martes, 27 de abril de 2021

La propuesta ecocrítica de Studio Ghibli: recorrido histórico del shintoismo a la pantalla


M. Ángel Galindo N.

Doctorado en Humanidades

Universidad de Guadalajara

 


Los aficionados de la literatura reconocemos cuando una película nos llena con imágenes que deberían haber tomado páginas en construirse y que por medio de un solo cuadro cinematográfico conmueve y permanece en la mente de las personas con la misma potencia que un libro completo. En definitiva, la fotografía que maneja el Studio Ghibli —al menos los trabajos de Atsushi Okui (奥井(おくい))— es icónico, pues nos ha mostrado comidas deliciosas, paisajes distópicos e incluso criaturas sumamente interesantes. Estos elementos se han quedado en nuestro imaginario colectivo; sin mencionar del apoyo auditivo que cimbra el alma estética de quien esté mirando estas películas. Sin embargo, la presente ponencia no tiene el objetivo de analizar estas posibles metáforas visuales que utiliza Studio Ghibli, sino algo que me llama mucho la atención: los mensajes ecocríticos que encontramos en varias —si no muchas— películas del estudio y cómo hallamos discursos sincrónicos en obras del mismo tiempo, así como el desarrollo del motivo shintoísta en tres películas específicas.

Si la palabra “ecocrítica” no está en su vocabulario, podemos simplificarla lexemáticamente. La parte de la “crítica” corresponde a ese tratamiento desarrollado desde el siglo xvii resultado de una reflexión intensa sobre un objeto estético. Lo que podría desentonar en este término puede ser la parte del “eco-“, prefijo en boga gracias a palabritas como “ecofriendly”, “ecofeminismo”, “ecoterapia” y “ecoturismo”, todas ellas remarcan la intención de apoyar al mundo de manera activa.

Si en este momento hay alguien conocedor de las películas del Studio Ghibli, seguramente podría decir que ya conoce en su totalidad el objetivo de esta ponencia —y no le culpo— debido a que esto es un lugar común em la obra de 駿(はやお) 宮崎(みやざき) —Hayao Miyasaki—. Si me permiten explicar a detalle el postulado de la ecocrítica que he encontrado en varias películas del estudio y toda su tradición shintoísta que respalda este discurso, me encantaría que hicieran unas preguntas al final.

La ecocrítica —comencemos por el terreno agreste— nace por los postulados estadounidenses que ven la relación entre la literatura y el medio ambiente. Medianamente, podría decirse que el mundo de la narración forma una comunidad de organismos que interactúan entre sí en un orden natural. Del mismo modo, vemos la armonía que debe existir entre el hombre y su entorno. Glen A. Love en su obra Practical Ecocriticism, así como el libro The (Im)possibility of Ecocriticism de Dominic Head explican cómo el mismo entorno se subvierte en la obra estética y puede replantear los discursos latentes de una sociedad en una obra artística. Por esto, en los 1900, la crítica empieza a fijarse en algunos mensajes dados en objetos estéticos con finalidades de exponer sus preocupaciones ante el modo en que estamos afectando al planeta o los modos en que podemos ayudarle.

Hago un paréntesis para mencionar que —en ocasiones— los productos estéticos no son resultado de las problemáticas sociales, sino que buscan evidenciarlas por medio de obras panfletarias. Éstas se podrían considerar best sellers de la ecocrítica o elementos paraliterarios, pues su quid se encuentra en lo referencial y emotivo más que lo connativo y poético de la literatura —aquí me refiero a los estudios de Myrna Solotorevsky y las funciones del lenguaje de Jakobson—. Por mencionar algunas: Captain Planet and the Planetarians (1990-1996) o algunas series para menores de edad que seguramente desconozco. Sin embargo, estos ejemplos son específicos para públicos infantiles y los que estamos aquí presentes sabemos que la animación japonesa —y específicamente la de Studio Ghibli— no es exclusivamente para niños, por lo que tratar de infantil al anime causaría un linchamiento masivo hacia mi figura. Entonces, ¿Que se puede mencionar que no tenga el mote de infantil y que sea igual de panfletario? Lo más cercano serían los documentales que generalmente tienen el objetivo de causar conciencia, sin embargo pese a lo estético que quieren ser, su finalidad es más argumentativa expositiva y no narrativa. Esta precisión es importante porque la ecocrítica no puede ser evocada —o no debería— en obras panfletarias.

