martes, 30 de mayo de 2023

25

A Imelda Quezada

 

El silencio se prolongó en el consultorio de la Dra. Márquez. El llanto había sido corto, pero Ifigenia se había largado a llorar por las dos: el peso de las almas llenó la habitación.

Ifigenia le contó a la psicóloga sus traumas, especialmente esa parte morbosa en la que una persona se siente débil y sin suficientes elementos para defenderse. Llevaba más de un año bajo la guía de la doctora Márquez, pero aun así seguía asistiendo porque sus problemas no se limitaban a un diario, una entrevista, a preguntar cómo había sido el parto de la madre, ponerse en los zapatos de la otra persona, ni a un ejercicio de constelaciones familiares. Ella necesitaba hablar de esa vez en que la volvieron a rechazar para un trabajo que realmente merecía, y por eso la conversación había transitado por esos terrenos: los otros trabajos, los otros rechazos y las fechas que tanto le gustaba recordar, sobre todo ahora que faltaban once días para el aniversario luctuoso de su padre.

—Un 25 de marzo de 1655 descubrieron a Titán... ¡1655! Eso fue hace casi diez de mis vidas, suponiendo, claro, que me hubiera muerto a los 25 años cuando nada de esto había pasado. Fíjese que ese 25 murió el viejo paradigma... se descubrió la luna más grande de Saturno... el acontecimiento más importante de la astronomía. Pero llegó Ganímedes... ¡Claro! Ganímedes lo descubrió Galileo, y un 7 de enero. ¡Ese fue su regalo del Día de Reyes! ¡Una bendita luna! ¿Pero no se da cuenta de lo que significa? Ganímedes, el mozo de copas del Olimpo, es más importante que Titán: los primigenios fueron olvidados a cambio de alguien que rellena el vino de Zeus. Es casi una historia de narcotráfico la que se cuenta aquí, doctora. ¡Sobre todo porque no me ha dejado explicar qué ocurre con el 25!

»Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Rocío Dúrcal, Ana María Matute, todas fallecieron un día 25. ¡Qué horrible número, ¿verdad?! Pero da personalidad: morir un 25 te da gallardía (bueno, excepto a mi padre). Seguramente Safo y la autora de El libro de cabecera también murieron un 25, aunque no sabemos siquiera cuándo nacieron. Ellas fallecieron con este número en sus entrañas; se les nota en su lírica. Sus metáforas gritan “25”. Lo sé. ¿Las ha leído? Es que toda buena mujer que se dedica al arte... al literario, al pictórico, incluso a la cocina o la estrategia, fallecen ese día. Bueno... Xavier Villaurrutia también murió un 25. ¡Pero peor!: un 25 de diciembre... No era mujer, pero Octavio Paz seguramente lo hubiera colocado en el mismo cajón. Él merecía morir un 31 de diciembre: un renuevo, un cambio de año... No como Charlotte Brontë, ella falleció un 31 de marzo... ¿qué simbolismo tiene esa fecha? De haberse esperado un año más, habría muerto en año bisiesto; pero no, murió en 1855, un año tan simple que inició un lunes: como buena británica. Seguramente ya sabía que moriría cuando su semana hábil empezó con el año. Por eso esperó hasta el día 90... ¿Imagina? Si esperaba un año más, moría en el nonagésimo primero. Eso nunca lo habría hecho una escritora como Brontë. ¿Usted ha leído Jane Eyre?... Tiene otra novela preciosa: Emma. Si yo tuviera una hija, le pondría ese nombre... aunque no quiero tenerla... a mi edad son embarazos de riesgo, y más porque no quiero que ella tenga que enfrentarse a mí o a mi forma de ser.

La terapeuta no supo cómo retomar la sesión. Para estas alturas, ella ya no sabía si debía seguir o no. Finalmente, el tiempo se estaba acabando y quedaban menos de 20 minutos. Con cinco bastaban y sobraban para dejarle una tarea satisfactoria para dialogar la siguiente quincena.

—Pero todo lo que me está diciendo no nos conduce a ningún lugar, le dijo la doctora a su paciente. Luego, le preguntó cuál era su problema.

Ifigenia se lamentó: se siente herida, herida como un cráneo al caer de un puente y estrellarse contra un Buick negro, como las emociones de una niña lastimada por una terrible polilla venenosa, como el azulejo del baño cuando un hombre violento te embiste para agredirte.

