ). En este espacio, vemos seres propios del imaginario japonés como la bruja Yubaba —湯婆(ゆばばあ)—, esta especie de monstruo araña que le ayuda, o los espíritus de ríos como son Haku —琥珀(こはく)— y el mismo (かわ)(かみ) —dios del río—. Hay un par de detalles que hacen que uno se incline por interpretaciones ecocríticas y es la predominancia que le dan en los baños al dinero que regala el Sin Rostro, del mismo modo, el dios del río que ha sido contaminado al grado de deformarlo y convirtiéndolo en un “dios apestoso” —como lo quisieron traducir en México—. ¿De qué manera se calman estos problemas? El shintoísmo tendría la respuesta: la tranquilidad. Estando en equilibrio con la naturaleza y —si cabe la amalgama cultural— con un poco de meditación budista tan propia de Japón, se pueden solucionar los problemas humanos.

Entonces, ¿宮崎(みやざき) es religioso en estas películas? Podría ser una respuesta posible y que nos llevaría a una interpretación equívoca si no tomáramos en cuenta la ecocrítica. Así como dije en un principio: las obras panfletarias o que buscan que nadie contamine son paraliterarias: son parte del montón y quizá no se enfoquen en un discurso estético —que no digo que no puedan tener—; pero el caso tan peculiar de estas obras es digno de revisarse. No son películas shintoístas, pero el shintoísmo sí forma parte de la propia narrativa de estas historias. Son motivos o temas que están presentes en el acontecer diario de Japón. Estas películas llevan lo familiar hacia el territorio de lo extraño, pero sin que exista un tratamiento fantástico u ominoso. El modo en que ficcionaliza 宮崎(みやざき) está más próximo al del realismo mágico o al real maravilloso latinoamericano, pero con elementos naturales de la tradición oriental. El discurso religioso shintoísta se usa como forma, pero no como forma; no busca ser dogmática y menos propagandística. 宮崎(みやざき) nos enseña una peculiar manera de reconstruir la realidad y decirle al mundo cómo es que Japón convive —o debería convivir, según los ecocríticos— con su entorno.



Imagen sacada de https://www.industriaanimacion.com/ 


jueves, 15 de abril de 2021

El Ángel de la Muerte

Ahh… Gabriel. Regresaste a Churubusco el Alto todo roto. La vida fue complicada para ti estando lejos de quienes se hacían llamar tu familia; pero así lo había predicho Evangelina hace muchísimos años, antes de que tu madre o yo naciéramos. Pero esa anécdota requeriría un libro completo: la bruja, el amorío de Epitafia Olmedo y la temible cruz de tu familia.

Fuiste maldito por el mismísimo Gallo Negro. Los golpes en la puerta resonaron cuando tú nacías. Su aparición fue un milagro y a partir de entonces supimos que eras especial, Gabriel.

Por eso te cuidaron tanto. Desde chiquito, no te despegaban la mirada y tenían toda clase de talismanes colgando de tu cuna y mameluco; ¡hasta danzante de Virgen parecías! Lleno de arreglos, hacías un sonsonete, un repiqueteo propio de tus futuros dones: el toque de ángel de la muerte y tu ley de atracción. ¿Y cómo ignorarlos si era lo más prodigioso que había presenciado tu familia en lustros?

Todavía recuerdo esa tarde de agosto. Ahí andabas, jugando a correr y a atrapar mariposas en el patio de la casa, cuando llegó la señora Macabea a visitar a tu madre. El día era templado, con un sol que no te mordía, pero tampoco te olvidaba. Por eso el alma de Macabea necesitaba descansar. Y fue justo cuando llegó a sentarse que tú la viste —achacosa de canas y palabras— y clavaste tus ojos azules de cielo en ella.

—¡Qué chulo está su hijo, Esmeralda! —dijo la visita poniéndose el bolso sobre sus muslos. Parecía incómoda de llevar esa cosa.

—Goyo hasta cree que le puse el cuerno: como nadie en la familia había nacido con esos ojazos.

—¡Y hasta güerito salió!

—Ya se va a tostar cuando salga a trabajar. Ahorita porque lo tenemos acá guardado —tu madre sonrió como queriendo ocultar la mentira con falsas charlas de té—, ya ve que luego se los roban por ser blanquitos.

