domingo, 20 de enero de 2019

La imagen posmoderna del libro y el escritor. La representación escultórica del artista literario a través de La pluma de Pedro Escapa en Guadalajara, Jalisco


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Cada tanto tiempo la profesión del escritor cambia; la sociedad espera cosas distintas de ese artista según sus épocas. Tenemos de este modo a personas que piensan que la literatura es meramente en un entretenimiento para gente ociosa. Al mismo tiempo, muchos ven a la literatura como una manera de generar cultura, de cambiar ideologías o de formar criterios.
         El oficio del escritor —entonces— se vuelve algo distinto, nuevo y ambicioso. En medio de una sociedad preocupada más por el cine, la televisión y —por qué no— sistemas de streaming como lo son Nétflix o Amazon, el libro parece ser una herramienta innecesaria en la ideología posmoderna. No necesariamente por el formato, materiales o costos; sino porque representa un pasado que tratamos de olvidar. Desde este punto de vista, el libro —así como el escritor— parecen tratar de recordar aquellos momentos antiguos con sociedades románticas. “Un mundo abarcable, jiarizado gracias a la metáfora de una biblioteca, la librería portátil o la memoria fotográfica descriptible, cartografiable” (Carrión, 2013, p. 26). Muchas personas disfrutan de la añoranza generada por libros-objeto; sin embargo, son pocos los defensores de esta arcaica tecnología. Como dice Borges en su “Parábola de Cervantes y de Quijote”: “Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin” (Borges, 1974, p. 799).
         Parece extremista esta situación. Ángel Rama en su libro La ciudad letrada (2004), nos plantea una realidad organizacional donde libros, autores y editoriales se mueven en un trasfondo económico. La idea de Rama parecería verdadera. Pensemos en la educación desde sus inicios hasta la universitaria, donde el libro es una herramienta de validación. Tanto el alumno como de los saberes esperados de un curso fueron escritos y validados por alguien. La palabra escrita, al ser —aparentemente— mejor, necesita posicionarse en medio del ámbito económico, vendiendo libros de texto a los futuros egresados, certificando una serie de conocimientos, habilidades, aptitudes y valores esperados: competencias.
         Hasta este punto, podemos considerar la lengua, la lectura y la tradición literaria como un elemento el cual, en el pasado, era sumamente importante. Podemos recordar a Umberto Eco; no solamente desde El nombre de la rosa, sino también en su apartado: “Sobre algunas funciones en la literatura” (Eco, 2017). Desde la presencia del manuscrito medieval, hasta los más modernos dispositivos o soportes de lectura. Poco a poco se ha dado denigrado o rebajado su importancia para la sociedad. Si bien es cierto que la educación trata constantemente de reivindicarla, es bien sabido que la red de intelectuales y académicos no es tan vasta como para cambiar la ideología de las personas (Petit, 2016).
         Parecería denigrante u ofensivo el hecho de que nuestra sociedad dé la espalda a lo que antaño era una fuente de conocimiento dada por un grupo de sabios ilustres. Las personas encuentran en los libros un objeto coleccionable. Muchos pueden ser los escritores que en el pasado dieron ejemplo de su genio; pero, hoy día, parece ser necesaria la validación de las masas para escribir. Un triste ejemplo de esto son los best seller de YouTubers, o los simples libros de sexo, política o juventud firmados por famosos de la televisión.
         ¿Dónde está esa figura idealizada del escritor?, ¿el genio del artista se ha perdido al entrar en la posmodernidad? Es posible que las respuestas a estas preguntas sean un tanto incómodas para la comunidad letrada. Según Emilia Ferreiro “Ese objeto que parecía tan simple —la escritura— se ha complejizado considerablemente […], somos sensibles a las diferencias en la significación social de la producción y utilización de marcas escritas […] en un contexto sociohistórico que les dará otro sentido” (Ferreiro, 2016, p. 60). Así, pensaríamos que no se ha denigrado; sino que ha cambiado su sentido. Parecería que su objetivo se ha ido diluyendo en medio de una sociedad desencantada.
         Manifestaciones como éstas se pueden ver reflejadas en el arte actual, al que muchos denominan “posmoderno”. Una definición del incursor del término, Jean-François Lyotard.

