A Imelda Quezada
El silencio se
prolongó en el consultorio de la Dra. Márquez. El llanto había sido corto, pero
Ifigenia se había largado a llorar por las dos: el peso de las almas llenó la habitación.
Ifigenia
le contó a la psicóloga sus traumas, especialmente esa parte morbosa en la que
una persona se siente débil y sin suficientes elementos para defenderse. Llevaba
más de un año bajo la guía de la doctora Márquez, pero aun así seguía
asistiendo porque sus problemas no se limitaban a un diario, una entrevista, a preguntar
cómo había sido el parto de la madre, ponerse en los zapatos de la otra
persona, ni a un ejercicio de constelaciones familiares. Ella necesitaba hablar
de esa vez en que la volvieron a rechazar para un trabajo que realmente
merecía, y por eso la conversación había transitado por esos terrenos: los
otros trabajos, los otros rechazos y las fechas que tanto le gustaba recordar,
sobre todo ahora que faltaban once días para el aniversario luctuoso de su
padre.
—Un
25 de marzo de 1655 descubrieron a Titán... ¡1655! Eso fue hace casi diez de
mis vidas, suponiendo, claro, que me hubiera muerto a los 25 años cuando nada
de esto había pasado. Fíjese que ese 25 murió el viejo paradigma... se
descubrió la luna más grande de Saturno... el acontecimiento más importante de
la astronomía. Pero llegó Ganímedes... ¡Claro! Ganímedes lo descubrió Galileo,
y un 7 de enero. ¡Ese fue su regalo del Día de Reyes! ¡Una bendita luna! ¿Pero
no se da cuenta de lo que significa? Ganímedes, el mozo de copas del Olimpo, es
más importante que Titán: los primigenios fueron olvidados a cambio de alguien
que rellena el vino de Zeus. Es casi una historia de narcotráfico la que se cuenta
aquí, doctora. ¡Sobre todo porque no me ha dejado explicar qué ocurre con el
25!
»Alfonsina
Storni, Alejandra Pizarnik, Rocío Dúrcal, Ana María Matute, todas fallecieron
un día 25. ¡Qué horrible número, ¿verdad?! Pero da personalidad: morir un 25 te
da gallardía (bueno, excepto a mi padre). Seguramente Safo y la autora de El
libro de cabecera también murieron un 25, aunque no sabemos siquiera cuándo
nacieron. Ellas fallecieron con este número en sus entrañas; se les nota en su
lírica. Sus metáforas gritan “25”. Lo sé. ¿Las ha leído? Es que toda buena
mujer que se dedica al arte... al literario, al pictórico, incluso a la cocina
o la estrategia, fallecen ese día. Bueno... Xavier Villaurrutia también murió
un 25. ¡Pero peor!: un 25 de diciembre... No era mujer, pero Octavio Paz
seguramente lo hubiera colocado en el mismo cajón. Él merecía morir un 31 de
diciembre: un renuevo, un cambio de año... No como Charlotte Brontë, ella
falleció un 31 de marzo... ¿qué simbolismo tiene esa fecha? De haberse esperado
un año más, habría muerto en año bisiesto; pero no, murió en 1855, un año tan
simple que inició un lunes: como buena británica. Seguramente ya sabía que
moriría cuando su semana hábil empezó con el año. Por eso esperó hasta el día
90... ¿Imagina? Si esperaba un año más, moría en el nonagésimo primero. Eso
nunca lo habría hecho una escritora como Brontë. ¿Usted ha leído Jane Eyre?...
Tiene otra novela preciosa: Emma. Si yo tuviera una hija, le pondría ese
nombre... aunque no quiero tenerla... a mi edad son embarazos de riesgo, y más
porque no quiero que ella tenga que enfrentarse a mí o a mi forma de ser.
La
terapeuta no supo cómo retomar la sesión. Para estas alturas, ella ya no sabía
si debía seguir o no. Finalmente, el tiempo se estaba acabando y quedaban menos
de 20 minutos. Con cinco bastaban y sobraban para dejarle una tarea
satisfactoria para dialogar la siguiente quincena.
—Pero
todo lo que me está diciendo no nos conduce a ningún lugar, le dijo la doctora
a su paciente. Luego, le preguntó cuál era su problema.
Ifigenia
se lamentó: se siente herida, herida como un cráneo al caer de un puente y
estrellarse contra un Buick negro, como las emociones de una niña lastimada por
una terrible polilla venenosa, como el azulejo del baño cuando un hombre
violento te embiste para agredirte.