Ya que se planteó esta idea, podemos ahora vincularla con la otra de parte de mi título: el shintoísmo. Esta creencia japonesa comparte muchos elementos con el animismo pues en Japón existen 800,000 dioses; pero no hay una pugna con el humano, pues debe existir un balance entre los seres de la naturaleza. En el shintoísmo la humanidad no tiene una superioridad ante los demás seres. Un árbol de 300 años puede tener más conocimientos que alguien con doctorado o un lobo que viajara por varias montañas de Japón podría contener un alma más grande que la de toda una ciudad actual; del mismo modo que una niña que disfruta la vida podría estar más iluminada que una grulla que medita todas las mañanas. Hay que recordar que en el Japón de hace años existían dos vertientes entrelazadas: el shintoísmo y el budismo, hoy día tenemos como tercero en discordia la religión católica; sin embargo, las prácticas siguen presentes en todo momento, por lo que si visitamos Japón, o revisamos sus obras, la misma geografía humana nos marca estas reminiscencias. Por ejemplo: en Mi vecino Tototro となりのトトロ— (1988), vemos un torii鳥居— en la primera exposición de la película. Estos arcos o portales de los templos no están abandonados como parecería para el ojo no entrenado en la cultura nipona, sino que siguen siendo muestras de lo que ocurre a lo largo de la vida cotidiana en este país.

Siguiendo esta premisa de que las tradiciones japonesas persisiten en el imaginario colectivo junto a los postulados de la ecocrítica, procedo a exponer —en el espacio que me permite esta ponencia— cómo es que Nausicaä del Valle del Viento(かぜ)(たに)のナウシカ— (1984), La princesa Mononoke もののけ(ひめ) (1997) y El viaje de Chihiro (せん)千尋(ちひろ)神隠(かみかく)— (2001) desarrollan, en distintas ambientaciones, una crítica sobre manejo del mundo o su entorno.

Cronológicamente, Nausicaä (1984) es la primera de esta selección, además de ser considerada la primera película de Studio Ghibli y sobre todo la primera gran obra de 宮崎(みやざき). Esta película nos muestra un mundo postapocalíptico donde la subsistencia humana depende de no hacer enfadar a los Ohm, raza insectoide con la suficiente fuerza destructiva como para borrar las ciudades donde se refugian los humanos. En medio de una hecatombe de Ohms, Nausicaä —la protagonista— calma a estas criaturas entendiéndolas mientras se cumple una profecía gracias a que se ha bañado en la sangre de uno de estos insectos. El año en el cual sale a la luz esta obra es sumamente importante. Los años 80 fueron sumamente significativos. Por un lado, teníamos toda la tradición literaria de la ciencia ficción y las infinitas posibilidades que traía el cine para hacerlas posibles: Mad Max del 79 y del 81, Dune del 84, The Dark Crystal del 82 y Akira del 88. Todas estas obras tienen un eje paradigmático muy latente que incluso podríamos expandir hasta la saga de Indiana Jhones. Para los años 80, la sociedad era invadida por una visión deprimente del futuro. Parecería que las ciudades —como lo estaba descubriendo Las Vegas, Nevada— estaban empezando a sumergirse por las arenas pues estábamos aniquilando al planeta y sus recursos. Estaba claro que nos enfrentaríamos a contextos agrestes para el humanos y que usaríamos chamarras de cuero y bates con clavos para defendernos de otros que buscaran llevarse nuestro combustible, comida o agua —meme aparte de lo que creíamos que nos iba a pasar a inicios de esta pandemia—. La ciencia ficción estaba en boga y nos proyectaba una distopía donde el humano tenía que sobrevivir a base de sus propios recursos ya que el mundo había perdido toda su belleza y esplendor.

