En polvo eres y en polvo te convertirás
Cada vez que aspiraba, sentía cómo su espíritu se desprendía
de su cuerpo y se elevaba hacia el cielo, donde bailaba con las estrellas y
recorría constelaciones desconocidas. Por un breve instante, era libre, y esa
libertad lo embriagaba como el néctar de los dioses.
Mientras su espíritu volaba en las alturas, su cuerpo en la
tierra se debilitaba. Sus huesos se volvieron frágiles como el cristal, y sus
músculos se consumieron como velas en la oscuridad.
En esa ocasión, su espíritu se desprendió por última vez, y desde el cielo cayó en picada. Lo recibió aquel cuerpo frágil: cristal roto, cera derramada... despojos de algo que ya no era nada.
Después del viaje
Juan decidió marcharse. Atrapado en aquella realidad, no se
dio cuenta de que había abandonado a su amigo Tomás. Al día siguiente, despertó
de aquel ensueño para descubrirse en cualquier lado menos en aquella reunión del
día anterior.
Juan se había ido, sí; pero otro que se había marchado —y
esta vez para siempre— fue Tomás, quien no entendió los riesgos de aquella
fiesta.