sábado, 16 de mayo de 2015

Teatro, magia y demonios: Fausto

Mis pactantes lectores. Esta semana participé en el II Encuentro Internacional de Literatura Fantástica que organizó la uba y la Biblioteca Nacional. Fue una desilusión al escucharlos equiparar lo maravilloso con lo fantástico, y ver que no aprecian distinción entre Literatura fantástica y la Ciencia ficción. Pero son autores; no podemos pedirle un academicismo a alguien del ámbito estético.
Entre tantas lecturas y autores desconocidos para mí, escuché un título conocido: Fausto. Este nombre me persigue desde hace un mes, y el escucharlo y leerlo justo el lunes en dos ámbitos diferentes, me convenció de que ―de modos mágicos― el Universo quería que hablara de esta obra de teatro.
Raro cuando hablo de teatro. Más aún, decir que hay teatro de lo fantástico. Aunque el teatro y la verosimilitud se llevan de manera excelente, lo fantástico es complicado de manejar en representaciones teatrales. Johan Wolfgang von Goethe, autor alemán el siglo xix escribió, además de Las cuitas del joven Werther; Fausto. Una obra tremenda donde se formalizan los pactos con el diablo. Fausto se convirtió en un arquetipo. En Argentina tenemos “Las Vísperas de Fausto” de Adolfo Bioy Casares, o “Fausto” de Estanislao del Campo, ambos recuperados por Nicolás Cócaro en Antología de cuento fantástico argentino. Hasta usado en el anime japonés Shaman King (1998). Igualmente, lo colocó mi amiga Fabiola García Ruelas, como un fauno quien perdió sus cuernos pactándolos por un pedazo de tierra.
¿A todo esto, quién es Fausto?
La obra inicia con una discusión entre Dios y Mefistófeles. La misma situación de Job: un hombre bueno debe ser tentado para probar lo amable de la sociedad humana. Es entonces que Fausto, académico y profesor, está versándose en el mundo de la alquimia. Convoca espíritus y demás seres, entre ellos, a Mefistófeles: gran tentador que le concederá todo lo que quiera a cambio de su alma inmortal.
El libro dista mucho en extensión de lo que actualmente entendemos de una obra de teatro. Me tomé dos días intensos de lectura, mientras que con Shakespeare no paso de las cuatro horas. Pero las descripciones son mágicas. Justo citaron en cartografías medievales cómo en los extremos del mundo siempre habían monstruos y demás entes disformes. En algún momento del relato, Mefistófeles visita una tierra donde hay toda sarta de quimeras, desde la mitología griega, con Quirón y la hidra, hasta brujas y demás demonios. Y aunque es la parte más floja de la pieza, vale la pena continuar.
Como dato curioso: este texto inmortalizó la escena del deshoje de una margarita y el “me quiere; no me quiere”. Así se llama la amada de Fausto.

Hay magia y un barroquismo literario excelentes, mis pactantes lectores. Les recomiendo este texto que encontrarán en muchos lados, como en la Colección de “Sepan Cuántos…” de Porrúa bajo el No. 21.


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