Una descripción que aprende el estudiante de japonés para describir ciudades es (みどり)が多い midori ga ooi— que significa, literalmente, “hay mucho verde” pero que se refiere a la misma vegetación. La visión de Nausicaä es exactamente contraria: la paleta de tonalidades es seca y triste como el desierto, de texturas rugosas, colores sobreexpuestos en la pantalla, trazos mal definidos por el espejismo del desierto. La manera en que se expone el entorno según la interpretación que hizo 宮崎(みやざき) de su propia novela gráfica, evidencia esta interpretación simbólica de lo que ocurriría con nuestra vida. El mundo al que nos enfrentaremos será deprimente; sin embargo, la manera en que podemos solucionar esto para que la vegetación florezca y no sea agreste para nosotros es, como nos enseña el jardín subterráneo del filme, estando en armonía: un presupuesto propio del shintoísmo y el budismo. Estos Ohms —nombre simbólico para hablar de resistencia y permanencia— pueden ser vistos como (かみ) kami— o 世会(よかい) yokai—, seres que están ahí para mostrarnos la equidad que debe haber entre todos los seres. ¿Qué hace Nausicaä si no es un sacrificio y un diálogo con esos seres? Ella se plantea decodificar los secretos que rodean a estos insectos y —a pesar de que tengamos la presencia hermeneuta de オオババ la oráculo del Valle del Viento— llevar a la armonía a todas las razas como lo hizo con su zorriardilla Teto.

Si bien la interacción de los (かみ) parecería antitética en un mundo donde la naturaleza ha sido violentada a tal grado como se muestra en Nausicaä, tenemos otro ejemplo donde ocurre esto de forma completamente opuesta y —por lo tanto— coherente con las posturas ecocríticas. 1997 es el año en que sale La princesa Mononokeもののけ(ひめ)— la décima película de Studio Ghibli y la sexta de 宮崎(みやざき). La historia se desarrollada en el Japón feudal de la era Muromachi —室町時代(むろまちじだい)—. Conocemos la historia de Ashitaka —アシタカ— y cómo fue afectado por una extraña marca oscura propia de la peste; pero ésta es más una corrupción espiritual que puede —incluso— darle la oportunidad de que —al enojarse— pueda partir a alguien en dos con solo una flecha. Esta maldición la tuvo después de acabar con un (かみ) vuelto salvaje a causa de esta infección. Así, a pesar de haber salvado a su aldea, debe volverse un errabundo y es ahí que se involucra en una guerra de la cual Isengard, los Ents y el mismo Tolkien se sentirían orgullosos; pues vemos cómo La Ciudad del Hierro tiene un enfrentamiento definitivo con los (かみ). Esto atravesado por una de las escenas que más me han causado ansiedad del anime y que es la presencia del Espíritu del Bosque, su levantamiento y su muerte.

Analizando desde la ecocrítica, podemos ver que 宮崎(みやざき) nos quiere mostrar la corrupción que el humano ha ido dejando en ríos y terrenos a causa de la maquila de armas y explosivos para la guerra del hombre contra el hombre. Los modos de Eboshi —エボシ御前(ごぜん)—, guerrera terrateniente y principal antagonista del filme, no son del todo malos. Empodera a las mujeres, les da trabajo a los leprosos, ha generado fuentes de riqueza para muchas personas; ella parecería ser la razón de la pregunta “¿Somos los malos?”, y es curioso porque eso es un postulado constante: ¿hasta qué punto el humano es enteramente antagónico a la misma ecología?

Pasaron 13 años entre estas dos películas y los discursos en torno a cómo vemos el mundo y su futuro, cambian radicalmente. En Nausicaä teníamos un mundo desértico mientras que en Mononoke vemos que hay una esperanza todavía y que está en nuestras manos la opción de detener esta destrucción, llevar al mundo a puerto seguro, deteniendo infecciones y contagios producto de la modernidad. Aquí hago un llamado al público y preguntarle si se ha dado cuenta que, desde hace 23 años, Studios Ghibli nos ha estado diciendo lo mismo que muchas de las campañas que nos bombardean sobre popotes y huesos de aguacate puede salvar a la humanidad. Aparentemente, el planteamiento de 宮崎(みやざき) está en sintonía con lo que muchas campañas verdes quieren lograr y sobre todo las reformas que no se ejercieron hasta estos años —los 90— en varias políticas públicas, pues —como marcan varias tesis de jurisprudencia en materia mexicana— no es hasta casi el 2000 que empezó a hacerse algo por el medio ambiente. Es entonces una alegre coincidencia que esta película demuestre su postura a la par de las reformas que se hicieron en Latinoamérica y países europeos. Analizar desde este cariz el mundo de los videojuegos en este período específico nos podría llevar a una conclusión similar, lo cual convendría analizarse —y quizá lo haga al terminar mi tesis de doctorado, pero mientras tanto dejo el tema sobre la mesa para dialogar—.

