Mis
malhablados lectores, sigo trabajando en bachillerato, lleno de esperanzas de
que mis catorce alumnos lleguen a amar la literatura ―o al menos a aprobar la
clase― tanto como como yo. En las últimas cuatro clases les he leído
diariamente alguna minificción o un cuento muy breve, pero ayer me di a la
tarea de leer justamente un tomo que convence por el nombre El libro de las palabrotas, de la
editorial de la revista Algarabía.
Para aquellos que no conocen esta revista, se
pierden de mucho, como de una variedad de datos innecesarios y curiosos, que siempre
terminan sorprendiendo al lector. El término “algarabía” significa festejo o vítor
ante algo, y es el título de la revista, tanto un reflejo de lo que encontramos
dentro de ella. Cada número tiene una especialidad: sexo, dragones, laberintos,
edad media, películas de los 80. Pero contado a un público común. No es una
revista de esas que se inundan en comentarios rimbombantes, sino algo más sutil,
escrito por personas que entienden a los demás, que les comprenden y saben que
hay ciertos modos de hablar para que les entiendan.
La revista es una cosa, pero Algarabía como marca lleva su pequeño mundo a cuestas. No sólo
tiene artículos como pines, bolígrafos, separadores y camisetas, sino que
aprovechando el papel que gastan, también son editorial de semejante cantidad
de cosas. Libros de una colección que van desde mujeres infames de la historia,
datos científicos, y el que comentamos ahora El libro de las palabrotas; como también libros dedicados a contar
lo que pasó en cierto año. ¿Quién no quiere saber todo lo que ocurrió en…
digamos… 1986? Año de nacimiento de su servidor. Si eso fuera poco tiene juegos
de mesa como el manual de conversación, que consta de tarjetitas con datos
curiosos para comenzar una charla, al estilo: “¿Sabías que Monterrey es la
ciudad donde se consume más Coca-Cola?”, comenzando una plática o argumentando
después a favor o en contra y llevando a todo evento social al éxito.
Toda una marca, como decíamos; pero su
comercialidad, no le resta lo entretenido. El
libro de las palabrotas recibe su nombre, no de ofensas, sino de
palabrotas. La profesora Zeromska de la Universidad de Guadalajara escuchó una
vez que gritábamos “albricias”, y deteniéndose con ceño fruncido nos dijo: “Qué
palabrotas son esas”. Todos estallamos en risas porque “albricias”, así como “algarabía”
no son términos comunes. Lo que hace este ejemplar es poner a modo de
diccionario una serie de términos de lo más curiosos, como “asaltacunas”, “cuentachiles”,
“infante”, “oligofrénico”, e incluso “energúmeno”, “tocayo” y “brandy”. Todo
esto con un discurso muy amigable. Cada entrada mide de dos a cuatro páginas,
son muy breves y divertidas. Y, mis malhablados lectores, si quieren saber más
de estas palabras, busquen este libro de Algarabía
en alguna librería o su ParaLibros más cercano.
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