—¿Por eso anda con tanto chuncho el niño?

—Cosas de mi madre, ya ve.

—Ay, qué linda tú. Si yo me sigo lamentando la partida de mi Justino.

Ese nombre te llamó la atención. Supiste que debías acercarte y escuchar. Invocar a los difuntos era algo prohibido en la Casa y esa señora lo había hecho tan fácil. Parecía no darse cuenta de que la Perra blanca de la Muerte ya le olía su rastro por las calles.

—¡No hablemos de cosas feas! —se interpuso tu madre en las memorias de la primera viuda Serrato—. ¡Pero, dígame! ¿Qué puedo hacer por usted hoy? ¿Gusta otra tacita de té?

Macabea se quedó pensando cómo decirle la verdad. Estaba segura que lo entendería, al final las ideas de la iglesia y las de Esmeralda Sánchez eran distintas siempre. La señora se dio cuenta que igual la iban a tachar de loca.

—Me quiero morir, Esmeralda.

Un viento helado proveniente de la Sierra Caliza se les metió por la espalda.

—Macabea… —el tonito de Esme fue de consuelo; aunque muy en sus adentros, sabía que era verdad: no por ser madre, no por ser bruja; sino por mujer. Macabea estaba desquebrajada, como tú hasta que regresaste.

—Esmeralda, extraño a mi flaco.

—Pero tienes a tus hijas, ya dos están casadas. Luego vendrán los nietos y te olvidarás de todo.

—¿Y cuánto me costaría que me vendieras algo, Esme? —la anfitriona se encogió de hombros, porque, aunque piadosa, también era negociante, y su familia necesitaba el dinero—. ¡Dime cuánto! Aquí traigo suficiente como para comprarles un pedazo de tierra a los Miramontes. ¡Dime! —abrió su bolso y reveló una cantidad exuberante de monedas. Macabea había cargado su féretro desde casa y ahí lo dejaba sobre la mesita mientras tú escuchabas todo tras los pilares del patio.

—Voy a consultarlo, ¿me esperas? —tu madre se puso de pie y se fue a preguntarle al espíritu de tu abuela. El procedimiento lo sabía, el precio… era discutible.

Y llegaste a su lado cuando estaba sola, mojándose por dentro con las lágrimas que no lloraba.

—Tan chulo el niño. ¿Cómo te llamas?

—Grabiel —le contestaste.

Ella se rio y te revolvió los cabellos.

—Mira —separó un real de plata—, para ti.

Fue tu primer trabajo, bien me acuerdo. Pusiste tu manito en el regazo de la mujer y ella sintió el calor, el amor perdido. Una emoción la invadió por completo y desbordó las charcas de llanto que tenía guardadas bien adentro de su alma.

No sabías lo que hacías: no te culpo; ¿quién iba a pensar que una vieja con ganas de morir se iba a topar con alguien como tú?

Yo sé lo que vio la infeliz de Macabea: estaba ella en su amplio patio de la mansión Serrato. Su cabello canoso ahora tenía un castaño feliz y tranquilo. En sus manos no había hijas ni platos para alimentar a sus nueros, no tenía nada más allá además de una tacita de café. Macabea respiró los granos que recibía su marido desde la capital. Vio las enredaderas verdes trepar con gusto por las paredes; ella había dejado secar aquello hacía tanto tiempo porque el jardín era de Justino. Ahí, había calma; percibió esa humedad del petricor, de tierrita de cementerio, de osario fresco. Era ella, la Macabea Müller recién casada, la de aquellos días felices sin sus horribles hijas; era la Macabea que coincidió en un café con Justino Serrato antes de unirse a él y abandonar la soltería. Sentada ahí, estaba plena, feliz, expectante de su marido, con una taza de café en mano. Macabea dio un sorbo y el gusto le llenó por dentro. Fue cuando el cerrojo de la puerta principal giró para dar paso a Justino Serrato: él se fue acercando hasta ella, le dio un beso en los labios y todo se desvaneció.

Quitaste tu mano cuando tu madre trajo el fatídico gotero; vio a Macabea muerta con una sonrisa de gusto. Esmeralda no podría saber qué clase de poderes tenías, ni siquiera se habían propuesto enseñarte nada, la tradición debía pasarse de madres a hijas, pero resultaste tan apto como cualquier bruja del Valle Mayor.

