El cómic conlleva todo
un proceso creativo donde se involucra una excelente imagen con una excelente
historia; pero algunos no entienden a la literatura y a la metáfora visual conviviendo
a la par semánticamente. Desde sus inicios las publicaciones periódicas, como
diarios o revistas ―allá en 1789 cuando la litografía fue inventada―, la
historieta abrió su propio camino a golpes tipográficos. Ignorar esta tradición
de más de cien años sería ofensivo. ¿Qué seríamos sin caricaturas políticas?, ¿cómo
disfrutaríamos de las películas de superhéroes si nadie los hubiera imaginado y
luego dibujado? Lo que en un inicio se relegó a ser cuatro imágenes
consecutivas decorando los periódicos para continuar leyéndola día con día, o
recortarlos para leer la historia completa ―como solía hacer mi madre en sus
tiempos de juventud― de “Flash Gordon” o “El fantasma”.
Desde
el siglo xix la historieta venía
entreteniendo al mundo. La época decimonónica fue famosa en la literatura por
sus revistas literarias. A la par surgieron en Europa ciertos libros ilustrados
como Hogan’s Alley (1895) de
Outcault, The Katzenjammer Kids
(1897) de Rudolph Dirks, y Happy Hooligan
(1899) de Frederick Burr Opper. Estos son un punto de partida, pues incluyen
los famosos globos de diálogo y la integración directa del texto con la imagen.
La
Francia del siglo xx, tiene en sus
anales la bande dessinée, ―traducido
como “tira cómica”―. Los franceses tienen tesis sobre Las aventuras de Tin Tin, del vikingo Asterix, o de los galeses Les
Schrompfs ―Los pitufos en América Latina―. Cada país tiene sus hitos del
cómic, pensemos en Hispanoamérica: el chileno Condorito, en Argentina está Mafalda,
único personaje ficticio del Salón de la Fama en la Casa de Gobierno de Buenos
Aires. Estados Unidos tiene los suyos: Garffield
es un ejemplo; pero también existen superhéroes de todos los tipos. Tanto Marvel como dc son emprendedores
de la integración de nuevos elementos como salir de las viñetas y abusar de los
colores.
Desde
chico aprendí lo directas que pueden ser las artes plásticas. Remedios Varo fue
la quien me enseñó eso, aún sin saber quién había pintado semejante cuadro
surrealista. En mi cabeza conceptos como “surrealismo” no tenían cabida alguna.
Esa imagen perdida en alguno de los libros, aparecía entre las páginas para
mostrarme a tres hombres con sombreros extraños bebiendo frutas con un popote. Había
más narrativa en los “Vampiros vegetarianos” que en esos libros de $5°° comprados
en puestos de periódicos; pero compararlos con la colección de Julio Verne de
mi abuela la cual devoraba con deseo en vacaciones, era imposible.
La
literatura es un medio perfecto de dar mensajes, es un mar de letras donde cada
signo posee un significado único. Fue Spawn
el primer cómic que leí donde llegaron esos sentimientos encontrados los
cuales hasta ahora me persiguen. Me es imposible concebir la unión de imagen y
texto de modo tan fragmentario. Fue hasta hace cinco años cuando aprendí la
riqueza del libro-álbum, pero sigo sin sentir aprecio por el cómic. Spawn jugaba perfectamente con eso. La
tipografía tan desorganizada, las marcas de tiempo, el payaso tan colorido que
rompía con la obscuridad de las páginas como un Eso de Stephen King. Ese
justiciero distinto a Los superamigos rompía
mi idea de Verdad y ―aún más― de Justicia. Todo me causaba una repulsión
inconmensurable. Algo molesto era revisar cada detalle de las viñetas, en
ocasiones ni siquiera estaban completamente definidas. Tras comprar ocho
números, decidí que no era lo mío. La unión de texto e imagen disparaban en mí
un desasosiego tal que me fastidiaba tardar tanto en leer algo ―en apariencia― de
tan pocas páginas.
Intenté
con su versión japonesa: el manga.