—Es que usted no ha tenido que sufrir lo que yo, doctora. Parecería que la estoy prejuzgando, pero estoy segura de que no. Yo me quiero morir, ¿sabe? Quiero acabar con este sufrimiento, un sufrimiento tan mío que solo yo lo tengo. Ni sor Juana en sus delirios. Juana de Arco apenas podría llegar a esa inspiración dolorosa que tengo: es casi el sufrimiento de Cassandra que vive con dolor. ¿Y sabe cómo sé que usted no lo ha experimentado? Porque la veo con esas sandalias, se pinta la uña del dedo mayor de color negro, es como en flecha para avanzar: no tiene que usar estos zapatos baratos que traigo. Mire cómo el vestido que lleva le da una frescura innata, mientras que yo debo cubrir mis brazos con este suéter que me molesta, hasta tiene un agujero. No soporto mostrar mis brazos y evidenciar que me he cortado, que me he quemado, que esos cigarros que fumaba en la preparatoria los apagaba con resentimiento en mis brazos y que ahora padezco las marcas que me dejé por tolerar a aquel idiota. Lo mismo con mi ex, que me obligó a casarme con él, pero yo sé que eso no tuvo solución real para él. Lo que pasó, pasó; y si no aceptaba mis condiciones era porque él no me quería.

—¿Sigues pensando mucho en el suicidio?

Diana, la secretaria interrumpe para informarle que le cancelaron su siguiente cita.

Ifigenia sonríe y pregunta si puede quedarse media hora extra.

—He practicado mucho mi discurso. —Giró para hablar con la terapeuta—. Puede cargarlo a mi tarjeta con el doble de tiempo.

El dinero fue un aliciente. La psicóloga asintió; así, la asistente cerró la puerta lentamente calculando en su mente el cobro.

—He estado practicando mi parlamento. Quiero hacer un monólogo: mi personaje es la causante de todo su sufrimiento. Pero no puede continuar... pues desde que empezó a dañar, a contratar, a llevar al límite a hombres y mujeres, se ha convertido en el verdugo de tantas personas.

—¿Algo de ese personaje provine de ti misma? Me pregunto qué tanto de ti aparece en él.

—¡Pues claro que sí! Es que, no sabe el coraje que me guardo: por eso se lo trasvaso a Filipa (así se llama mi personaje). Es le dice la sirvienta en “El huésped” de Amparo Dávila: “Estamos solas, pero con qué coraje”. Y luego matan a la criatura: la encierran en un cuarto y la dejan sin comer.

—Entonces, ¿deseas hacerle daño a alguien? Eso me preocupa mucho

—Nah… Sólo a mí misma: porque me odio. Porque ya no quiero hacerle daño a nadie más. Ya me he encargado de todos, de cada uno... he quemado, aniquilado, tirado por un puente.

»Soy yo quien ha sufrido, pero también quien se ha cobrado el daño que me han hecho. Tengo 25 años. Qué bonito número, ¿no? Tengo cuatro víctimas; pero si cada una valiera por 5…

Ifigenia sacó un arma, la misma que había asesinado a los otros cuatro.

—Eso era lo único que fallaba. La heredé de mi padre, él fue la primera víctima. Se suicidó con ella.

—¡Diana! —gritó a todo pulmón la terapeuta.

—Estoy segura que yo lo maté cuando chica. Él se suicidó con esta pistola y dejó cuatro balas. ¡Calibre 25!

»Eran siete espacios para las balas, pero ese número ya lo han tomado tantas personas. 25 minutos en que la persona muera desangrada. ¡25%! Eso no lo había pensado.

—¡Diana! —La desesperación de la doctora se desvaneció con los ojos inyectados en llanto que traía puestos Ifigenia ese día.

Sus años de estudio la hicieron callar pronto: Ifigenia no la iba a lastimar, ¿o sí?

Ifigenia rio mientras escuchaba los pasos de Diana subir las escaleras.

—Que nombre tan bello: “Diana”. Cinco letras y significa “objetivo”, como para dispararle a alguien.

El calendario de cubos del escritorio marcaba un jueves 14.

—Qué horrible es morir en un día tan simple: un 14, los odiados mueren este día: Marx y ¡nadie más!

La puerta se abrió de golpe y el disparo retumbó en toda la colonia.

La sangre manchó las sandalias de la psicoterapeuta.

14… 14 era el día en que Marx e Ifigenia habían muerto. Siete fueron los espacios de las balas, tendrían que dispararse dos veces para generar 14 víctimas. El número 14 era la libertad: compuesto por la independencia del 1 y la estabilidad del 4. ¡Y ahora que lo recordaba: Kurt Cobain había fallecido un 14 de abril también!

Diana gritó asustada por la muerta y todo se decoró de un sonoro blanco de olvido.


Imagen generada con Midjourney




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