Ay, Gabriel. Ahí se marcó el destino que te tocaría sufrir, porque tu madre se llenó de un miedo y tu hermano de un coraje. Las dos emociones explotarían años más tarde cuando ya hubiese nacido tu hermana.

Yo me acuerdo de todo lo que ha ocurrido en estas paredes. Y soy la única que puede dar fe de lo que te acusaron. Era un día de calor como ningún otro. A ti ya te dejaban salir a la calle y tratar a los desahuciados. Tu madre prefirió educarte bien; lo primero: saber cobrar. Te enteraste que esa plata de Macabea Müller era algo insignificante a diferencia de las dieciocho mil monedas que tu padre supo desaparecer del bolso abandonado en la mesita de café. Y así, recorrías las calles de Churubusco el Alto con el gusto de un buen trabajador, mientras tu maldición iba manifestándose poco a poco: la belleza de un ángel, la candidez de un ser divino, el poder trascendental de quien mata sin dolor y que goza de ese rostro hermoso que hasta Los Muertos te quieren agarrar la mano.

Los cansados, los fastidiados, los sufrientes de vida; todos ellos te rebautizaron como el “Ángel de la Muerte”. En el Valle Mayor se empezó a hablar de Gabriel, quien haría cosas más prodigiosas cuando llegara a viejo; debíamos esperar a que crecieras. Seguro superaría a su abuela Epitafia de Sánchez. Y justo fue ella quien sintió mermar sus fuerzas; corrupta de muerta y de ira, empezó a verte con recelo desde atrás de las paredes. Tú sentías su presencia; pero sabías que la abuela era así: pocas veces te hablaba, como si no quisiera interactuar contigo. Creías que te odiaba, aunque la verdad era distinta; muy distinta. No sabías que habías nacido con esas energías que atraían a todos. No era recelo, era algo peor: el deseo. Tenías a medio Churubusco el Alto tras de ti, Gabriel. Bajabas suspiros y levantabas pasiones; de la misma manera que el Gallo Negro infundía miedo, tú desbordabas la carnalidad insana.

Tendrías catorce cuando tú —creyéndote solo— revisabas el jardín. A veces te daba por eso, no eras de mina como Gregorio padre o Gregorio hijo; eras más delicado, quizá por tu color de piel o tus ojos de agua calma. Con cuidado, viste si todo estaba limpio, arrancaste una a una la mala hierba y acarreaste costales de tierra hasta las plantas. Cuánto sol, cuánta humedad. Te quitaste la camisa, y así como yo siempre te había visto, te vio tu abuela.

Todo blanco y delgado, los ojos de la anciana se escurrieron por tu piel. El pecado del incesto se le antojó con descaro. Yo te escuchaba por las noches quejarte de cómo las niñas del pueblo te miraban con risitas insulsas: Lucy se fijaba más en ti, y aprovechaba cada salida con su hermanito para espiarte desde la calle y suspirar si te veía. Eran deseos iguales a los de tu abuela.

¡Pero qué enfermo! ¡Qué sucio! Tú, inocente, no sabías siquiera qué era amar a otra persona; lo que aprendiste ese día fue a desconfiar de quien te quisiera amar.

—Muchacho —la voz muerta de Epitafia sonó sin eco en el jardín. Tú atendiste; finalmente eras un niño educado y agradable—. Gabrielito…

—¿Mande, abuela?

—Necesito ayuda con algo. Venga.

Cuando escuché eso supe que no debías seguir.

Señaló su cuarto.

Ya sabías que esa habitación estaba cerrada desde siempre, nadie tenía llave y a la abuela no le gustaba que se acercaran ahí porque era la habitación donde Epitafia de Sánchez había fallecido.

Pero ella, lista y astuta, era carcomida por el desprecio y atraída por tu espíritu. Abrió la puerta sin llave alguna. Su voluntad era la cerradura, y ella quiso abrirse para ti, Gabriel.

Pensaste en algo inocente: seguro la abuela ya quería descansar, te pediría que limpiaras sus huesos para juntarla con Los Muertos.