—Es
que usted no ha tenido que sufrir lo que yo, doctora. Parecería que la estoy
prejuzgando, pero estoy segura de que no. Yo me quiero morir, ¿sabe? Quiero acabar
con este sufrimiento, un sufrimiento tan mío que solo yo lo tengo. Ni sor Juana
en sus delirios. Juana de Arco apenas podría llegar a esa inspiración dolorosa
que tengo: es casi el sufrimiento de Cassandra que vive con dolor. ¿Y sabe cómo
sé que usted no lo ha experimentado? Porque la veo con esas sandalias, se pinta
la uña del dedo mayor de color negro, es como en flecha para avanzar: no tiene
que usar estos zapatos baratos que traigo. Mire cómo el vestido que lleva le da
una frescura innata, mientras que yo debo cubrir mis brazos con este suéter que
me molesta, hasta tiene un agujero. No soporto mostrar mis brazos y evidenciar
que me he cortado, que me he quemado, que esos cigarros que fumaba en la
preparatoria los apagaba con resentimiento en mis brazos y que ahora padezco
las marcas que me dejé por tolerar a aquel idiota. Lo mismo con mi ex, que me
obligó a casarme con él, pero yo sé que eso no tuvo solución real para él. Lo
que pasó, pasó; y si no aceptaba mis condiciones era porque él no me quería.
—¿Sigues
pensando mucho en el suicidio?
Diana,
la secretaria interrumpe para informarle que le cancelaron su siguiente cita.
Ifigenia
sonríe y pregunta si puede quedarse media hora extra.
—He
practicado mucho mi discurso. —Giró para hablar con la terapeuta—. Puede cargarlo
a mi tarjeta con el doble de tiempo.
El
dinero fue un aliciente. La psicóloga asintió; así, la asistente cerró la
puerta lentamente calculando en su mente el cobro.
—He
estado practicando mi parlamento. Quiero hacer un monólogo: mi personaje es la
causante de todo su sufrimiento. Pero no puede continuar... pues desde que
empezó a dañar, a contratar, a llevar al límite a hombres y mujeres, se ha
convertido en el verdugo de tantas personas.
—¿Algo
de ese personaje provine de ti misma? Me pregunto qué tanto de ti aparece en él.
—¡Pues
claro que sí! Es que, no sabe el coraje que me guardo: por eso se lo trasvaso a
Filipa (así se llama mi personaje). Es le dice la sirvienta en “El huésped” de
Amparo Dávila: “Estamos solas, pero con qué coraje”. Y luego matan a la
criatura: la encierran en un cuarto y la dejan sin comer.
—Entonces,
¿deseas hacerle daño a alguien? Eso me preocupa mucho
—Nah…
Sólo a mí misma: porque me odio. Porque ya no quiero hacerle daño a nadie más.
Ya me he encargado de todos, de cada uno... he quemado, aniquilado, tirado por
un puente.
»Soy
yo quien ha sufrido, pero también quien se ha cobrado el daño que me han hecho.
Tengo 25 años. Qué bonito número, ¿no? Tengo cuatro víctimas; pero si cada una
valiera por 5…
Ifigenia
sacó un arma, la misma que había asesinado a los otros cuatro.
—Eso
era lo único que fallaba. La heredé de mi padre, él fue la primera víctima. Se
suicidó con ella.
—¡Diana!
—gritó a todo pulmón la terapeuta.
—Estoy
segura que yo lo maté cuando chica. Él se suicidó con esta pistola y dejó cuatro
balas. ¡Calibre 25!
»Eran
siete espacios para las balas, pero ese número ya lo han tomado tantas
personas. 25 minutos en que la persona muera desangrada. ¡25%! Eso no lo había
pensado.
—¡Diana!
—La desesperación de la doctora se desvaneció con los ojos inyectados en llanto
que traía puestos Ifigenia ese día.
Sus
años de estudio la hicieron callar pronto: Ifigenia no la iba a lastimar, ¿o
sí?
Ifigenia
rio mientras escuchaba los pasos de Diana subir las escaleras.
—Que
nombre tan bello: “Diana”. Cinco letras y significa “objetivo”, como para dispararle
a alguien.
El
calendario de cubos del escritorio marcaba un jueves 14.
—Qué
horrible es morir en un día tan simple: un 14, los odiados mueren este día:
Marx y ¡nadie más!
La
puerta se abrió de golpe y el disparo retumbó en toda la colonia.
La
sangre manchó las sandalias de la psicoterapeuta.
14…
14 era el día en que Marx e Ifigenia habían muerto. Siete fueron los espacios
de las balas, tendrían que dispararse dos veces para generar 14 víctimas. El
número 14 era la libertad: compuesto por la independencia del 1 y la
estabilidad del 4. ¡Y ahora que lo recordaba: Kurt Cobain había fallecido un 14
de abril también!
Diana
gritó asustada por la muerta y todo se decoró de un sonoro blanco de olvido.
Imagen generada con Midjourney |
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