Mis porteños lectores,
esta semana ha sido de grandes cambios para mí. Entre una escala
lingüísticamente horrible en São Paulo donde ninguno de los idiomas que hablo me
sirvió, llegué a Buenos Aires. La verdad, si han visto la película de Mi pobre angelito perdido en Nueva York, la escena de inconmensurabilidad que tienen
los enormes edificios se comprende muy rápido en Buenos Aires. Son estelas de
piedra a estilo europeo de al menos ocho pisos. El choque con mi baja
Guadalajara es mucho, y ni se diga Guanajuato.
¿A
qué viene todo esto? Verán, no me considero un especialista en Borges; pero sí un
conocedor con muchos referentes teóricos, y al estar aquí, pensé en ese
poemario: Fervor de Buenos Aires.
Libro publicado en 1923 en edición de autor con sólo 300 ejemplares, pero que
ahora todos pueden conocer de forma simple. En las originales 64 páginas se
hicieron 46 poemas y un prefacio, y en 1969 ―la segunda modificación de Borges―
terminaron siendo 33 poemas.
Recomiendo
que el contenido del libro sea leído antes de conocer Buenos Aires, pues hay
una cantidad de emociones que el autor argentino tiene cuando abandona su
patria y regresa para verla en aras de la tecnología. El poemario habla de esa
nostalgia y el fervor al momento de ver los barrios cambiar. Es una mirada a
una ciudad que ya no está, pero que permanece en cierto modo. Los edificios,
las calles, la milonga y el tango no se han ido ―me consta―, pero ahora están
en un bucle temporal del que no se permite salir, como abrir las puertas a un
edificio y darte cuenta que el ambiente es idéntico al de hace cincuenta años ―como
el Café Tortoni acá en Buenos Aires―. Los sábados, las calles, el arrabal, los barrios
recuperados, la Plaza San Martín, aquello genera una ausencia terrible en
Borges, pero que al mismo tiempo enamora, recuperando el “color local”. Pero
también, como dijo mi amiga Montserrat Zúñiga Meza el pasado 8 de marzo en
Mérida, Yucatán para unas Jornadas Académicas; tratamos con un poeta-ojo. No
sólo es un fisgón, ni un flaneur,
sino que fragmenta a la ciudad moderna y nos la presenta en partes, según el
grado de emoción generada.
Estudios
sobre Fervor de Buenos Aires se han
hecho por kilo. Pero no es lo mismo leer sobre el libro que leer la obra en sí.
Porque además, no es la clásica poesía rimada y medida, sino en el verso libre,
según las ideas Ultraístas que tenía Borges donde pedía renovar la metáfora
gastada. En sí no había otra forma de cantarle a su Buenos Aires de otro modo
que no fuera con el verso libre. Era una ciudad en transición, y qué mejor que
la lírica tradicional sufriera los mismos arrebatos.
Los
poemas son bastante interesantes en su tema y filosofía. Hay una rosa que les
puedo encargar buscar y darse cuenta de qué quiere hablar en realidad. ¿Los
faroles tienen simbolismos? Eso, mis porteños lectores, se los dejo a su
consideración, despidiéndome desde el Sur.
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