Ya dentro, un olor a cripta inundó el ambiente; eras el primero en tanto tiempo en ver su lecho. Los polvosos muebles presumían una pátina gris recubriendo cada superficie, esto, incluía la cama con el cuerpo ya momificado de la abuela. Enjuto, el cadáver de Epitafia de Sánchez descansaba con la mandíbula caída como repitiendo un eterno estertor de miedo; el pelo y las uñas le habían seguido creciendo hasta convertirla en un espectro del pasado. Pero tú, Gabriel, tan cercano a la muerte como tu abuela, no te inmutaste.

—Necesito que cierres la puerta y te quites la ropa.

¿Cómo no dudaste de sus intenciones, Gabriel? Te faltaba malicia… y es culpa de tu madre que te cuidó tanto y te protegió de las malas influencias.

Hiciste lo que se te ordenó: bajarte el pantalón y luego cerrar la puerta.

Tu energía le pulsaba en su espíritu como sangre agolpada por el deseo, como saliva ante un manjar suculento. Tener así a tu abuela me dio asco, ¿para qué mentir?

A pesar de haber visto a tu familia cortar perros y gallinas para sacarles las entrañas, esto era de lo peor que jamás presencié: el espíritu de tu abuela entrando en el cadáver apergaminado mientras tú apoyabas manos y rodillas sobre los cobertores. Los llamados constantes de un “Gabrielito” que decía tu abuela te puso en ristre y listo para iniciar aquel horrible ritual. Tu carne rasgando el himen momificado, el resonar hueco del cuerpo ante el bombeo que te obligaba el espíritu de tu abuela. Aquella mujer te obligó a hacerle lo impensable y aún sufro cuando recuerdo cómo terminaste mojando las entrañas secas de su cuerpo corrupto con tu semen. La pútrida forma de repetir tu nombre: “Gabrielito”, salía como fuga de aire mientras le seguías dando al cadáver pese a ya haberte escurrido. Tú no sabías qué clase de ritual era eso; para la abuela era el placer del fornicio.

Se levantaron por todo el cuarto el aroma de tu sudor de niño con el miasma del cadáver. Los gusanos resecos en las entrañas de Epitafia volvieron a la vida cuando el cadáver empezó a calentarse por dentro. Mientras más entrabas y salías, esa corrupción dormida que llevaba consigo iba aumentando: arrojando aromas pútridos mientras se iba ennegreciendo ese incesto necrófilo.

Tengo presente la puerta abriéndose de golpe cuando tu madre entró en la habitación y miró tus nalgas apretadas por las manos disformes de ese cuerpo muerto.

—¡Esmeralda! —gritó tu abuela angustiada sacando su voz desde la momia cuando la vio ahí parada.

—¿Gabriel…? —tu madre ni siquiera supo qué pensar: tu pantalón tirado a la entrada del cuarto, las huellas descalzas que habías dejado en el polvo hasta cometer una de las peores atrocidades de Churubusco el Alto.

—¡Quítamelo! ¡Tu hijo se ha vuelto loco!

Te sacaron a la fuerza de tu abuela. Tú no entendías, habías seguido las indicaciones de esa pérfida; pero tu madre arremetió con fuetes desoyendo razones.

Tu hermanita apenas recuerda los hechos y tu hermano supo de lo ocurrido por habladas de tu mamá Esme; el único que dudó de Epitafia fue tu padre; pero él no había nacido especial, no podían votar para arrojarte o no de la Casa.

Así, en unos minutos, tu madre ya había hecho un atado y empujado tu cuerpo desnudo a la calle, lo que te gritó fue solo para ti, pero yo también lo escuché:

—¡Mientras yo viva, jamás pondrás un pie de nuevo en Churubusco el Alto! Vete a Atototlán de la Paz. Y que lo que hiciste aquí, no lo repitas nunca.

El grito se cuajó dentro de ti y se adhirió a tu alma: debías partir con el mandatorio de tu madre marcado a fuego en tus huesos, como amenaza y como hechizo.

—Si vas a creer en ella y no en tu hijo… —te relamiste el coraje—, pues esa será la última cosa que le escucharán decir.

Y la orden se cumplió, sellando los labios de tu abuela por toda la eternidad. Tu familia se dio cuenta muy tarde de que te necesitaba para regresarle la voz, aceptó ese mutismo por medio de un coraje prolongado.