El último de los casos que pretendo mostrar pertenece a El viaje de Chihiro(せん)千尋(ちひろ)神隠(かみかく)— del 2001, sólo cuatro años después de La princesa Mononoke. Si nos pusiéramos exquisitos en cuanto a las técnicas usadas para animar, veríamos un abismo de diferencia en cuestión de herramientas, pero con la misma técnica —además de que Atsushi Okui (奥井(おくい) (あつし)) fue el mismo encargado de Fotografía—. Las herramientas para colorear por computadora y darles acabados a ciertos planos abonaron para que en su conjunto ganara el Óscar a mejor película de animación en 2003. Lo que vemos con esta obra parecería enfocarse en lo primero que mencioné: el shintoísmo. En japonés, kamikakushi 神隠(かみかく)— refiere a las desapariciones o muertes que sufren los humanos al estar en contacto con los (かみ), una especie de rapto, y por ello el título tan interesante que le dieron en inglés: Spirited away, en lo que Disney está involucrado como distribuidor de la película. Existen teóricos como James W. Boyd que ven en esta película una integración entre la religión shinto y la vida cotidiana. Quizá las exposiciones que nos da son sumamente interesantes para comprender las bases que tiene el mismo 宮崎(みやざき) y darnos cuenta de que, como se mencionó en un inicio, la inclusión de un umbral como lo es un 鳥居(とりい) no tiene intenciones adoctrinantes sobre el shintoísmo, sino que es algo con lo que conviven directamente en el Japón cotidiano.

En la obra —medianamente conocida y más en entornos como estos— nos muestra las peripecias de Chihiro en el mundo de los espíritus y cómo tiene que aceptar su cualidad de huérfana temporal para recuperar a sus padres que fueron convertidos en cerdos por robarse la comida de los (かみ). En este espacio, vemos seres propios del imaginario japonés como la bruja Yubaba —湯婆(ゆばばあ)—, esta especie de monstruo araña que le ayuda, o los espíritus de ríos como son Haku —琥珀(こはく)— y el mismo (かわ)(かみ) —dios del río—. Hay un par de detalles que hacen que uno se incline por interpretaciones ecocríticas y es la predominancia que le dan en los baños al dinero que regala el Sin Rostro, del mismo modo, el dios del río que ha sido contaminado al grado de deformarlo y convirtiéndolo en un “dios apestoso” —como lo quisieron traducir en México—. ¿De qué manera se calman estos problemas? El shintoísmo tendría la respuesta: la tranquilidad. Estando en equilibrio con la naturaleza y —si cabe la amalgama cultural— con un poco de meditación budista tan propia de Japón, se pueden solucionar los problemas humanos.

Entonces, ¿宮崎(みやざき) es religioso en estas películas? Podría ser una respuesta posible y que nos llevaría a una interpretación equívoca si no tomáramos en cuenta la ecocrítica. Así como dije en un principio: las obras panfletarias o que buscan que nadie contamine son paraliterarias: son parte del montón y quizá no se enfoquen en un discurso estético —que no digo que no puedan tener—; pero el caso tan peculiar de estas obras es digno de revisarse. No son películas shintoístas, pero el shintoísmo sí forma parte de la propia narrativa de estas historias. Son motivos o temas que están presentes en el acontecer diario de Japón. Estas películas llevan lo familiar hacia el territorio de lo extraño, pero sin que exista un tratamiento fantástico u ominoso. El modo en que ficcionaliza 宮崎(みやざき) está más próximo al del realismo mágico o al real maravilloso latinoamericano, pero con elementos naturales de la tradición oriental. El discurso religioso shintoísta se usa como forma, pero no como forma; no busca ser dogmática y menos propagandística. 宮崎(みやざき) nos enseña una peculiar manera de reconstruir la realidad y decirle al mundo cómo es que Japón convive —o debería convivir, según los ecocríticos— con su entorno.



Imagen sacada de https://www.industriaanimacion.com/ 


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