Mis
licántropos lectores, el día de hoy ya se cumple un mes de haber entrado como
profesor universitario; pero también es justo el último mes en que formo parte como
estudiante en las barracas universitarias. Al menos hasta el doctorado. Así que
entre felicidad y tristeza empecemos.
Hace dos semanas vi en el muro de mi amigo Frausto
que iba a empezar a leer una novela de Anne Rice llamada El don del lobo. Me sorprendí porque no conocía en absoluto de la
existencia de dicha obra, quizá mientras estaba en la maestría me despegué un
poco de mis autores favoritos, y ―efectivamente― lo había hecho. Esta novela
salió a la luz apenas en el 2012, y ya tiene una continuación llamada Los lobos del invierno (2014).
Anne Rice es una escritora estadounidense que creció
en Nueva Orleans, esa parte francesa de los Estados Unidos donde hay una
curiosa mezcla cultural. Para los que vieron la película de Disney La princesa y el sapo, es justo ese mismo lugar. Y tiene una riqueza
folclórica increíble.
A Anne Rice yo la conocía por los vampiros, las
brujas y el contexto egipcio que parece tanto gustarle. Me había leído toda ―sí,
toda― la saga de vampiros y comenzado con las brujas y los faraones, descubriendo
un gusto desbordante por su literatura. Para mi sorpresa está bien acomodada en
la Universidad de Guadalajara, pues mi profesor de Novela Negra, Roberto Herrera,
la reconocía como una escritora decente; a diferencia de la maravilla épica que
tanto me gusta.
En general tiene buenas obras, los vampiros me
encantaron y eran un dejo de la transformación radical que sufrió este ser
mágico en los últimos años, pues tenían una belleza desbordante, pero seguían
temiendo a la luz y eran sádicos cazadores, aunque también deprimentes
existencialistas.
El don del
lobo tiene un comienzo
flojo. La obra parece perderse en el capítulo sexto del Quijote donde hacen el gran escrutinio de la biblioteca.
Referencias por aquí y por allá a libros viejos. A mí ―que me encantan obras
donde salen bibliotecas― me encantaba; pero nada de hombres-lobo… El salto fue
radical, sufren un ataque y ahora sabemos que hay un “Lobo-hombre” en la
ciudad. Como hizo Rice con los vampiros, este licántropo tiene una variante ligera
que termina encantando. Hay sexualidad en el asunto, como si un vampiro o una
bruja no tuvieran ya un subtexto sensual como se vio en otras novelas; le dota
a su criatura de una libido envidiable que no parece estar tan del lado brutal,
pues el mismo título de “Lobo-hombre” se entiende como un lobo que toma
apariencia ―y conciencia― humana.
Muchas son las historias que juegan con ello, desde
René Avilés Fabila en “Dentro de la piel del lobo”, o “Licantropía” de Enrique
Anderson Imbert. Son cuentos que no pueden dejar del lado cuando lean esta
nueva novela. Recomendada para conocer algo de lo nuevo en el mercado, mis
licántropos lectores, y espero que la disfruten tanto como yo.
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