Mis
pactantes lectores. Esta semana participé en el II Encuentro Internacional de
Literatura Fantástica que organizó la uba
y la Biblioteca Nacional. Fue una desilusión al escucharlos equiparar lo maravilloso
con lo fantástico, y ver que no aprecian distinción entre Literatura fantástica
y la Ciencia ficción. Pero son autores; no podemos pedirle un academicismo a alguien
del ámbito estético.
Entre tantas lecturas y autores desconocidos para mí,
escuché un título conocido: Fausto.
Este nombre me persigue desde hace un mes, y el escucharlo y leerlo justo el
lunes en dos ámbitos diferentes, me convenció de que ―de modos mágicos― el
Universo quería que hablara de esta obra de teatro.
Raro cuando hablo de teatro. Más aún, decir que hay
teatro de lo fantástico. Aunque el teatro y la verosimilitud se llevan de
manera excelente, lo fantástico es complicado de manejar en representaciones
teatrales. Johan Wolfgang von Goethe, autor alemán el siglo xix escribió, además de Las cuitas del joven Werther; Fausto. Una obra tremenda donde se
formalizan los pactos con el diablo. Fausto se convirtió en un arquetipo. En
Argentina tenemos “Las Vísperas de Fausto” de Adolfo Bioy Casares, o “Fausto”
de Estanislao del Campo, ambos recuperados por Nicolás Cócaro en Antología de cuento fantástico argentino.
Hasta usado en el anime japonés Shaman King (1998). Igualmente, lo
colocó mi amiga Fabiola García Ruelas, como un fauno quien perdió sus cuernos pactándolos
por un pedazo de tierra.
¿A todo esto, quién es Fausto?
La obra inicia con una discusión entre Dios y
Mefistófeles. La misma situación de Job: un hombre bueno debe ser tentado para
probar lo amable de la sociedad humana. Es entonces que Fausto, académico y
profesor, está versándose en el mundo de la alquimia. Convoca espíritus y demás
seres, entre ellos, a Mefistófeles: gran tentador que le concederá todo lo que
quiera a cambio de su alma inmortal.
El libro dista mucho en extensión de lo que
actualmente entendemos de una obra de teatro. Me tomé dos días intensos de
lectura, mientras que con Shakespeare no paso de las cuatro horas. Pero las
descripciones son mágicas. Justo citaron en cartografías medievales cómo en los
extremos del mundo siempre habían monstruos y demás entes disformes. En algún
momento del relato, Mefistófeles visita una tierra donde hay toda sarta de
quimeras, desde la mitología griega, con Quirón y la hidra, hasta brujas y
demás demonios. Y aunque es la parte más floja de la pieza, vale la pena
continuar.
Como dato curioso: este texto inmortalizó la escena
del deshoje de una margarita y el “me quiere; no me quiere”. Así se llama la
amada de Fausto.
Hay magia y un barroquismo literario excelentes, mis
pactantes lectores. Les recomiendo este texto que encontrarán en muchos lados,
como en la Colección de “Sepan Cuántos…” de Porrúa bajo el No. 21.
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