Mis alimentados lectores, puedo dar por terminado el
maratón de gula Guadalupe-Reyes. Es un placer para mí semejante comilona,
aunque en mi casa siempre sea pavo en Navidad y pierna mechada en Año Nuevo. El
libro que les vengo a recomendar lo tienen a su disposición en los Paralibros de
todo México y se llama Confieso que he
comido. De fondas, zaguanes, mercados y banquetas, de José N. Iturriaga.
Este libro de editorial
conaculta, perteneciente a la colección
“Memorias mexicanas”, tiene 286 páginas de recuerdos en torno a las comidas que
desde su infancia hasta la madurez, probó nuestro presidente de la Sociedad
Mexicana de Gastronomía y Enología. Es muy variado. Aunque en lo personal nunca
me sentí atraído a leerlo, en esta época de engorda decidí comenzarlo y lo
terminé con cierto empance; pero contento.
Los que hemos viajado
por algunos puntos del país, aunque sean visitas de entrada por salida, nos sentiremos identificados, con uno o dos
lugares ―y ése fue el gancho que me retuvo en la lectura―. Mi caso fueron los
hot-dogs ―”Momias”― afuera de la UniSon en Hermosillo, y la comida tan barata
de Xalapa. Pero el libro tiene de todo, desde recetas propias hasta anécdotas
que nada parecerían tener con la comida, pero que terminan mostrando cómo
conoció cierto alimento, verbigracia: serpiente. ¿Qué me dicen de la impresión
de la comida en Estados Unidos? Detesta las comidas rápidas, porque “Comer fast
food es un acto animal, comer antojitos es un acto cultural”. Una pariente del
autor tiene un restaurante de antojitos mexicanos en mero París, y nos cuenta sus
idas y venidas en varias ocasiones.
No es el primer autor
en poner sus memorias en conjunto con el ámbito culinario. Una vez hablamos de Como agua para chocolate, y recuerdo a
Dante Medina, nuestro francófono tapatío quien ―además de centenares de cosas―
escribió Los placeres de la lengua,
libro donde nos cuenta diversas comidas en la literatura, poniendo de ejemplo a Drácula y a tantos más. Pero sin duda, para
que esté en la colección de “Memorias mexicanas”, José N. Iturriaga tiene una
pluma suficientemente buena.
El título que nos
remite al Confieso que he vivido de
Neruda. Con lo que pienso que la comida te hace ―de verdad― estar vivo. Y es
que si uno no se da esos disfrutes pasajeros, no puede apreciar la vida. ¿Qué
sería de nuestra vida sin esos mercados? Me sigue maravillando la cantidad que
tiene Doña Botes ―o al menos así la conozco― en la Plaza del Baratillo desde
las 15:00 en Guanajuato, y es una comida que supera en creces a la de muchos
restaurantes Guanajuatenses; o la obligada torta ahogada en Guadalajara. O ―pese
a mi repulsión― la torta de tamal afuera del Metro en el D.F.
Este libro es muy simple
de leer. No entra en palabras rebuscadas; al contrario, están contadas como si
de una charla de café se tratara, o mejor aún, una charla de fonda entre viejos
amigos que acaban de reencontrarse y fueron a comer con doña Chonita. Mis
alimentados lectores, si no quieren cumplir su promesa de ejercicio en enero
para bajar la panza, lean este libro y vuélvanse trotamundos gastronómicos.
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