Sólo conocía su modo de lectura: tomar el ejemplar al revés, simulando empezar
por el final, y realizar una lectura de la izquierda superior derecha a la
inferior izquierda, como si de una “z” invertida se tratase. Era pleno apogeo de
editorial Vid en México, la cual ―además de publicar excelentes libros ahora
desaparecidos― trajo títulos como X-1999, Rouroni Kenshin, Love Hina
o Shaman King, las cuales en su
versión de anime estaban ganando
seguidores muy fuertes en internet e incluso en televisión americana.
Esta
situación debe ser similar a la sufrida por los seguidores de Harry Potter. Seis libros para no leer
el séptimo era una ofensa al todo lo invertido en la saga. Imaginen gastar
cerca de $100°° en manga quincenalmente
y descubrir que, como le dicen a Mario en cada nivel: “La princesa [y el final
de la historia] está en otro castillo”. Con esa fórmula Dr. Who llegó a los 50 años. Ya en el primer capítulo dejaban la
intriga de saber a dónde o cuándo les
había enviado la tardis. Sólo
conocíamos al Doctor, a su nieta y a los dos profesores quienes no hicieron más
en el primer capítulo que dar pistas de la extraña nieta del Doctor. Pero
generar intriga al lector o espectador es un recurso de folletín del siglo xix, de bardos y juglares de la Edad
Media, de Sherezada en las 1001 noches
o relatos anteriores.
Seguir
una historieta ―venga del país que venga― es una tarea titánica. En Japón los maga llegan a 300 tomos y hay compendios
de dc
con 500 tomos. Si es un problema meter libros en estanterías, basta imaginar
tantos manga. Al menos el cómic es de
un tamaño reducido; pero el manga
parece un libro de bolsillo, lo cual complica su almacenamiento. Quizá por ello
siempre he sido partidario de ver los anime
que a leer la versión impresa. Aunque es como las películas basadas en libros,
las cuales, a pesar de sus buenos efectos especiales, siempre podrás decir “Está
mejor el libro”. El seguir este tipo de impresos es como seguir a Agatha
Christie en vida, 66 novelas ―67 según Dr.
Who― y 14 libros de cuentos. Es casi el mismo peso que todo el manga de Naruto, Fairy Tail o One
Piece. Existen ―hablando de crímenes y detectives― series como Detective Conan la cual ―superando a la
escritora británica por mucho― rebasaba los 80 volúmenes con 900 revistas
editadas.
La
historieta sigue evolucionando. Las versiones cortas de los periódicos están
todavía presentes. Las redes sociales tienen comiquitas de Mafalda. La palabra “Meme” ha cobrado fuerza. Ya muy pocos preguntan
el significado de “Meme” como pasaba hace diez años cuando 4chan.com comenzaba
a establecerlos. Una raíz tan antigua como lo es el griego “mímesis” da origen
al término “Meme” y marca una evolución de nuestro modo de pensar, pues a
diferencia de lo que yo creía con el cómic, las imágenes se van juntando con la
literatura, a modo de una minificción donde memorizamos la razón de ser de cada
imagen.
Los
libros siguen sin imágenes, a menos de que se trate de una historia
infanto-juvenil; las fotografías y pinturas no necesitan un texto más allá del
título dado por el autor. Todavía estamos en una época de cambios. La cultura actual
podrá cambiar en cuestión de meses. Diez años adelante seremos una civilización
memética donde la palabra y la imagen
estén unidas indisolutas. Incluso el Meme podría remplazar a muchos modos de
comunicación.
Desconozco
todavía no pueda apreciar correctamente algún cómic o manga. La tira cómica argentina llamada El Eternauta se considera “alta literatura” según algunos críticos.
Asimismo, series tan envolventes como Arrow
y The Flash, basadas en cómics, me
hacen pensar en que si se le dedicaron cuarenta minutos a cada uno de los más
de 20 capítulos por temporada a su versión audiovisual, un lector que considera
el cómic o el manga como una
aberración semiótica, podría enfrentarse a un híbrido como tales.
Imagen,
literatura, crítica social y un poco de metáforas juntas parecerían una buena
combinación de compleja recepción. Los tiempos cambian y las imágenes saturan
las redes sociales, en todos lados vemos signos y símbolos, no se puede dejar
de lado la apreciación del cómic y del manga,
pues muestran más de una verdad; si alguien no lo comprende, no por ello
debería ser despreciado.
Julio
2015
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