sábado, 15 de agosto de 2020

Reflexiones en torno al joto posmoderno

Cuando mi mejor amigo me invitó a su despedida de soltero, me sentí aceptado por quien soy y no por mis gustos. Nimiedades; pero cómo no contentarse, si mis compañeras de la escuela me agregaron a su grupo de “Chicas del Doctorado” y mis amigos no me invitan a “Guarradas&HentaiBergas”. Y es que a veces ser homosexual es tan putamente difícil.

Quizá mi experiencia personal se vea imbuida por todos los traumas de una madre castrante heteronormada falologocéntrica (Cfr. Freud, Cixous, Lacan, Spivak, et al.), pero es complicado ser un gay treintón —de las últimas generaciones que jugaron en las calles y las primeras en tener celular y correo electrónico—. Se debe aguantar a tradicionalistas que mamaron desde casa, la idílica figura del puto. ¡Ofende que te quieran contar de menstruaciones y de maquillaje! ¿Dónde quedó esa idea de kinder donde el niño era asqueroso para las mujeres, ¿o seguimos con la imagen del jotito refinado que toma vino y sabe diferenciar entre el cerezo y el roble, o entre un fucsia y un rosa mexicano? ¿Quién podría distinguirlos? Yo, pero prefiero no normalizarme y entrar en esos juegos identitarios.

Un homosexual no se ve representado por esa colectividad anónima de torsos desnudos que recorre las calles el 28 de junio; el arcoíris es bonito, pero ¿enmarcarte en uno es realmente necesario? Quizá reniegue del “ojo estético” de los gays que diferencian tonos precisos; pero si alguien tiene conocimiento del círculo cromático, sabe el golpe semántico de ver un arcoíris que no combina con nada.

Seré irrespetuoso con los mártires que murieron por mis derechos, pero no me siento bien de conmemorarlos. No soy un guerrillero —y no por jotearle, no va conmigo—, soy alguien que no comenzaría un pleito contra las autoridades. Los respeto, pero evidenciarte a ese grado, a eso sí le zacateo. Ser gay es que te guste otro hombre, ¿no? Poco se relaciona con ser activista… ¿o soy más egoísta que gay?

¿Tiene algo de malo no identificarse con el resto de esa estirpe? Cada individuo es único; entonces, ¿por qué creer que todos queremos conformar una comunidad en plena época del ostracismo ideológico? ¿El decirle al mundo que no quiero unirme al colectivo me vuelve excluyente? Lo que faltaba: ¡un puto homofóbico!

Como fuere, la duda de a dónde voy, o a qué grupo pertenezco quedará en mi mente. Y, mientras me empujan socialmente a lo macho o a lo afeminado, seguiré recordando con gusto ese: “Caile a mi despedida. Habrá putas; como tú, marica”: una ofensa que interpreté como un abrazo, un “Te acepto” y un “Lo importante eres tú, no tus preferencias”. Eso sí; qué horribles tacones los de la stripper, la verdad.


Kurious en Pixabay

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