Lo posmoderno sería aquello que alega lo impresentable en lo moderno y en la presentación misma; aquello que se niega a la consolación de las formas bellas, al consenso de un gusto que permitiría experimentar en común la nostalgia de lo imposible; aquello que indaga por presentaciones nuevas, no para gozar de ellas sino para hacer sentir mejor que hay algo que es impresentable (Lyotard, 1987, p. 25).

Así, el arte y la posmodernidad van de la mano para crear discursos emancipados de la tradición, pero llenos de significados nuevos, donde el autor busca decir algo distinto a su público, y es el mismo público quien debe completar las ideas inconclusas. Pese a que el mismo Diccionario de estudios culturales opina que surge “A partir de un proyecto modernizador inacabado y de una posmodernidad –contradictoria ella misma– que no terminó de instalarse, el espacio crítico latinoamericano” (Lorenzano, 2009, p. 228). El arte posmoderno tiene una serie de patrones propios, los cuales comprueban su pertinencia inmiscuidos en Andy Warhol y su lata de sopa, Roy Lichtenstein con su emulación del comic, los relojes y personas aletargadas de Dali o el cubismo de Picasso.
         Si recordamos un poco la lógica kantiana, el artista se convierte en un sujeto controversial en la sociedad capitalista: es un posible generador de ingresos por medio de la obra que se está vendiendo.

El artista -o el genio- posee tal sensus communis y con sus creaciones estipula nuevamente como ejemplos que tales objetos, a saber sus obras, son los casos de una regla que concierne a cada uno, esto es, a toda la esfera de los que juzgan. Las obras de arte serían los ejemplos de una regla que todos estamos en condiciones de operar. Así, aun cuando las obras de arte puedan ser tomadas como objetos entre otros en el mundo, sus cualidades estéticas no dependen de condiciones objetivamente perceptibles, cuanto de la posibilidad de que propicien una misma manera de juzgar, de que logren activar una misma capacidad subjetiva de reaccionar, basada en algo que todos, como sujetos, poseemos: el sensus communis (Fianza, 2008, p. 59)

Como ejemplo se puede tomar la escultura posmoderna La pluma de Pedro Escapa. Esta escultura nace de un proyecto llamado “Arte Público de Guadalajara” con su división “Gigantes urbanos”. La iniciativa del Gobierno de Guadalajara, Jalisco propuesta en agosto de 2016 busca “una oportunidad para que los artistas le hagan un homenaje a la ciudad y la ciudad le haga un reconocimiento a sus artistas” (Gobierno de Guadalajara, 28 de julio de 2017). Fue el lunes 31 de julio de 2017 que se inaugura la pieza “[…] de 4.8 metros de altura, tuvo un presupuesto de 1.3 millones de pesos y está realizada en concreto blanco y acero corten, que hace alusión a la libertad de expresión, es un homenaje a los escritores y periodistas que han sido desaparecidos o asesinados por su labor […]” (Pérez Vega, 31 de julio de 2017).
         Tomando como antecedente la denigrante idea del escritor y de los libros para nuestra sociedad posmoderna, se entiende el mensaje que busca dar esta obra. El mismo autor explica que el bolígrafo gigante que enciende en luz roja simboliza la sangre derramada de escritores y periodistas (Gobierno de Guadalajara, 7 de agosto de 2017). ¿Es acaso la escritura una actividad peligrosa?  Quizá lo sea, aunque el comparar las actividades de un escritor con las de un periodista es un tanto infantil para la comunidad letrada y académica del mundo literario actual. Son muchas las cosas que se le pueden leer a la obra, pero nos limita el mismo escultor haciendo una interpretación única e invariable de su trabajo. Como diría la historiadora del arte Ivonne Pini:

Con frecuencia se sostiene que el arte contemporáneo es “críptico” y, si se acepta la validez de ese término, el arte debería ser descifrado por los expertos. Sin embargo, en paralelo se argumenta que la obra debe explicarse por sí misma y que el público tiene la posibilidad de interpretarla, sin que medie la voz del experto para analizarla. De allí que uno de los dilemas que se plantean al hablar de arte contemporáneo sea la apertura a un amplio universo de propuestas que supone una reformulación de qué se entiende por arte. El público e incluso los expertos que siguen amarrados a la certeza que significaba asociar arte con virtuosismo técnico se hacen la famosa pregunta: ¿esto es arte? (Conceptos…, 2014, pp. 34-35)

¿Qué convierte a esta pieza monumental en arte? A través de la reproducción mecánica de Warhol, se pueden hacer más obras que otros, como ya dijo Walter Benjamin en su famosa obra ensayística: La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica (Benjamin, 2003, pp. 39-41). La obra de arte se vuelve irreproducible por varios elementos: su precio, su monumentalidad, y, sobre todo, su patrocinio. Hoy en día, en épocas donde todos tratan de recibir patrocinios y mecenazgos, la intermediación del Gobierno es algo que se anhela bastante. Muchos buscan en becas y convocatorias la posibilidad de ser incluidos en el catálogo de artistas, y esto incluye a los literatos. Esto lo explica Mauricio Cruz Arango, un artista, escritor y docente colombiano: “Una combinación popular (es decir política) auspiciada por un par de ideas exitosas: ‘cualquier cosa puede ser arte’, ‘cualquiera puede ser artista’. Esta última, un ‘puede’ que se da por hecho en la mayoría de los casos” (Conceptos…, 2014, p. 54). Y es que la ciudad letrada y sus intereses económicos siguen repitiéndose y traspasando las fronteras de su arte, hasta el mismo proceso escultórico.
         Si es verdad que todos somos artistas en potencia, como lo es el español Pedro Escapa sin estudios formales de arte; todos podemos obtener un patrocinio por parte del Gobierno. El ser artista se vuelve un trabajo lucrativo, que innova a cada momento para generar una idea perfecta de lo que es el arte. Ahora es algo bizarre, palabra que en francés deviene de “abigarrado”: “De varios colores, especialmente si están mal combinados […] Heterogéneo, reunido sin concierto” (rae, 2002, p. 7).               Los artistas se vuelven productores, se convierten en empleados que deben hacer un trabajo específico, y que desentone en el ambiente urbano que hemos ido desarrollando. Son ellos los que deben imponer la idea de lo que es la literatura. Sus obras ya no son vistas como un objeto divino que imita a la naturaleza, como dijo alguna vez Aristóteles.

Antes se hablaba de “espacio ambiental” o simplemente “escultura”. Sin embargo, tanto las llamadas “instalaciones”, como los “espacios ambientales”, como las “esculturas” asumen su manera de existir en el arte bajo parámetros similares: son tridimensionales y problematizan la idea de superficie, se emplazan, instalan, localizan de una manera determinada dentro de un espacio, implican pensar en su materialidad, la manera como alguien se acerca y se mueve dentro de ellas, etcétera (Conceptos…, 2014, p. 27)