No supe qué fue de ti, te perdí. Concuerdo con doña Macabea: tan chulo que eras. Pero ya ni llorar es bueno. Lo importante es que has vuelto, que estás sano; que esos pies infantiles que quedaron marcados en mi piso ahora vuelven a posarse enfrente de quienes le dieron la espalda, y yo siento tus dedos sobre mis paredes, mientras tus caricias materializan mis recuerdos.


Imagen de Pexels en Pixabay.com


sábado, 10 de abril de 2021

Onward: parodia de D&D más que de la vida misma


Mis unidos lectores, esta semana terminé dos de la películas que le debía a Disney y que gracias a su servicio de streaming he podido ver: Toy Story 4 y Onward. ¡Al carajo la primera! Soy rolero y hablaré de esta última.

OnwardUnnidos en LatAm—: película del 2020 estrenada apenas unos días antes de que la pandemia interrumpiera muchos de nuestros proyectos personales —una ida a Argentina, por ejemplo— y que por lo mismo creo que no tuvo el reconocimiento que merecía.

Siendo sinceros, como un objeto estético, es un trabajo curiosamente ambivalente. La animación es preciosa, el diseño de personajes y de manejo de ambientes me parecen cuidados a detalle. Walt Disney Pictures y Pixar hicieron un trabajo maravilloso, he de admitir.

Todas las referencias a los juegos de rol y demás me pareces llamativas: hay dados de veinte caras en todos lados; pero, ¡vamos! No es como si los roleros realmente tengamos tanta fascinación por mostrarle al mundo en qué nos entretenemos los fines de semana. Más si hablamos de Barley: un LARPero compulsivo que deja la mesa con el setup de miniaturas listo y preparado; yo hago eso en mi casa y mi marido me termina corriendo. Por otro lado… el hecho de que Quest of Yore tenga hechizos reales… no sé… no imagino a alguien de nuestro mundo aprendiendo magia con componentes verbales, somáticos y materiales y gritando Dream of the Blue Veil o un simple Fireball en nuestro mundo sólo porque Gary Gygax y Dave Arneson así lo planearon. Sospecho que como aventura mágica es interesante, y más si reconoces esos detallitos que identificarán los roleros o los lectores de maravilla épica.

Sin embargo, creo que es una muy buena historia. ¡No abandones tus sueños originales ni niegues tu pasado! La mantícora ahora se siente mejor al ser ella misma, las hadas han descubierto que no volverán a gastar en gasolina, y el gordo jefe de policía ahora puede irse a trabajar cabalgando teniendo un mejor cuerpo para la elfa señora. Todo muy bien en el mensaje. De hecho, es algo que puede llegarles a muchas personas que han sufrido pérdidas familiares, que se sienten relegados o que creen que no encajarán nunca por culpa de no haber conocido a sus padres. La verdad, la moraleja que da esta película es bueno y creo que en ello radica parte de su grandeza. Los métodos que utilizan Disney y Pixar son más dudosos… ¡qué importa si tiras una escuela!, ¡haz que tu camioneta vuele sin problemas por un barrio tranquilo!

¿La recomendaría? Claro que sí, sólo si eres de ese selecto grupo que adora el rol; sin embargo, los agujeros en la trama son bastantes: muchos de ellos tienen que ver con la normalidad de ver que una mujer sale a la calle con un hacha o que una mantícora queme el pastel de cumpleaños de tu hija. Estos son momentos que evidencian que no es nuestra misma sociedad; y, finalmente, son parodias de nuestro mundo. Tenemos que tomarlo como eso y disfrutar la película, que como historia de hermanos, novela de crecimiento y hasta de superación personal, Onward se lleva las palmas.

¿Los demás creen que la quema del restaurante se pudo haber evitado de haber escuchado a la mantícora diciendo “se basa en mis antiguos mapas” o si Ian hubiese copiado en su práctica libreta el mapa en vez de tomarlo como atrabancados delincuentes juveniles?

Pese a todo, mis unidos lectores, creo que son cosas que no podremos resolver sin entrar en discusión. La película es buena, sin embargo, es un filme pochoclero de esos para ver en domingo… mi caso.


Imágenes publicitarias propiedad de Disney y Pixar