Siguiendo las palabras del artista colombiano Felipe Arturo, esto sucede con el arte hoy día. El arte se cuela entre nosotros, se ha aliado con el Poder para crear una nueva ideología en el pueblo. Si el espectador debe participar en la obra de arte, necesita de alguien que pueda darle un valor, y —sobre todo— participe en ella. Lo colocan —o instalan— en un lugar público. Ésta es la idea de “Comunidad”. Transforman a la escultura en un ejemplo: el escritor debe ser un ente público. La instalación se encuentra entre las avenidas Américas y Pablo Neruda, una zona económicamente alta, como deben ser los escritores y los periodistas. Son seres en medio de una revolución, pero son aquellos que todos conocemos como divinos. Son aquellos que merecen una escultura monumental, porque, como dice Pedro Escapa: “el hacha no puede borrar lo que la pluma escribe” (Gobierno de Guadalajara, 7 de agosto de 2018).
         Los autores, los escritores, y los periodistas requieren colocarse en esta ciudad, deben estar inmiscuidos en el pensamiento del pueblo. “[…] la experiencia artística de la creación de formas es, cada vez, un «nuevo acuerdo» que indudablemente toma posesión de los elementos constitutivos del «paisaje humano» en el que vive el artista (este paisaje es mental o anecdótico), pero que sugiere un nuevo acuerdo, inédito, proponiendo una redistribución del sistema” (Duvignaud, 1967, p. 28).[1] Desde esta perspectiva —quizá para varios anticuada—, esta obra nos ayuda a recordar la presencia del escritor y de su obra. Pero ¿hasta qué punto nos están mostrando una visión equívoca de la tradición literaria?
         La obra —en teoría— nos coloca al escritor posmoderno como alguien público, alguien que se enciende en rojo por las noches en memoria de su pueblo. ¿El literato puede ser incluido en este tramado? Podría ser que no. Hay rumores de que Borges no recibió el Nobel por su desinterés en la dictadura argentina. El escritor posmoderno —entonces— puede que no sirva si la sociedad no lo quiere. Y es cuando los libros no son recibidos si no tienen este mensaje contestatario. Los lectores siguen encadenados a los macrotemas, y los que no lean temas radicales y posmodernos, posiblemente deban ser pasados por el hacha que Pedro Escapa diseñó, porque los libros posmodernos parecen ir perdiendo su importancia, o al menos eso piensan algunos de los literatos, artistas, o aquellos que crecimos en la posmodernidad sin saber cómo se llamaba.

Bibliografía:
Borges, J. (1974). “Parábola de Cervantes y de Quijote” en Obras completas. Buenos Aires: Emecé.
Carrión, J. (2013). Librerías. Barcelona: Anagrama.
Conceptos de Arte Contemporáneo. (2014). Bogotá: NC-arte.
Domingo Argüelles, J. (2017). ¿Qué leen los que no leen? El poder inmaterial de la lectura, la tradición literaria y el hábito de leer. México: Océano-Travesía.
Eco, U. (2017). Sobre literatura. México: DeBolsillo.
Duvignaud, J. (1967). Sociologie de L’Art. Paris: Presses Universitaires de France.
Ferreiro, E. (2016). Pasado y presente de los verbos leer y escribir. México: Fondo de Cultura Económica.
Fianza, K. (2008). “La estética de Kant: el arte en el ámbito de lo público” en Revista de Filosofía (64). pp. 49-63. Recuperado de https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?
script=sci_arttext&pid=S0718-43602008000100004
(vi: 27 de abril de 2018).
Franco, J. (2003). Decadencia y caída de la ciudad letrada. Barcelona: Debate.
Gobierno de Guadalajara. (28 de julio de 2017). “Conoce el programa Arte Público”. Recuperado de: https://guadalajara.gob.mx/noticias/conoce-el-programa-arte-publico (vi: 21 de abril de 2018).
_______. (7 de agosto de 2017). “Una pluma que «Escapa» del olvido artístico”. Recuperado de: https://guadalajara.gob.mx/tags/pedro-escapa  (vi: 21 de abril de 2018).
Lorenzano, S. (2009). “Posmodernidad” en Diccionario de estudios culturales. México: Siglo xxi.
Lyotard, J. (1987). La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa.
_______. (1991). La condición postmoderna. Buenos Aires: Red Editorial Iberoamericana.
Petit, M. (2012). El arte de la lectura en tiempos de crisis. México: sep y Océano-Travesía.
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Pérez Vega, R. (31 de julio de 2017). “Seguirá arte público a pesar de golpeteo, advierte Alfaro” en El Reforma. Recuperado de: https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/
articulo/default.aspx?id=1174763&md5=dad96b1797e5e820b6696091b2146815&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe
(vi: 26 de abril de 2018).
Rama, Á. (2004). La ciudad letrada. Santiago de Chile: Tajamar.
Real Academia Española [rae]. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.). México: sep y Espasa.



[1] “[…] l’expérience artistique de création de formes est, chaque fois, une « nouvelle donne » qui s’empare sans doute des éléments constitutifs du « paysage humains » qu’habite l’artiste (que ce paysage soit mental ou anecdotique), mais qui suggère un arrangement nouveau, inédit, propose une redistribution du système constitué”. En francés el original, la traducción es propia.

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